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Nuevo cisma en el anglicanismo: la elección de Sarah Mullally como arzobispa de Canterbury provoca un terremoto

 

 

 

23/10/25 | Zenón de Elea


 

 

 


Sarah Mullally, nueva arzobispo de Canterbury.

 

 

 

El pasado 3 de octubre, la Iglesia de Inglaterra (anglicana) anunció que la hasta ahora obispa de Londres, Sarah Mullally, sería la próxima sucesora de Justin Welby, es decir, la arzobispa de Canterbury, primada de Inglaterra y figura destacada en la comunión anglicana mundial.

Mullally se convierte así en la primera mujer en ocupar esa sede desde los orígenes anglicanos, lo que por sí mismo es un hito histórico. Pero el efecto que ha provocado ha sido devastador y quizás irreversible, en la comunión anglicana global.

El proceso de selección obedeció al mecanismo habitual en la Iglesia de Inglaterra: la Comisión de Nominaciones de la Corona (Crown Nominations Commission, CNC) analizó candidatos, después su nombre fue propuesto al Primer Ministro y, finalmente, aprobado por el soberano, el rey Carlos III. En términos anglicanos institucionales, el procedimiento es correcto y formal: el nombramiento se ajusta a las normas establecidas.

Ahora bien: es importante subrayar que ella aún no ha tomado posesión plena (está previsto para enero o marzo de 2026). Lo que sí ha cambiado es que ya ha sido anunciada públicamente, lo que ha bastado para desencadenar reacciones globales.

El anuncio de su nombramiento ha sido recibido con dolor por la GAFCON (Global Anglican Future Conference) es decir, por parte de la mayoría de los anglicanos del Sur global, sobre todo en África, Asia y América Latina. El citado organismo, que reúne a lo que estima el 80 % de los fieles anglicanos del mundo, ha declarado que ya no reconoce al arzobispo de Canterbury ni al actual marco institucional de la comunión.

En una carta escrita por Reverendísimo Dr. Laurent Mbanda, Presidente del Consejo de Primados de Gafcon, desvela los principales motivos del cisma:

 

1. El episcopado femenino.

Una parte importante de la comunión anglicana —especialmente en las provincias africanas— sostiene que la Biblia exige un episcopado exclusivamente masculino. En ese contexto, el nombramiento de Mullally, como mujer, es visto no como un simple avance de género sino como una ruptura doctrinal inaceptable.

GAFCON lo expresa claramente: "La mayoría de la Comunión Anglicana aún cree que la Biblia exige un episcopado exclusivamente masculino. Por lo tanto, su nombramiento imposibilitará que la arzobispa de Canterbury sirva como foco de unidad".

Este argumento conecta con décadas de controversia en el anglicanismo sobre la ordenación de mujeres como presbíteras y obispas, y ahora se amplía al rango más alto en la Iglesia de Inglaterra.

 

2. Cuestiones de moral sexual y autoridad doctrinal.

El choque no es solo por la persona, sino por lo que ella representa en cuanto a cambios en la enseñanza sobre matrimonio, sexualidad y la interpretación de la Escritura. En ese sentido, los críticos señalan que, cuando Mullally fue consagrada obispa en 2015, juró “desterrar y expulsar toda doctrina extraña y errónea contraria a la Palabra de Dios”.

Y sin embargo, según el comunicado de GAFCON y otros medios, “lejos de desterrar dicha doctrina, la obispa Mullally ha promovido repetidamente enseñanzas antibíblicas y revisionistas sobre el matrimonio y la moral sexual”.

Como ejemplo, el reverendo Mbanda menciona que en 2023, cuando un periodista la preguntó si la intimidad sexual entre personas del mismo sexo era pecaminosa, ella respondió que algunas de esas relaciones podían, de hecho, ser bendecidas. Además votó a favor de introducir la bendición de matrimonios del mismo sexo en la Iglesia de Inglaterra.

Para los anglicanos que defienden un relato tradicional de la Escritura, esto no es un simple desacuerdo pastoral, sino un quebrantamiento de los votos: si la Iglesia “no puede ordenar nada que sea contrario a la Palabra de Dios” (como expresa el artículo XX del canon anglicano) y uno de sus obispos jura combatir doctrina errónea, cualquier señal contraria se interpreta como una traición.

Así lo suscribe Mbanda: "Los anglicanos creen que Dios ha otorgado a la Iglesia la autoridad para establecer ritos y ceremonias, así como para resolver controversias doctrinales, «y, sin embargo, no le es lícito a la Iglesia ordenar nada que sea contrario a la Palabra de Dios» (Artículo XX). La Iglesia no puede bendecir ni afirmar lo que Dios ha condenado (Números 23:8; 24:13). Sin embargo, esto es precisamente lo que el obispo Mullally ha buscado permitir".

Por tanto, GAFCON considera que “la sede de Canterbury ya no puede funcionar como foco de unidad” en la comunión. Entonces ¿para quién habla ahora Canterbury?

Este episodio revela algo más profundo que una mera disputa interna. Revela la crisis de autoridad y de unidad en el anglicanismo global. Lo que antes era un árbol con muchas ramas, ahora parece estar partiéndose por la mitad.

El cisma ya es declaración formal. Como dice el propio comunicado de GAFCON: "Este nombramiento abandona a los anglicanos globales".

 

La elección de Sarah Mullally como próxima arzobispa de Canterbury marca, en mi opinión, el inicio de un nuevo capítulo en la historia anglicana: un capítulo donde la unidad global será cada vez más difícil de sostener si no hay una base teológica común. Para quienes valoran la fidelidad bíblica y la tradición anglicana clásica, el gesto no solo es inesperado, sino preocupante. Y lo es aún más cuando se ve que no se trata únicamente de género, sino de doctrina, de moral y de autoridad eclesial.

En los próximos meses veremos cómo reacciona la Iglesia de Inglaterra ante las exigencias de GAFCON y cómo evoluciona la relación entre Canterbury y las iglesias de África, Asia y América Latina. Pero lo cierto es que, con independencia de lo que haga Mullally, el camino de la unidad anglicana acaba de romperse.