Colaboraciones
La misión de los padres y profesores: enseñar con autoridad
21 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
El maestro es el educador y el educador debe ser llamado correctamente maestro.
Los maestros pueden y deben ser los mejores aliados en la educación de los hijos.
La autoridad de los maestros se fundamenta en lo que son, pero también en lo que saben. Deben demostrar sus conocimientos y saber transmitirlos: «No es suficiente con que el educador tenga una formación de diez; también debe ser buena persona y tener una serie de virtudes», asegura Elda María Millán, doctora en Educación. Ya lo decía el Papa san Juan Pablo II: «La escuela debe formar al hombre y no informarle simplemente».
Pensamos que la calidad de la educación depende en buena medida de la calidad de los maestros y por tanto del auténtico protagonismo de ellos en la escuela.
Si en cada una de nuestras escuelas —hablamos de las escuelas católicas— todos los que han asumido la misión de enseñar fueran verdaderamente discípulos de Cristo otro sería el cantar en el sistema educativo católico y en el país entero.
Enseñar con autoridad es enseñar de tal manera que se ayude a los demás a encontrar solución a sus problemas y sentido a sus vidas. No se trata sólo de cosas útiles y prácticas, sino de un tipo de enseñanza que ayuda a las personas a ser «autores/as» de sus vidas. Esto es lo que significa «autoridad». Por tanto, una persona que enseña con autoridad no sólo ofrece información sobre los temas que trata, sino que ayuda a vivir más plenamente la vida, encontrando su sentido más profundo.
Encontrar un verdadero maestro o una verdadera maestra, es una de las bendiciones más grandes que Dios puede conceder para el crecimiento como seres humanos. Sin ellos, la vida sería mucho más difícil y los caminos de este mundo, menos amables.
Que la forma de enseñar sea como la de Jesús. Llena de autoridad para ayudar a las personas que se tienen cerca, a crecer y vivir más plenamente.
La misión de los padres y profesores es ayudar a crecer en todos los aspectos a los chicos. Por ello, difícilmente se podrá educar si no se tiene autoridad.
Muchos no son maestros sino mercenarios: enseñan lo que está de moda, dicen lo que queda bien, hoy hay mucho miedo a aparecer como católicos. Hay como un afán de éxito y gloria, decir lo que conviene. Recuerdo a un amigo que, al volver de una reunión donde expuso unas ideas que me parecieron vacías, pensé que las había dicho para quedar bien, para gustar, le pregunté: «De todo esto, ¿tú en realidad qué piensas?» y me contestó tranquilo: «Yo ya no sé lo que pienso», sabía lo que convenía decir, no sabía lo que era verdad. La vanidad, comodidad, ambición, seduce como cantos de sirenas y muchos pierden la cabeza... Hay un cinismo de pensar lo que está de moda, «vender» lo que conviene.
Jesús en cambio dice la verdad, sin avasallar: está lleno de respeto ante la libertad del hombre, nunca le hace violencia; no engaña con sugestiones como la publicidad, ni con un entusiasmo superficial, ni por terror (aunque los hombres muchas veces basen la educación en el miedo), ni por sorpresa, como decía Guardini: «Siempre apela a la responsabilidad del que escucha y le lleva al punto donde ha de decir “sí” o “no”». Frente a los que quieren éxito, Jesús nos muestra la búsqueda de la verdad, enseña lo auténtico, lo que se vive. Estos son los frutos que perduran, lo demás se pudre. Jesús vino para manifestarnos la verdad, como le dice a Pilatos: «Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). No se oculta, ni lleva una vida solitaria, sino que se manifiesta ante todos. No deja que le retengan sólo con algunos, en una ciudad: «Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades, porque para esto he sido enviado» (Jn 4, 43).
El ejemplo de Jesús nos da la clave para profundizar luego en tantos valores. Concretamente, a enfocar el tema de la autoridad, que todo educador desea entender, ese misterioso talento, y distinguirlo del poder... el poder que se impone por la fuerza reprime al que está debajo, la autoridad en cambio tiene fuerza en sí misma y provoca seguimiento; es algo que se puede perder o ganar, y muchas veces se piensa en cómo «ganar la autoridad con los alumnos».
Ejercer adecuadamente la autoridad. La permisividad es consecuencia de la falta de autoridad.
No existe educación sin autoridad ni autoridad sin amor. Tanto padres como educadores necesitan aprender a ejercer la autoridad para desarrollar plenamente su labor educativa.
