Colaboraciones

 

El Ángel Custodio o Ángel de la Guarda (I)

 

 

 

27 marzo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


Ángel de la guarda de Pietro da Cortona, 1656

 

 

 

 

 

Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.

Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel «aparcado», en el baúl de los recuerdos.

Podemos, sin embargo, ver a nuestro ángel de la guarda no como una «devoción privada» ni como un residuo de la niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes, ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese rostro del Padre que tanto anhelamos.

Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los cielos (cf Mt 19, 14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada, invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil aventuras de la vida.

La existencia de los ángeles «es una verdad de nuestra fe; el testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición» (Catecismo de la Iglesia católica, 328). Como sabemos el término «ángel» designa, como dice san Agustín, «no la naturaleza de estos seres, sino su oficio. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel» (san Agustín, Enarratio in Psalmos, 103, 1, 15; cf Catecismo de la Iglesia católica, 329).

En los textos inspirados repetidas veces se insinúa o se supone que esta «misión» de los ángeles protectores está vinculada a personas particulares, con carácter permanente y personal; lo cual equivale a insinuar la «custodia angélica» sobre los hombres. Algunos teólogos defendieron incluso que es de fe la existencia de los «ángeles custodios» (por ejemplo, Catarino); pero la opinión más común en teología es que es de fe la existencia de los ángeles en general, y la de los ángeles guardianes sólo es enseñanza «católica», aunque claramente insinuada en la Revelación.

Así pueden entenderse algunos textos del Antiguo Testamento, como los de Gén 48,16; Ex 23, 23; Baruc 2, 2; Sal 98,11, etc.  En el Nuevo Testamento: Mt 18, 10, los capítulos 1 y 2 del Apocalipsis hablan de los siete ángeles que custodian las siete iglesias, como si cada uno estuviese destinado a guardar una de ellas.

Como principales efectos de la guarda de nuestros ángeles custodios se enumeran los siguientes:

1º Los ángeles custodios libran constantemente a sus protegidos de innumerables males y peligros, así del alma como del cuerpo: «Que el ángel que me ha librado de todo mal —dijo Israel a su hijo José— bendiga a estos niños» (Gn 48,16).

2º Sujetan a los demonios para que no nos hagan todo el mal que ellos desearían hacernos: recuérdese la historia de Tobías. Excitan de continuo en nuestras almas pensamientos santos y consejos saludables (por ej., Gén 16 y 18; Act 5.8.10).

3º Llevan ante Dios nuestras oraciones, no porque Dios, omnisciente, necesite de esto para conocerlas, sino para que las oiga benignamente, e imploran por sí mismos los auxilios divinos de que nos ven necesitados, cuando a lo mejor nosotros ni siquiera percibimos que los necesitamos (cf Tob 3 y 12; Act 10).

4º Iluminan nuestros entendimientos, proporcionándonos las verdades de modo más fácil de comprender mediante el influjo que pueden ejercer directamente en nuestros sentidos interiores y exteriores.

5º Nos asisten particularmente en la hora de la muerte, cuando más los necesitamos.

6º Es opinión piadosa de muchos teólogos que los ángeles custodios respectivos acompañan las almas de sus protegidos o custodiados al purgatorio o al cielo después que estos mueren, como acompañaban las de los antiguos patriarcas al seno de Abraham; efectivamente, en la recomendación del alma después de la muerte de los fieles cantaba la Iglesia: «Salid a su encuentro, ángeles del Señor, recibiendo su alma, poniéndola en presencia del Altísimo…; Que los ángeles te lleven al seno de Abraham».

7º Créase también piadosamente que los ángeles custodios atienden las oraciones suplicatorias dirigidas por los fieles a las almas de sus custodiados cuando estas se encuentran todavía en el purgatorio «en estado no de socorrer, sino de ser socorridas» (santo Tomás, Suma Teológica, 2-2 q.83, a.11 ad.3); de hecho, las súplicas hechas a las almas del purgatorio se dice que son de las más efectivas.

8º Por último, acompañarán eternamente en el cielo a sus custodiados que consigan la salvación «no para protegerlos, sino para reinar con ellos» (santo Tomás, Suma Teológica, 1 q.113 a) y «para ejercer sobre ellos algunos ministerios de iluminación» (santo Tomás, Suma Teológica, 1 q.108 a.7 ad.3).

