Opinión
23/10/2025
El confesor ciego y los mártires de Nigeria
José María Alsina Casanova
Hace unos meses me invitaron a pronunciar una conferencia dirigida a los sacerdotes de una diócesis de España con motivo de la fiesta del patrono del clero español, San Juan de Ávila. Antes de la conferencia se celebró la Misa, presidida por el obispo diocesano y concelebrada por el clero de la diócesis. La homilía estuvo a cargo de un sacerdote que cumplía cincuenta años de ministerio: sus bodas de oro sacerdotales. Me llamó la atención su humildad. Leyó con detalle y cuidado un folio que había escrito para esta preciosa ocasión. Nos habló de lo feliz que había sido a lo largo de estos cincuenta años. Era hermoso escuchar hablar de la felicidad como un precioso fruto de la fidelidad.
El momento más emocionante de su homilía llegó al final. El predicador nos habló del origen de su vocación. Relató lo que le sucedió en una confesión, cuando era niño, con un sacerdote mayor, un sacerdote que era ciego. A aquel niño —ahora venerable presbítero— le había atravesado el corazón la ternura y la bondad con que el confesor lo había tratado. Al cumplir cincuenta años, se refirió a aquel momento como el inicio del camino que lo conduciría al altar. Desde el encuentro con aquel sacerdote ciego había deseado imitar, con su vida entregada, la ternura y la bondad de aquel hombre de Dios que, siendo él un niño, le había perdonado los pecados.
Lo más seguro es que, sin saberlo, el confesor ciego se había convertido en aquella ocasión —y probablemente en muchas otras— en lo que hoy llamaríamos (nunca mejor dicho) un “agente de pastoral vocacional”.
Al hilo de esta anécdota, quería traer a colación un dato interesante que refleja el “Anuario Estadístico de la Iglesia”, publicado en 2025. Las cifras hablan del aumento de católicos en todo el mundo y de la disminución de sacerdotes, salvo en Asia y África. A la cabeza de este descenso se encuentra Europa, donde contamos con 2.500 sacerdotes menos. Y… ¡agárrense al dato!: 7.300 monjas menos respecto a 2024. También disminuye el número de seminaristas en todo el mundo, con una pérdida de 2.000 respecto al año anterior. Sería interesante recoger, paralelamente, las cifras de matrimonios católicos celebrados en 2025; allí encontraríamos una de las razones más importantes para examinar la caída en picado de las vocaciones consagradas en nuestras latitudes de Occidente.
Llama la atención que las vocaciones crezcan precisamente en los continentes donde la vivencia de la fe católica exige, en muchos casos, el testimonio martirial. Pongamos como ejemplo lo que está sucediendo en Nigeria, país en el que se calcula que 7.000 cristianos fueron asesinados en 2025. Nigeria es conocida como el semillero vocacional de África: se cuentan más de 6.000 seminaristas en todo el país. Hoy, entrar en un seminario en Nigeria es aceptar que, si llegas al sacerdocio, tienes muchas probabilidades de morir mártir. Se dice pronto.
Los datos y los hechos hablan por sí solos. Es fácil relacionar la fecundidad vocacional —atendiendo a un ejemplo como el de Nigeria— con la fuerza del testimonio cristiano. Las palabras de Tertuliano, “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, pueden trasladarse con otras palabras al campo vocacional: “el testimonio auténtico de sacerdotes y religiosos es semilla de una primavera vocacional”.
Dos realidades distintas, en países tan diversos y en épocas diferentes. Aquí, en España, un confesor ciego; más lejos, en el continente africano, una Iglesia martirial. Ambos, instrumentos preciosos de Cristo, reflejos vivientes de la belleza y bondad de su Corazón, hicieron y hacen posible el milagro de la siembra vocacional. El testimonio de los santos y los mártires nos cuestiona y nos impulsa a todos, ofreciéndonos una luz potente en el camino para saber hacia dónde avanzar y dirigir los mejores esfuerzos de toda pastoral vocacional.