Tribunas

Y si lo que necesitamos es la santidad

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Canonización del cardenal John Henry Newman.

 

 

 

 

Ya he perdido la cuenta de los textos que en los últimos días se han publicado acerca de si estamos en un momento católico o no. Diversas perspectivas han profundizado en lo que parece evidente: una afloración no sólo de la estética religiosa sino del protagonismo de una nueva forma de relacionarse de un sector de los jóvenes españoles, y no sólo españoles, con lo religioso, incluso con el catolicismo.

Son varias las causas que está produciendo este fenómeno que, sin duda, es algo más que mediático entendido lo mediático como lo epidérmico.

Podríamos hablar del efecto de las Jornadas Mundiales de la Juventud y de lo que significan; podríamos también referirnos al trabajo de una generación de sacerdotes jóvenes con los jóvenes; podríamos hablar de la saturación que provocan determinadas formas de vida; podríamos hablar de las contradicciones culturales y morales de un momento histórico en el que se percibe lo que significa llegar al límite del hastío existencial que coloca, a no pocos, al borde de sí mimos.

No se trata sólo de estar atentos a este proceso. Se trata de desentrañar las preguntas no siempre explícitas que se están formulando. Preguntas directamente destinadas a la propuesta cristiana que interpelan la conciencia de la misión y que mantienen alto el nivel de exigencia de los testigos de la fe.

En este sentido, la proclamación de san John Henry Newman como doctor de la Iglesia el día de todos los santos nos puede ofrecer alguna pista interesante.

Lo dijo el Papa León XIV en la homilía de la misa: “La vida de los santos nos da testimonio de que es posible vivir apasionadamente en medio de la complejidad del presente, sin dejar de lado el mandato apostólico: «brillen como haces de luz en el mundo» (Flp 2,15)”.

La santidad es la forma de vivir la vida apasionadamente.

Lo que están pidiendo los jóvenes que se acercan a la Iglesia no es marketing de fe, de esperanza y de caridad. Lo que piden es tocar lo auténtico, no los sucedáneos de lo que significa una propuesta cristiana construida de Blacks Fridays, de un humanismo cargado de temporalidad.

Las preguntas de los jóvenes hoy están referidas a lo que tiene que ver no con el momento, lo contingente, el agotamiento del instante, sino con la eternidad. El mundo, principalmente el tecnológico, ha alterado no sólo nuestra relación con el espacio. Lo ha hecho con el tiempo. Es la necesidad de percepción del tiempo más allá del agotamiento del presente, del carpe diem, lo que reclaman las nuevas generaciones.

Los jóvenes, cuando se conversa de ellos sobre la gramática del corazón, preguntan sobre cómo se conjuga la eternidad. Las utopías intrahumanas e intramundanas cotizan a la baja.

De lo que se trata ahora es de saber formular la relación entre coherencia de vida y garantía de perduración, de estabilidad.

No dudo de que haya que seguir profundizando en la necesidad de buscar formulaciones adecuadas al significado de la santidad, un concepto que quizá está anclado en el imaginario de lo histórico atribuido al pasado.

Lo que parece evidente es que la invitación a descubrir, en el interior de cada uno, en la dinámica del corazón, la espita que permite que se despliegue la perspectiva de eternidad de lo que hacemos es una forma de entender y de explicar la santidad.

El Papa León XIV, en el texto ya aludido, puso al final la guinda.

Relacionó la educación con la santidad. Veamos:

“Por lo tanto, podemos decir que la educación, desde la perspectiva cristiana, ayuda a todos a ser santos. Nada menos. El Papa Benedicto XVI, con motivo de su viaje apostólico a Gran Bretaña en septiembre de 2010, durante el cual beatificó a John Henry Newman, invitó a los jóvenes a ser santos con estas palabras: «Lo que Dios desea más que nada para cada uno de vosotros es que os convirtáis en santos. Él os ama mucho más de lo que podéis imaginar y quiere lo mejor para vosotros». Esta es la llamada universal a la santidad que el  Concilio Vaticano II convirtió en parte esencial de su mensaje (cf. Lumen gentium, capítulo V). Y la santidad se propone a todos, sin excepción, como un camino personal y comunitario trazado por las Bienaventuranzas”.

Santidad, el nuevo nombre de la vocación a lo permanente, a lo imperecedero, a lo que queda.

 

 

José Francisco Serrano Oceja