De los santos también aprendemos lecciones valiosas para actuar con nuestros ángeles de la guarda.

El Papa san Juan XXIII, por ejemplo, cuando tenía que resolver algún problema difícil durante su trabajo en la nunciatura de París, apostaba a la «diplomacia de los ángeles»: mandaba a su santo ángel a conversar con los ángeles de sus interlocutores, para que ellos ayudasen a solucionar cualquier cuestión.

El padre Pío de Pietralcina insistía bastante con sus dirigidos espirituales, para que enviasen a él sus ángeles de la guarda, delante de cualquier necesidad.

Santa Teresita del Niño Jesús, en su poesía: «A mi Ángel de la Guarda», escribía:

 

«Tú que los espacios cruzas
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de tus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre...».

 

Vale recordar también que no sólo las personas poseen ángeles de la guarda, sino también instituciones, parroquias, diócesis, ciudades y países. Cuando san Juan María Vianney entró en Ars, impregnado de la consciencia sobrenatural, no dejó de saludar al ángel de aquella parroquia, juntamente con los ángeles de todos los parroquianos. San Francisco de Sales, en carta a un Obispo, recomendó que él invocase al ángel de su diócesis. Y en Portugal, hay una fiesta para el ángel del país, el mismo que se apareció a los partorcitos de Fátima.

Importa, por fin, principalmente, imitar a los ángeles de la guarda, buscando ser como ángeles para otras personas y haciendo de todo para que ellas lleguen al Cielo, donde un día, contemplaremos todos juntos, la faz de Dios.

Los ángeles son seres espirituales, no corporales. Se les describe tradicionalmente como fuertes, con alas y sonrientes. Invisibles pero luminosos. Son los ángeles de la guarda o ángeles custodios. Son la ayuda precisa en el momento justo.

«Los ángeles nos asisten desde antes de nacer y hasta la muerte, somos sus protegidos. Tienen una misión importantísima, porque todos los ángeles adoran a Dios, pero a algunos se les envía a la tierra como ángeles de la guarda, para custodiar a cristianos y no cristianos; a todos los hombres» (Marcello Stanzione, conocido sacerdote en el sur de Italia, sobre todo por su conocimiento del mundo de los ángeles y los demonios y por su ministerio a favor de la propagación de la devoción a san Miguel Arcángel).

Y es que los ángeles son un punto de encuentro entre las religiones, porque tanto judíos, musulmanes como católicos creen en ellos y en su ayuda efectiva en la vida de las personas.

«Los ángeles nos cuidan de dos maneras. La primera es la más sencilla, la natural: nos protegen de accidentes o nos inspiran buenas acciones. La segunda manera es sobrenatural. Los ángeles son maestros de ascética y de mística. Llevan a las personas hacia Cristo» (Marcello Stanzione).

El Catecismo de la Iglesia católica los define como criaturas espirituales que tienen inteligencia, voluntad, son inmortales y superan en perfección a todas las criaturas. Los ángeles de la guarda, una ayuda sobrenatural las 24 horas del día durante toda la vida.

A cada uno de nosotros nos acompaña un ángel. Cuando Dios creó todo, quiso también crear millones de ángeles: seres de luz que no tienen cuerpo como nosotros, pero que están siempre delante de Dios para servirlo y hablar con Él.

La palabra «ángel» significa «mensajero», es decir, el que lleva y trae noticias, ya sea de nosotros a Dios o bien de Dios para nosotros.

Y como la humanidad es lo que Dios más quiere, Él mismo ha deseado enviar a un ángel delante de nosotros, para que nos proteja en el camino y nos conduzca, tal como lo hizo con san Pedro, el primer Papa de la historia, a quien mandó un ángel para liberarlo de la cárcel estando injustamente preso.

Y así como los ángeles han ayudado y ayudan a muchos hombres, cada uno de nosotros tiene un ángel al que llamamos «ángel de la guarda», porque su oficio, su trabajo, es nuestro cuidado y vigilancia.

El ángel de la guarda será siempre nuestro amigo, y aunque no lo veamos, tenemos la seguridad de que está muy pendiente de lo que hacemos cada día.

Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto san Jerónimo: «Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia».

En el Antiguo Testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5).