Colaboraciones

 

La presunción

 

 

 

12 abril, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

Confiar en obtener la vida eterna sin la ayuda de Dios, porque nos bastamos a nosotros mismos. Es el caso típico del autosuficiente que «no necesita de nada, ni de nadie, sólo él se basta». Es un exceso de confianza que nos hace pensar que vamos a obtener la salvación aun prescindiendo de los medios que Dios nos da. Es decir, sin la gracia, ni las buenas obras. Su causa principal es el orgullo. Piensa que no importa lo que se haga, de todas maneras, se obtiene la salvación.

Existen diferentes maneras de pecar por presunción:

- Los que esperan salvarse por sus propias fuerzas, sin la ayuda de la gracia de Dios (herejía del pelagianismo: niega totalmente el orden sobrenatural y la necesidad de la gracia para la salvación).

Pelagio interpretaba la Biblia basándose en ideas principalmente en la filosofía estóica y otras antiguas filosofías paganas. Consideró que la fuerza moral de la voluntad humana (liberum arbitrium), cuando está fortalecida por el ascetismo, es suficiente en sí misma para desear y conseguir la virtud. Por lo tanto, consideró que el valor de la redención de Cristo está limitado principalmente a la formación (doctrina) y al ejemplo (exemplum), que servían de contrapeso frente al mal ejemplo de Adán. Por lo tanto, la naturaleza, según Pelagio, es capaz de someter el pecado y ganar la vida eterna sin la ayuda de la gracia. Según Pelagio, somos lavados de nuestros pecados por justificación mediante la sola fe, pero este perdón (gratia remissionis) no implica una renovación interior del alma.

En su obra Eclogarum ex divinis Scripturis liber unus, Pelagio negó el estado primitivo del hombre en el paraíso y el pecado original; insistió en la naturalidad de la concupiscencia y la muerte del cuerpo, y vinculó la existencia y universalidad actual del pecado al mal ejemplo dado por Adán   al cometer el primer pecado.

- Los que esperan salvarse por la sola fe, sin hacer buenas obras (protestantismo).

La creencia, por ejemplo, en la Biblia (supremacía de la Biblia), como única fuente de la fe, es ahistórica, ilógica, fatal para la virtud de la fe y destructiva de la unidad.

La Iglesia católica ha venido condenando a lo largo de los siglos la herejía protestante. Concilios, documentos pontificios, obras de grandes santos, han desenmascarado los errores perniciosos de esa secta.

«La llamada Reforma del siglo XVI levantó la bandera de la rebelión, tratando de herir a la Iglesia en pleno corazón, al combatir rabiosamente el Papado. Destrozó el vínculo de la anterior unidad de jurisdicción y de fe que había congregado bajo sus alas maternales a los pueblos, constituidos en una sola grey, la que no pocas veces había duplicado sus fuerzas, su aprecio y su honor por la armonía de sus esfuerzos y fines.

»La Reforma inyectó en las filas de los fieles una discordia lamentable y perniciosa.[…] Al rechazar, por un lado, la preeminencia de la Sede Romana que es la causa efectiva y conservadora de la unidad, y al introducir, por otro, el principio de la libre interpretación, sacudió a fondo la construcción del divino edificio, abriendo el camino a innumerables cambios, dudas y negaciones, aun en cuestiones de suma trascendencia […]» (Papa León XIII, encíclica Parvenu à la Vingt-Cinquième Année (19 de marzo de 1902).

Mucha gente piensa que atentar contra los principios religiosos y morales no tiene una gran importancia ya que no se ve afectada de modo inmediato en su vida diaria. Sin embargo, el Pontífice muestra que:

«La situación de la sociedad actual ha abandonado la grandeza de las tradiciones cristianas, y por ello ya está sumiéndose en la miseria moral y material y encaminándose hacia un porvenir aún más lúgubre; pues, es una ley de la Providencia, que la Historia confirma, que no se pueden transgredir los principios de la fe sin conmover los cimientos del progreso social».

- Los que viven pensando que ya habrá oportunidad de convertirse en el momento de la muerte, y viven un estado habitual de pecado.

- Los que siempre están pecando «a fin de que Dios siempre perdona».

- Los que se exponen con mucha facilidad a las ocasiones de pecado, pues piensan que son capaces de resistir la tentación. Es pecado grave esta presunción, pues se está abusando de la misericordia divina y despreciando su justicia. Es una confianza excesiva y totalmente falsa en Dios.

Cuando se rompen los vínculos que atan al hombre a Dios, que es el legislador y juez supremo y universal, no queda sino la apariencia de una moral meramente profana, o como algunos dicen, de una moral independiente que hace caso omiso de la Razón eterna y de los preceptos divinos y que, por eso, lleva inexorablemente a la última y más desastrosa consecuencia que consiste en la conversión del hombre en norma para sí mismo.