Tribunas
04/11/2025
Rosalía y la generación que busca su rostro
Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.
El nuevo álbum de Rosalía ha abierto el debate sobre si la cantante está mostrando un acercamiento a la fe católica o, simplemente, emplea la iconografía religiosa como recurso estético. Tal vez, como sostienen algunos, se trata de una provocación con fines comerciales, y no sería la primera artista en hacerlo. No obstante, vale la pena escucharla para no juzgar a la primera de cambio.
En el podcast Radio Noia aseguró que “Dios es el único que puede llenar los espacios si tú tienes la predisposición, la actitud y la manera de abrirte para que eso pueda pasar”. “A veces te confundes, pensando que con algo material lo puedes llenar, con una experiencia, un lío en el que te metes o incluso las relaciones románticas en las que pones a la pareja en un pedestal. A lo mejor estamos confundiendo este espacio. Será que este espacio es el espacio de Dios”, reflexiona repantigada en una cama. En entrevistas más recientes, ha confesado haber pasado “toda la vida con esta sensación de vacío, de sentir que este mundo no podrá llenar ese vacío”.
Así, pese a que la portada de su disco y ciertas imágenes del videoclip, aun sin pretender mofarse, tiran para atrás (el hábito de novicia no debería asemejarse a una mortaja o a una camisa de fuerza, el rosario no se muerde y los crucifijos no se usan como adornos de zapatos…) y aunque su discurso resulta enmarañado (antes que la fe cristiana, trasluce más bien una espiritualidad ecléctica que toma prestados símbolos católicos), la arriesgada promoción, y el mismo hecho de todo forme parte una táctica publicitaria, no hace desconfiar de la cantante catalana. Igual me equivoco, pero parece sincera en su búsqueda (inspirada, según dice, en Hildegarda de Bingen y Teresa de Ávila; nada más y nada menos).
Además, es propio de una artista que su sensibilidad le lleve a plantearse las grandes preguntas y proponerlas, con su obra, al espectador. Si el arte no apunta a la trascendencia, no es arte; es otra cosa. Rosalía parece estar tocando esas fibras y es posible que muchos de sus fans que experimentan este mismo vacío, a menudo escondido tras las apariencias de redes sociales, se sientan interpelados.
Ahora bien, si la cantante ha despertado la controversia sobre un posible resurgir del interés por lo católico en España no se debe sólo a su popularidad. Coincide con el triunfo de la película de Aluda Ruiz de Azúa en el festival de San Sebastián, con que Byung-Chul haya recibido el Premio Princesa de Asturias de Humanidades y, si nos remontamos unos meses, con el acercamiento de Javier Cercas al Vaticano sin prejuicios anticlericales en su último libro.
Si a esto se suman fenómenos de distinta naturaleza como Hakuna -que llena cada recinto donde actúa-, que muchos chavales luzcan a la Virgen del Carmen en su cuello, o la grata sorpresa de que cada vez más personas se acerquen a las librerías interesadas por Chesterton, da que pensar que algo está pasando.
¿Ese “algo” es un “giro católico”, como sugiere Diego Garrocho? Juan Manuel de Prada advierte de que podría tratarse de un movimiento reactivo emocional, una especie de rebeldía de una generación que ha descubierto que proclamarse católico hoy puede sonar vanguardista. Sergio del Molino propone otra lectura: estaríamos asistiendo al cierre de ciclo del laicismo europeo, que tras dos siglos, ha convertido la religión en mero objeto de debate.
Es cierto que se están cocinando diversas imposturas y hay quien interpreta equivocadamente el catolicismo como una moda a la que sumarse; también resulta razonable que dicha confusión pueda entenderse como un éxito paradójico del laicismo, que ha reducido la fe a una tendencia cultural.
Ahora bien, hay personas que acuden a estos conciertos, leen estos libros y no esconden su escapulario por razón de su fe, bien transmitida en casa, bien abrazada en un contexto social que la ha proscrito, porque Dios no necesita un caldo de cultivo para encontrarse con el hombre. De hecho, podría acontecer en nuestro país lo que está ocurriendo en Inglaterra, Estados Unidos, incluso en la Francia del funesto Emmanuel Macron, donde sólo entre 2024 y 2025 el número de adultos bautizados ha crecido un 45 por ciento.
Diferentes razones pueden estar contribuyendo a ello. De una parte, lo que apunta Garrocho: “En un mundo progresivamente más hostil y refractario a las certezas estables, la vuelta de valores densos, capaces de jerarquizar la realidad, puede resultar atractiva para muchas personas. Quizá, también, los más jóvenes se hayan dado cuenta de que es imposible vivir en un mundo sin perdón ni misericordia. Para algunos, la negación de la trascendencia, la impugnación consciente de la belleza, la renuncia a la condición ritual y litúrgica del ser humano o el abandono del cultivo del espíritu han generado un movimiento reactivo en las nuevas generaciones, que de nuevo han encontrado refugio en la fe”.
No obstante, conviene discernir si se trata de un giro católico o simplemente religioso, pues no es lo mismo. El hombre es un animal religioso, y es normal que le salga, por así decirlo, el impulso más profundo de su naturaleza, pero no se puede confundir la religiosidad con el catolicismo. Muchos católicos han perdonado a sus enemigos, incluso los mártires a sus verdugos, por ejemplo. ¿Esto se está dando a nuestro alrededor? ¿Se dará?
Lo que está claro es que los chavales sufren una pérdida de sentido propiciada por la imposición de una modernidad laica (por cierto, muy torpe, pues les impide comprender nuestra historia y cultura), y algunos tratan de remediar esta mutilación acudiendo a la fe de sus abuelos porque España les resulta inhabitable, y no sólo por causa de políticos corruptos, leyes deshumanizantes o porque no pueden acceder a una vivienda. También están quienes no saben dónde recurrir.
Unos y otros, conscientes o no, buscan un rostro. Esta es la generación que busca su rostro, como otras generaciones antes. Urge entonces señalarles que está en un establo. En una cruz.