Hipocresía en llamar sostenibilidad a lo que es tan solo derroche

 

 

Miguel del Río | 26.05.2024


 

 

 

 

 

Casi todos los cambios referidos a un mejor trato en general del ecosistema se emplazan a la Agenda 2030. Antes de la llegada de esa fecha, y con una total hipocresía, desde Gobiernos a multinacionales hablan de sostenibilidad. Todo lo tienen con la sostenibilidad. Pero, oiga, digo yo que habrá que concienciar a la cada vez mayor población mundial de que hay que hacer un uso racional y solidario de los recursos que nos proporciona la Madre Naturaleza. Y que deberíamos empezar por el agua. Porque, se crea o no se crea en el cambio climático, las sequías sí que están ahí, aumentan, y son más duraderas.

 

Hay un hecho que cada vez dificulta más que se cumpla ese refrán español de que Después de los años mil, vuelven las aguas a su carril. Esa circunstancia son las sequías, que avanzan mucho más de lo que se reconoce oficialmente (no interesa alarmar a la población), y además lo hacen por gran parte del planeta.

A nadie le sorprende que se hable de escasez de agua en los grandes desiertos que ocupan buena parte del territorio de los Países Árabes, agraciados en cambio con abundante petróleo y gas, lo que les hace ricos. La novedad es que las sequías avanzan en Estados Unidos, China o La India. En España tenemos el caso singular de Cataluña. Llevan 40 meses (más de tres años) de lluvias por debajo de la media, siendo una sequía histórica. La actual falta de agua comenzó en 2020, y en este 2024 ha sobrepasado ya la normal preocupación para entrar en emergencia climática y tomar medidas drásticas. Afecta al 80 por ciento de la población, y el corte en el suministro lo sufren todos: industria, agricultura y, por supuesto, hogares.

Las autoridades de esta comunidad autónoma española han llegado incluso a comparar la sequía con las penalidades acaecidas en la pandemia. De ahí que han pedido a una población de 6 millones de habitantes “lucha conjunta, al igual que se hizo con el covid”. Todo ello, para contrarrestar la “peor sequía jamás registrada”. El consumo allí ha quedado limitado a 200 litros por habitante y día; no se pueden regar jardines, llenar piscinas o lavar el coche de manera particular. No sé si ante el drama aumenta la concienciación, pero es de lo que se trata, y España está aún por aprender la lección de que el agua es ya un bien escaso, y que hay que cuidarla de manera excepcional. No les digo nada con la llegada inminente del verano, la riada de turistas nacionales y extranjeros, y que los recursos ya no llegan para todos, se hable de agua como también de energía eléctrica.

Sí, en España falta sensibilidad, y sobran planes. Incluso lo hay para periodos de sequía. Poca población sabe del Plan Especial de Sequía (PES). No recomiendo leerlo, dado lo que supone su resumen: “Minimizar los aspectos ambientales, económicos y sociales de eventuales situaciones de sequía”. ¡Madre mía, y se quedó tan pancho quien lo redactó! Cambio climático + temperaturas + sequía + escasez de alimentos + pobreza y desplazamiento y más riesgos para la salud, ¿cómo minimizas todo esto? Lo que hay que hacer es concienciar al tiempo que se cortan por lo sano determinadas costumbres de la raza humana para con su medio ambiente, destrozando todo lo que se pueda, por tierra, mar y aire. Prohibir, sí. No queda otra. Parece que en España se ha cogido alergia a conjugar este verbo, y muchas veces da la sensación de que todo vale.

De todas formas, lo que sucede aquí no excluye que el agua sea un problema de gravedad mundial extrema. Mientras que se desperdicia, por orden, en Estados Unidos, Australia, Italia, Japón, México, España y Noruega, en el resto del planeta hay 884 millones de personas, que se dice pronto, que no tienen acceso a agua potable.  No acaba aquí la cuestión. Según la ONU, solo alrededor del 0.01 por ciento del agua de la tierra es potable, cantidad que se reduce año tras año debido a la contaminación. Con la acostumbrada avaricia humana, seguimos creciendo de manera desproporcionada, y no me refiero a la cantidad de población, sino a que la palabra sostenibilidad, tan en boca de los Gobiernos, queda muy bonita, pero aspecto bien distinto es que verdaderamente se aplique en mucho de lo que hacemos.

De hecho, utilizar tanto el término sostenible me parece una de las grandes hipocresías y mentiras de este nuevo siglo. Solo hay que ver todo lo malo que se hace al día en contra del ecosistema, mayormente permitido, y lo que significa vivir de manera sostenible: mantener nuestros recursos largo tiempo sin agotarlos. No, no va por ahí la cosa. Para el 2030 en que se anuncia la famosa agenda, sus mismos promotores estiman que el consumo de agua para esa fecha haya aumentado un 40 por ciento, a causa principalmente de la acción humana. Lo que se vaya a hacer, mejor ahora que mañana. Seguirá pues el abuso en su uso, y continuarán las fugas y despilfarro. De existir esta solidaridad, la cantidad de agua derrochada podría abastecer en poco tiempo a 200 millones de personas.

Hay toda una educación social pendiente, por lo tanto, con el agua y el futuro incierto que tiene su normal consumo. Por un lado, los Gobiernos deben trabajar en común para reducir su consumo de manera razonable, así como levantar nuevas infraestructuras que permitan la casi total reutilización del agua de lluvia. El más claro ejemplo, como sucede en otros tantos proyectos, lo tenemos en China, con una población de más de 1.400 millones de habitantes, de los 8.000 que tiene el conjunto del planeta. Pues bien, el gigante asiático hace tiempo que viene desarrollando algo llamado “ciudad esponja”. Como todo es para el 2030, los chinos quieren para ese año que el 80 por ciento de sus áreas urbanas absorban el agua que cae del cielo. Se trata de ir ampliando un concepto ya puesto en práctica en edificaciones concretas, como el aeropuerto de Frankfurt, construido en 1993. Capta 16.000 metros cúbicos de agua de lluvia, que sirven para su uso en limpieza, jardinería y cisternas de los inodoros. Pero la mentalidad urbana es la finalidad y los hogares el inicio. Es en las viviendas donde sus moradores debemos hacer el esfuerzo diario de cuidar el preciado líquido. Para ello no hace falta tanta agenda y sí regresar a esos tiempos en que nuestros abuelos pronunciaban aquellos maravillosos consejos de sostenibilidad, a recuperar: “Apaga la luz”, “cierra el grifo si no lo usas”. Aquella sí que era verdadera educación sobre sostenibilidad.

 

 

Miguel del Río