Colaboraciones
Hegel, Marx, Engels, santo Tomás y la existencia de Dios
20 marzo, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Para Fernando Ocáriz (F. Ocáriz, El marxismo. Teoría y práctica de una revolución, Palabra, Madrid 1980), no hay un marxismo, sino diversos marxismos. Cabe señalar, según Fernando Ocáriz, «cuatro elementos o coordenadas principales que definen cualquier tipo de marxismo que se llame así con un mínimo de rigor. Estos elementos son: ateísmo, materialismo, dialéctica y socialismo». «Es obvio, dice Ocáriz, que un cristiano no puede ser ateo; ni aceptar la explicación marxista sobre la religión, ni el materialismo que niega la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, ni la negación de la existencia de una verdad y de un bien objetivos previos e independientes de la praxis humana, ni la negación de la moral y del Derecho, ni la negación de que el hombre tenga una esencia —un modo de ser— estable, ni la negación de la libertad de la persona, etc.».
Para Ocáriz, «el marxismo es una visión global del mundo, invertida respecto a la filosofía realista y respecto al cristianismo».
Hegel (Stuttgart, 24 agosto de 1770-Berlín, 14 de noviembre de 1831) se consideró a sí mismo el momento culminante de la Filosofía, su acabamiento. En Hegel, Dios era más un mito que otra cosa; lo que él llamaba Absoluto era algo en continuo devenir, que contenía en sí el ser y la nada, la eternidad y el tiempo. El Absoluto de Hegel no tenía nada que ver con el Dios cristiano —a pesar de algunas apariencias— y ya es lugar común que el «secreto» del sistema hegeliano es el ateísmo.
Para Hegel el Absoluto es la síntesis y conclusión suprema, el «resultado» de todo el proceso dialéctico. Hegel no puede aceptar la «intuición intelectual» de Fichte y Schelling como órgano de todo pensamiento trascendental: el nuevo idealismo es el mecanismo del nacimiento del mundo objetivo desde el principio interno de la actividad espiritual, cuyo primer contenido es el Absoluto, Dios mismo.
«Descubrir que el Dios de Hegel es una proyección fantástica del ser humano, no es en absoluto una crítica al verdadero Dios, al que puede llegar la razón humana bien empleada, precisamente a partir de la realidad del mundo, y conocido más perfectamente por la fe sobrenatural» (F. Ocáriz, El marxismo. Teoría y práctica de una revolución).
Para Hegel —que lo aprendió en la teología de Böhme (místico, teólogo y pensador perteneciente a la corriente luterana)— el esquema auténtico de la dialéctica es el dogma cristiano de la Trinidad: el Padre, Potencia, un universal abstracto, se desdobla en el Hijo y este, contemplándose a sí mismo, es el Espíritu Santo —tres momentos que constituyen una única realidad— (Philos. d. Gesch., I, 35 ss.). Pero Hegel sitúa la religión a mitad de camino entre la filosofía y el arte, porque permanece aún ligada a la imagen y, por tanto, inferior a la filosofía. De modo semejante, el dogma de la Encarnación, despojado de su contenido específico, se reduce en la dialéctica hegeliana al conocimiento que la autoconciencia ha logrado de sí misma en Cristo acerca de la identidad de lo humano y lo divino: por ello se comprende el influjo enorme de Hegel en el liberalismo dogmático y bíblico y en el laicismo en general, y el que se le haya acusado incluso de ateísmo.
Marx, Engels, y en general los que no han estudiado el tema, piensan que las pruebas tradicionales de la existencia de Dios se basan en la presunta necesidad de explicar el comienzo del universo; que el punto de partida de la demostración está en el «comienzo» del universo, como si el dilema fuera: «¿ha sido creado el mundo por Dios o existe desde la eternidad?». Sin embargo, Tomás de Aquino (1225-1274) el que —en la línea de la mejor tradición de los clásicos— ha mostrado con mayor rigor los caminos para llegar a la demostración racional de la existencia de Dios, no tuvo inconveniente en afirmar que racionalmente no se puede demostrar que el mundo no sea eterno. Para santo Tomás, sabemos que el universo no es eterno sólo por la fe, no por la filosofía racional. Sin embargo, el santo de Aquino, demuestra rigurosamente la existencia de Dios partiendo de la insuficiencia actual del mundo para justificar su propia existencia, prescindiendo del tema del comienzo. Es decir, la prueba remonta directamente a las causas que actualmente se requieren —no a las que en el comienzo fueron requeridas— para fundar su existencia. Porque no ya el comienzo del universo, sino el comienzo y la conservación de cada uno de los entes, por insignificante que sea, postulan la existencia de una Causa primera, trascendente al mundo, omnipotente, creadora y conservadora de todas las cosas que de algún modo son.
El marxismo, se declara antimetafísico (la Metafísica y la espiritualidad brindan respuestas a los problemas de la existencia. Uno de los temas centrales en la Metafísica es la naturaleza del ser y la consciencia. La Metafísica influye en la espiritualidad. La Metafísica es una rama fundamental de la filosofía que se dedica a explorar las preguntas más profundas y esenciales sobre la naturaleza de la realidad, la existencia y el ser. Su objeto de estudio es la naturaleza última de la realidad. Con la consolidación de la Modernidad, el estudio del «ser» de las cosas se restringió al campo de la ontología, dejando para la Metafísica la cuestión de «Dios», Teología Racional. Metafísica: ciencia de los fenómenos mentales y de las leyes del pensamiento. Metafísica es la ciencia del ente como ente. Metafísica, o ciencia del ser); huye (el marxismo), en consecuencia, del uso de la razón para continuar con un discurso riguroso: la experiencia sensible, se ciega a sí mismo para comprender tales cosas, y al tiempo se desautoriza para una crítica válida de lo que acríticamente —a priori— ha querido negar.
En cuanto a la fundación última del deber, el núcleo es claro: si el deber ser se basa en el ser, el deber, en su realidad absoluta, ha de tener su fundamento en el Ser Absoluto, que es Dios. Esto es así, a pesar de que el hombre pueda rechazarlo, porque no sin razón Millán-Puelles hace que una frase de Albert Camus preceda a todo el libro (Antonio Millán-Puelles, La libre afirmación de nuestro ser, Rialp, Madrid 1994, 560 páginas): «El hombre es la única criatura que rechaza ser lo que es». Pero puede también abrazar lo que es; y esa es la ética realista, la libre afirmación de nuestro ser.