Colaboraciones

 

Abandonarnos en las manos de Dios

 

 

 

21 agosto, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Si creemos que Dios es amor y nos ama con todo su infinito amor, la conclusión lógica es que podemos abandonarnos tranquilamente en sus manos, sabiendo que Él piensa en nosotros y nos cuida y quiere lo mejor para nosotros. Abandonarse es fiarse de Dios. Es aceptar su voluntad en cada instante. Es no rebelarse contra sus planes sobre nosotros. Es dejarse llevar sin preguntar a dónde ni porqué. Es entregarle la responsabilidad de la vida. Algo así como firmarle un cheque en blanco. Abandonarse significa estar en permanente actitud de escucha y de apertura a su voluntad en cada momento. Es estar totalmente disponible a sus planes. Es dejarse perder en su Amor como una gota de agua en el mar. Es creer hasta la audacia en su providencia amorosa. Por eso, preguntamos: ¿Estamos dispuestos a aceptar una enfermedad o cualquier otra desgracia humana sin rebelarse contra Él? Entonces, ¿por qué tenemos miedo de abandonarle?, ¿no nos fiamos?, ¿no estamos dispuestos a aceptar el sufrimiento?, ¿solamente queremos recibir bienes y alegrías?

Dejemos que Él piense por nosotros en lo que más nos conviene. Dejémosle actuar y confiar en Él. Podemos estar seguros que será la mejor decisión de nuestra vida, porque Dios necesita tener las manos libres para hacer de nuestra vida una obra de arte espiritual. Él nos dice: «Yo nunca te dejaré ni te abandonaré» (Jos 1, 5; Heb 13, 5). Podemos estar seguros que Él nunca nos va a fallar ni nos va a engañar. Vale la pena abandonarse en los brazos de un Dios tan bueno y misericordioso. Si así lo hacemos, veremos maravillas en nuestra vida.

La confianza es esencial en la vida humana. Si un hijo no tuviera confianza en su madre o una esposa en su esposo, ¿cómo podrían vivir? Lo mismo pasa en la vida espiritual, si desconfiamos de Dios, si le tenemos miedo, si pensamos que si seguimos su voluntad nos va a llevar por caminos de sufrimiento, nuestra vida espiritual será un ir tirando. Nos faltarán las alas de la confianza para correr y volar por los caminos del espíritu.

No nos confundamos ni nos agitemos pensando en nuestros problemas. Hay que esforzarse y poner de nuestra parte en lo que podamos y luego confiar en Dios. Cerremos los ojos y digámosle repetidamente: Jesús, yo te amo y confío en Ti.

Abandonémonos en Dios. No temamos. Respiremos hondo. Reaccionemos, pensemos, confiemos y dejémonos llevar por Él sin condiciones. Él nos dice: «No tengas miedo, solamente confía en Mí» (Mc 5, 36). «No tengas miedo, porque yo estoy contigo» (Is 41, 10).