La grandeza de la autoridad, de toda autoridad, radica en que viene de Dios. Así se lo dijo Cristo: «No tendrías autoridad alguna sobre mí, si no te la hubieran dado de Arriba» (Jn 19, 11). También la carta a los Romanos lo dice claramente: «Todos deben someterse a las autoridades. No hay autoridad que no venga de Dios, y las que hay, por él han sido establecidas. Por tanto, quien se opone a la autoridad, se opone al orden establecido por Dios, y los que se oponen recibirán su merecido» (Rm 13, 1-2).
De esto se deducen varias cosas:
a) Que la autoridad es un don, una gracia recibida de Dios. Gracia, no para disfrutarla nosotros egoísticamente; sino, más bien, para ponerla al servicio de los demás; en el caso de los padres de familia: para ponerla al servicio de sus hijos. La autoridad como padre o madre de familia es, pues, una participación de la misma autoridad de Dios. De aquí se deduce otra conclusión:
b) Que los padres deben reflejar la imagen paterno-materna de Dios al ejercer la autoridad sobre sus hijos. Imagen que debe ser al mismo tiempo, amorosa y exigente, o si se quiere, amorosamente exigente. Nadie hay más amoroso que Dios, pero también nadie hay más exigente que el mismo Dios. Por eso urge que todo padre/madre de familia plasme en su vida los rasgos, la fisonomía de la autoridad de Dios, es decir, que sea un reflejo nítido de la imagen de Dios.
Dicha autoridad, vista así, se convierte en una seria responsabilidad:
a) Responsabilidad frente a Dios: de Quien los padres han recibido ese encargo, en nombre del Cual están ejerciéndola, y ante Quien tienen que rendir cuentas de la misma. Cada padre/madre tiene en sus manos algo que no es suyo, que es de Dios: sus hijos, a quienes con su autoridad tienen que educar, formar y llevar a Dios.
b) Responsabilidad frente a toda familia humana: el ejercicio de la autoridad repercute para bien o para mal en la familia humana, de la que nosotros formamos parte. Si todas las familias tomaran conciencia de cuanto se está diciendo, el principio de autoridad, hoy día tan minusvalorado, menospreciado y pisoteado en tantos hogares, estaría en auge, en alza.
c) Responsabilidad frente a los propios hijos: tienen el derecho a esperar de sus padres toda la firmeza, la bondad, el cariño y exigencia de Dios Padre, a quien ellos, sus padres, representan. Responsabilidad frente a sus hijos, porque ellos seguirán las huellas de sus padres, llevarán la antorcha, el estandarte, la estafeta que sus padres pongan en sus manos. Ellos serán en unos años padres y madres de familia. ¡Qué grave responsabilidad la de los padres!
Junto a esta responsabilidad hay otra vertiente de la autoridad, que la convierte en algo noble, digno y grande. La autoridad es un servicio. ¿Qué significa esto?
a) Que los padres no ejercen su autoridad para desfogar su mal humor, sus disgustos, sus enojos, su despotismo, su afán de imponerse, y querer tener siempre la razón.
b) Que Dios les ha dado esa autoridad para servir al bien y a la promoción de sus hijos, hacerles madurar, llevarles por el camino de la realización humana y cristiana. De aquí la importancia de prepararse para ser padres y madres competentes, instruidos, a la altura de esta misión de servicio y educación.
c) Que esa autoridad requiere sacrificio, amor que se inmola: amor que ora por sus hijos, vigila a sus hijos, que exige, que se adelanta, que comparte, comprende, perdona, pide cuentas.
d) Que esa autoridad abarca el acogerles, escucharles, respetarles como son. Darles la impresión y la certeza de que toman en serio a los hijos.
e) Que esa autoridad, finalmente, presta el mejor servicio con el testimonio de vida. Testimonio de amor a Dios. Testimonio de dignidad humana, de respeto mutuo, de entrega a sus tareas.
Tratando de resumir las cualidades de la autoridad educativa, apuntaríamos las siguientes: Autoridad digna (los hijos tienen que ver en sus padres una gran dignidad humana); Autoridad firme (no rigidez que destruye o aplasta; ni frialdad insensible e indiferente que hiela o aleja; ni ira de un espíritu desequilibrado que asusta); Autoridad bondadosa (firmeza, sí, pero también bondad con amor y dulzura).