Colaboraciones

 

El existencialismo es un humanismo, de Jean-Paul Sartre (y III)

 

 

 

03 febrero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

Un texto de su libro El existencialismo es un humanismo

Dice Sartre:

«El existencialista, por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres. Dostoievski escribe: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. Este es el punto de partida del existencialismo» (Sartre, J. P., El existencialismo es un humanismo, trad. Francisco Caballero Quemades y Miguel Corella Lacasa, Edit. Santillana, 1996, Madrid, p. 25).

 

Sartre, un ateo coherente y, mejor dicho, consecuente

Como él mismo dice, «¿dónde está escrito que el bien exista?, ¿dónde está escrito que no haya que mentir? Con la "muerte de Dios" desaparece el bien a priori, y no es casualidad que entonces aparezca el pragmatismo como la corriente más razonable, ya que, si no existe la verdad, por lo menos se buscará qué es lo más útil. Si solamente hay hombres, toda verdad no será transcendente sino humana, es decir, histórica, es decir, contingente.

»Y repito: si solamente hay hombres, entonces, no cabe hablar de la dignidad humana, puesto que dicha dignidad sería autoconcedida, puesto que, ¿quién le concede la dignidad al hombre si no es a su vez otro hombre?».

Es en este caldo de cultivo donde sí hay lugar para una ética nietzscheana (en realidad, Nietzsche siempre nos deja desconcertados a este respecto. Si bien, por un lado, lo que parece defender es una pluralidad de morales y virtudes, como un acto de creación autónomo, en contraposición al cristianismo que se presentaba como «la moral en sí»; sin embargo, por otro lado, este pluralismo parece llegar a su fin con su «moral de señores» sobre la «moral de esclavos» que plantea en su Genealogía de la moral. Nietzsche vuelve a caer en la misma trampa que la sociedad postmoderna: no existe ninguna verdad, no existe ninguna moral verdadera, ninguna moral «en sí», cada uno debe inventar su propio imperativo categórico, pero posteriormente su planteamiento en la obra citada no ofrece ningún, podríamos llamarlo así, «autocreacionismo» moral, sino más bien una jerarquía de unos valores sobre otros), pues aquí hay ya un espacio para hablar de una moral de señores sobre una moral de esclavos, puesto que no habiendo verdad, se da un vacío en el cual se puede construir casi cualquier cosa no siendo esta ni verdadera ni falsa.

Ya no existe el «bien en sí», no existe el imperativo categórico de modo válido para todos, sino que cada uno dice y decide qué es lo bueno y lo malo según su criterio y según su espíritu de hombre autónomo, por lo que aquí se cumple lo que decía Espinoza, de que los términos bueno y malo no son otra cosa que proyecciones imaginarias.

Una vez que se perpetúa en el pensamiento la "muerte de Dios", la consecuencia más inmediata será la muerte de su hijo: el hombre. Si Nietzsche anunció el final de la metafísica (dios), posteriormente Foucault anunciará el fin de la antropología (el fin del hombre) ya que «Nietzsche encontró de nuevo el punto en el que Dios y el hombre se pertenecen uno a otro, en el que la muerte del segundo es sinónimo de la desaparición del primero y en el que la promesa del superhombre significa primero y antes que nada la inminencia de la muerte del hombre» (Foucault, M. Las palabras y las cosas, trad. Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI, 2010, p. 354).

 

Foucault

Sería quizá oportuno haberle planteado a Foucault dos cuestiones:

1ª) Si no existe la verdad, y todo se reduce a una proliferación de discursos, entonces, Foucault también nos está transmitiendo su propio discurso que será igual de contingente que el resto de discursos, y

2ª) Si para que el hombre sea libre debemos liberarlo de los diferentes discursos, en el caso de que esto fuera posible, ¿es que acaso cuando esa «nueva subjetividad» se reconstruya no lo habrá hecho en base a un nuevo discurso igualmente contingente que el resto, aunque paradójicamente con pretensión de verdadero o legítimo?

 

Una época dominada por la sospecha

No cabe duda de que ha sido una época dominada por la sospecha, sin embargo, consideramos que ha llegado el momento de sospechar de esa sospecha. Lo que estamos proponiendo es un «Lacan contra Lacan», un «Foucault contra Foucault», un «Nietzsche contra Nietzsche», es decir, analizar el postmodernismo desde la trampa que ellos mismo crearon. (Lacan, J., El triunfo de la religión. Precedido de Discurso a los católicos. Trad. Nora González, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2005, p.79).

