Tribunas
04/11/2025
Acompañar el alma también cura
Borja Castillo
Director de la Fundación Dignia.
El Papa Francisco bendice a un enfermo.

Cada noviembre, el calendario nos invita a detenernos. El 1 de noviembre celebramos a los santos —a quienes creemos que ya viven en plenitud— y el 2 recordamos a todos los difuntos, a los que amamos y ya no están. Son días de memoria y trascendencia: de mirar hacia atrás y hacia adentro, hacia lo que no muere.
En cuidados paliativos, esos días son una metáfora de lo que hacemos cada jornada: acompañar el tránsito entre la vida y la eternidad, entre el dolor y la paz. Acompañamos no solo cuerpos enfermos, sino almas que buscan sentido. Es lo que Cicely Saunders, fundadora del movimiento moderno de cuidados paliativos, llamó el “dolor total”: físico, emocional, social y espiritual. “No se puede aliviar el sufrimiento si se ignora el alma de quien lo padece”, escribió hace más de medio siglo. Y sigue siendo verdad.
La Organización Mundial de la Salud define los cuidados paliativos como un enfoque que mejora la calidad de vida de pacientes y familias mediante la prevención y alivio del sufrimiento “en todas sus dimensiones: física, psicosocial y espiritual”. La espiritualidad, por tanto, no es un añadido ni un lujo: es una parte esencial del cuidado. Acompañar espiritualmente significa ayudar a que cada persona, al final de su vida, pueda reconciliarse con lo vivido, encontrar sentido, decir adiós en paz.
A menudo, cuando acompañamos a una persona que se acerca al final, percibimos algo que la ciencia no puede medir. Lo decía la doctora Brand en la película Interestellar: “El amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende dimensiones de tiempo y espacio. Tal vez deberíamos confiar en eso, incluso si no podemos entenderlo.”
Ese amor que sigue existiendo más allá de la muerte —ese lazo invisible que une a los vivos con los que ya partieron— es, en el fondo, la intuición espiritual más universal de la humanidad. Amamos a quienes ya no están, y ese amor nos sigue uniendo. No hay “utilidad social” en seguir queriendo a los muertos, pero sí hay una verdad profunda: el amor no se extingue con la vida.
Los datos confirman lo que la experiencia muestra: el 84% de la población mundial se identifica con alguna religión (Pew Research Center, 2023), y prácticamente todas sostienen la creencia en una forma de existencia después de la muerte. Esa convicción compartida —la de que hay algo más allá— ha acompañado a la humanidad desde siempre, ofreciendo esperanza y consuelo. Incluso quienes no se reconocen creyentes suelen expresar una forma de espiritualidad: el deseo de dejar legado, reconciliación o paz.
En el ámbito sanitario, la necesidad de atención espiritual está también ampliamente documentada. La Comisión Lancet sobre Cuidados Paliativos y Alivio del Dolor (2022) estima que más de 56 millones de personas necesitan cada año cuidados paliativos en el mundo, y que más del 70 % de los pacientes experimentan sufrimiento espiritual significativo. En España, el Informe ATLANTES 2023 (Universidad de Navarra) señala que solo en torno al 40 % de los equipos disponen de profesionales o voluntarios dedicados a la atención espiritual, aunque el 90 % de los profesionales sanitarios reconoce su importancia.
El doctor Enric Benito, uno de los mayores referentes españoles en este ámbito, lo resume con una sencillez luminosa: “La espiritualidad no es una cuestión de religión, sino de humanidad profunda.” En sus palabras, el acompañamiento espiritual consiste en “crear un espacio seguro para que la persona pueda reconciliarse consigo misma, con los demás y con la vida”.
Esa reconciliación —ese poder mirar hacia atrás con serenidad y hacia adelante con esperanza— es en sí misma una forma de alivio. Por eso, los cuidados paliativos no solo prolongan la vida, sino que ensancha su sentido. En un tiempo donde la medicina tiende a centrarse en la curación biológica, los paliativos recuerdan que hay algo más que curar: la interioridad, la dignidad, el vínculo.
Cuidar espiritualmente no significa imponer creencias, sino reconocer la dimensión interior de cada persona. En la práctica, suele ser tan sencillo como escuchar sin juzgar, estar presente, o sostener la mano de quien tiene miedo. Significa acompañar a quien busca sentido, consuelo o perdón. Significa, a veces, saber guardar silencio.
Por eso, cuando en estos días de noviembre visitamos un cementerio, encendemos una vela o pronunciamos un nombre querido, estamos ejerciendo también ese acompañamiento espiritual. Reconocemos que la muerte no borra el vínculo, y que recordar es otra forma de amar.
La medicina moderna empieza a redescubrir esta verdad antigua: la espiritualidad es un determinante de salud y bienestar. Estudios recientes muestran que las personas con apoyo espiritual viven el proceso de final de vida con menos ansiedad, menos dolor y mayor paz interior. En otras palabras: acompañar el alma también cura.
En un mundo que corre deprisa y teme hablar de la muerte, los cuidados paliativos nos recuerdan que el final puede ser también un lugar de plenitud, de sentido y de amor. Y que acompañar hasta el final no es hablar de muerte, sino hablar de amor que no se acaba.
Quizá, como decía la doctora Brand, deberíamos aprender a confiar en eso, incluso si no podemos entenderlo. Porque cuando acompañamos a alguien a morir en paz, también estamos aprendiendo a vivir mejor.