Colaboraciones
Las leyes humanas pueden ser injustas
03 abril, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
El legislador humano lo ha demostrado a lo largo de la Historia, incluso elegido democráticamente y votando la ley en referéndum. Los hombres «pueden atarse voluntariamente cadenas», pueden consagrar en plebiscito a un tirano, pero también derechos que violan la ley natural, que hacen que las leyes se corrompan y dejen de serlo.
Una ley que no protege al ciudadano más desvalido, sino que lo entrega al tubo de ensayo, a la mesa del laboratorio, a la selección eugenésica, o que le acorta la vida «por carecer de calidad» es un empobrecimiento y una brecha por la que «todo lo demás será posible».
La Madre Teresa de Calcuta afirmaba algo así como que «quien es capaz de matar al hijo de sus entrañas es ya capaz de cualquier otra cosa»; porque ha roto la relación más sagrada entre seres humanos: «madre e hijo» pasan a ser «madre e hijo asesinado».
Pero las leyes justas tienen la posibilidad de conocerse. El pueblo judío recibió la tabla de los Diez Mandamientos, que son leyes de orden natural. También el cristianismo tiene esa herencia, pero con el aceite de la caridad y del perdón.
Esos mandamientos son luces para todos los hombres. No hay ninguno que pueda decirse que es especial para un pueblo, ni siquiera el del Amor a Dios, ya que «si existe», es natural la correspondencia de la criatura. Y es «bastante más que probable que ese Dios creador sea una gozosa realidad».
Cuando la humanidad pierde esa luz construye sobre tinieblas y su «Derecho» se tuerce, comenzando a darse situaciones de clara injusticia y de tensión sobre el hombre justo, sobre aquel que debería ser venerado como ejemplar por la ciudadanía.
Y, en nuestro caso, con la quiebra de la familia, la inseguridad de la vida humana desde su concepción, se han generado tensiones que impiden el correcto desarrollo de la persona y atentan contra la libertad de su conciencia; y se han eliminado personas humanas de un modo indiscriminado produciendo una pérdida irreparable de «cabezas pensantes» en la sociedad.
Hemos jugado a la ruleta rusa y no tenemos certeza de haber dejado vivos a los mejores, y tampoco queremos dejar de vivir bien si podemos «quitarnos el incordio de los hijos». Porque todos sabemos que el mejor es en primer lugar el más virtuoso, y eso no tiene mucho que ver con ser «un hombre físicamente perfecto» y también que la inteligencia tampoco va acompañada de la exaltación de la cultura del cuerpo.
No hay empresa que utilice el «método ciego» para la selección de personal. La sociedad del aborto lo hace. Pero hay un nuevo impedimento a esa selección, ¿quién soy yo para decidir sobre la vida?