Documentación
Mensaje de Juan Pablo II para el DOMUND
«Misión: Pan partido para el mundo»
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 abril 2005 (ZENIT.org).-
La Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó este viernes el Mensaje para la
Jornada Mundial de las Misiones que Juan Pablo II había firmado el 22 de febrero
de 2005. La Jornada tendrá lugar el domingo 23 de octubre, también conocido como
DOMUND. El título del mensaje es «Misión: Pan partido para el mundo».
* * *
Queridos Hermanos y Hermanas:
1. En este año dedicado a la Eucaristía, la Jornada Misionera Mundial, nos ayuda
a comprender mejor el sentido «eucarístico» de nuestra existencia, reviviendo el
clima del Cenáculo, cuando Jesús, en la víspera de su pasión, se ofreció a sí
mismo al mundo: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y
después de dar gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo que se da por
vosotros; haced esto en conmemoración mía» (1Cor 11, 23–24).
En la reciente Carta apostólica «Mane nobiscum Domine» he invitado a contemplar
a Jesús «pan partido» para toda la humanidad. Siguiendo su ejemplo, también
nosotros debemos dar la vida por los hermanos, especialmente los más
necesitados. La Eucaristía conlleva «el signo de la universalidad», y de manera
sacramental prefigura lo que sucederá «cuando todos los que participan de la
naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando
unánimes la gloria de Dios, puedan decir: "Padre nuestro"» (Ad« gentes», 7). De
tal manera la Eucaristía, mientras hace comprender plenamente el sentido de la
misión, anima a cada creyente, y especialmente a los misioneros, a ser «pan
partido para la vida del mundo».
La humanidad tiene necesidad de Cristo «pan partido»
2. En nuestra época, la sociedad humana parece que está envuelta por espesas
tinieblas, mientras es turbada por acontecimientos dramáticos y trastornada por
catastróficos desastres naturales. Pero, como durante «la noche en que fue
entregado» (1Cor 11, 23), también hoy Jesús «parte el pan» (Mt 26, 26) para
nosotros, y en las Celebraciones eucarísticas se ofrece a sí mismo bajo el signo
sacramental de su amor por todos. Por esto he querido recordar que «la
Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también
proyecto de solidaridad para toda la humanidad» («Mane nobiscum Domine», 27); es
«pan del cielo» que, dando la vida eterna (cfr. Jn 6, 33), abre el corazón de
los hombres a una gran esperanza.
El mismo Redentor, que a la vista de la muchedumbre necesitada sintió compasión
«porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36),
presente en la Eucaristía, continúa a lo largo de los siglos manifestando
compasión hacia la humanidad que se encuentra en la pobreza y en el sufrimiento.
En su nombre, los agentes pastorales y los misioneros recorren caminos no
explorados para llevar a todos el «pan» de la salvación. Les anima la conciencia
de que unidos a Cristo «no sólo centro de la historia de la Iglesia, sino
también de la historia de la humanidad (cfr. Ef 1, 10; Col 1, 15–20)» («Mane
nobiscum Domine», 6), es posible satisfacer los anhelos más íntimas del corazón
humano.
Jesús solo puede apagar el hambre de amor y la sed de justicia de los hombres;
sólo Él hace posible a cada persona la participación en la vida eterna: «Yo soy
el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre» (Jn
6, 51).
La Iglesia, junto con Cristo, se hace «pan partido»
3. La Comunidad eclesial, cuando celebra la Eucaristía, de manera especial el
domingo, día del Señor, experimenta a la luz de la fe, el valor del encuentro
con Cristo resucitado, y adquiere cada vez más conciencia de que el Sacrificio
eucarístico es «para todos» (Mt 26, 28). Si uno se alimenta del Cuerpo y de la
Sangre del Señor crucificado y resucitado, no puede tener sólo para sí mismo
este «don». Al contrario, es necesario difundirlo. El amor apasionado por Cristo
conduce al anuncio valiente de Cristo; anuncio que, con el martirio, se
convierte en ofrenda suprema de amor a Dios y a los hermanos. La Eucaristía
apremia a una generosa acción evangelizadora y a un compromiso activo en la
edificación de una sociedad más equitativa y fraterna.
De todo corazón, deseo que el Año de la Eucaristía motive a todas las
comunidades cristianas a caminar «con generosidad fraterna» al encuentro de
«alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo» («Mane nobiscum Domine»,
28). Esto, porque «por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los
necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cfr. Jn 13,
35; Mt 25, 31–46). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de
nuestras celebraciones eucarísticas» («Mane nobiscum Domine», 28).
Los misioneros, «pan partido» para la vida del mundo
4. También hoy Cristo manda a sus discípulos: «dadles vosotros de comer» (Mt 14,
16). En su nombre, los misioneros acuden a tantas partes del mundo para anunciar
y ser testigos del Evangelio. Los misioneros hacen resonar, con su acción, las
palabras del Redentor: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá
hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed» (Jn 6, 35); ellos mismo se
hacen «pan partido» para los hermanos, llegando a veces hasta el sacrificio de
la vida.
¡Cuántos misioneros mártires en este tiempo nuestro! ¡Que su ejemplo arrastre
muchos jóvenes en el camino de la heroica fidelidad a Cristo! La Iglesia tiene
necesidad de hombres y de mujeres que estén dispuestos a consagrarse totalmente
a la gran causa del Evangelio.
La Jornada Misionera Mundial constituye una oportuna circunstancia para tomar
conciencia de la urgente necesidad de participar en la misión evangelizadora en
la que se encuentran comprometidas las Comunidades locales y tantos Organismos
eclesiales y, de modo particular, las Obras Misionales Pontificias y los
Institutos Misioneros. Es misión que, además de la oración y del sacrificio,
espera también un apoyo material concreto. Una vez más aprovecho la ocasión para
subrayar el precioso servicio que realizan las Obras Misionales Pontificias, e
invito a todos a apoyarlas con una generosa cooperación espiritual y material.
Que la Virgen, Madre de Dios, nos ayude a revivir la experiencia del Cenáculo,
para que nuestras comunidades eclesiales sean auténticamente «católicas»; es
decir, Comunidades donde la «espiritualidad misionera», que es «comunión íntima
con Cristo» («Redemptoris Missio», 88), se sitúa en íntima relación con la
«espiritualidad eucarística», que tiene como modelo a María, «Mujer eucarística»
(«Ecclesia de Eucharistia», 53); Comunidades que permanecen abiertas a la voz
del Espíritu y a las necesidades de la humanidad; Comunidades donde los
creyentes, y especialmente los misioneros, no dudan en hacerse «pan partido para
la vida del mundo».
¡A todos mi Bendición!
En el Vaticano, 22 de febrero de 2005, fiesta de la Cátedra de San Pedro.
IOANNES PAULUS II
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede]
ZS05041507