 

Sartre, principal representante y difusor del pensamiento existencialista

Sartre se caracterizó por ser el principal representante y difusor del pensamiento existencialista. Es el que más ha contribuido a su formación y desarrollo, no sólo con obras de carácter filosófico, sino también con su obra literaria, con la que logro mayor influencia y difusión.

Lo que más destaca de su pensamiento es su ontología fenomenológica: parte de la afirmación de que lo que existe es lo que aparece, lo que se manifiesta, el fenómeno; lo que es lo mismo, la apariencia no se esconde, sino que revela su esencia; la esencia misma que se manifiesta se revela tal como es.

Esta descripción fenomenológica le lleva a distinguir entre el ser en sí y el ser para sí. En realidad, el ser en conjunto consiste en una relación dialéctica entre estos dos polos: el ser y la nada.

El ser en sí es el objeto, la cosa. El ser es lo que es, y nada más. Es una entidad densa, encerrada en sí misma, no mantiene relación con ningún otro. No existe fuera de sí y se agota en sí mismo. No puede llegar a ser otro, y de esta carencia de relación se explica su incognoscibilidad.

Este ser no es todo el ser. Existe una extraña relación de ser y no ser: el ser para sí. Es la conciencia o realidad humana. Es un ser incompleto, no acabado, que ha de realizarse. Es, sobre todo, conciencia de la nada, puesto que puede ser de otra manera, aspira a otro ser. En el ser para sí encontramos el no ser.

Mientras el ser en sí es lo que es; el ser para sí, el hombre, es un proyecto, que existe en la medida que se realiza. El hombre debe romper la opacidad del ser en sí para relacionarse con el mundo, con la temporalidad concreta. El ser en sí es tranquilo, porque no se cuestiona nada. El ser para sí vive la intranquilidad de ser más o de otra manera. Esta proyección hacia la realización es un sentimiento de vértigo que Sartre denomina náusea.

Sartre identifica la nada con la libertad: el hombre tiene que existir en una actividad, en una serie de actos que él mismo elige para llegar a ser él mismo. La nada puede llegar a ser, porque tiene en ella la posibilidad, la capacidad de realizarse a sí misma. La nada es el hombre. El hombre es angustia, la angustia de la libertad de elección: «Estamos condenados a la libertad». En el verso de Machado se reconoce el concepto de libertad existencialista: «Se hace camino al andar».

No existe, desde este punto de vista, más ética que la de la situación, una ética concreta en la que la conciencia de libertad es el fundamento de los valores. La vida no tiene sentido antes de ser vivida, no se justifican por tanto las morales materiales teleológicas.

La ontología de Sartre se reduce a antropología. No cabe entender al hombre, existencialmente, más que como subjetividad. No es una subjetividad abstracta (el «yo pienso» cartesiano), sino una subjetividad en la que la existencia concreta es anterior a la esencia. Una subjetividad caracterizada por el compromiso de la realización del proyecto propio.

Además, se entiende como intersubjetividad. Es imposible concebir el «yo» sin el «tú». La libertad es en realidad dialéctica de libertades. Mi libertad de elección se enfrenta con la libertad de elección de los otros. En este contexto se entiende la frase: «el infierno son los otros». La contemplación del ejercicio de la libertad de otros es objetivar o cosificar al otro. Así instalamos en el orden del «ser en sí» a los demás. Al contrario, dialécticamente, en la mirada del otro reconozco mi esclavitud (alienación). Esto genera relacionas conflictivas, que en unos casos buscan la asimilación de la libertad de uno en la del otro, y en otros casos el intento de afrontar desde mi libertad la del otro. Esta lucha conlleva que la experiencia de la libertad pague el precio de la soledad.

 

Humanismo existencialista de Sartre

El humanismo existencialista de Sartre no toma como fin al hombre, sino que lo considera siempre fuera de sí mismo, trascendiéndose en la subjetividad (intencionalidad). El hombre, ser para sí, es el legislador y creador de valores, que sustituye a Dios. El humanismo existencialista es un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente que no hunde al hombre en la desesperación.

La paradoja inexorable del humanismo ateo: el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser —el absoluto—, y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser.