Tribunas

Cómo generar confianza, también en la Iglesia

 

 

José Francisco Serrano Oceja


 

 

 

 

Tengo la impresión de que hay dos tareas prioritarias hoy en el seno de la Iglesia. La primera de ellas es la del ejercicio de la libertad que contribuye a conformar una adecuada opinión pública. La segunda, cómo generar confianza interna y para el mundo.

Hace ya mucho tiempo que los papas no hablan de la opinión pública dentro de la Iglesia. Es cierto que fue un tema que adquirió mucho vigor en los años previos y primeros posteriores del Concilio Vaticano II. Hay por tanto un importante magisterio que debe ser rescatado ahora y que conviene no pase al olvido.

De esta cuestión, -y aprovecho para hacer un pequeñísimo homenaje de recuerdo-, escribió mucho el jesuita Félix Juan Cabasés, que he visto ha fallecido recientemente. Dios le haya abrazado en su misericordia de hijo de la Compañía de Jesús. Sus apuntes sobre la opinión pública de la Gregoriana, y sus conversaciones, eran insuperables.

No son pocos los que enarbolan la bandera de la libertad, digamos ahora la de la sinodalidad, que también es sinónimo aquí, y hacen todo lo posible para que no escuchar lo que no quieren oír, incluso para que no se publique lo que no rema a su favor.

La libertad no es tal si no es en relación con la verdad. Es cierto que, culturalmente nuestro problema primero lo tenemos con la verdad, no con la libertad, dado que vivimos en el mundo del dogma de la libertad como autonomía mezclado ya con la decepción de la libertad. No pocas veces da la impresión de que vivimos instalados en la decepción y eso trae consecuencias.

Para formar en la libertad tenemos que formar también en la confianza. Y la primera confianza no es con el proyecto, vístase o denomínese como se quiera, incuso determinadas utilizaciones de lo sinodal que encubren proyectos de modelos eclesiológicos, sino con la verdad que hace siempre referencia la realidad.

Confianza viene de confido, tener fe. La confianza es saber que el otro hará lo que esperas que haga. Si es obispo, esperamos que haga lo que hace un obispo. Pero, ¿acaso tenemos claro ahora que es lo que debe hacer, incluso lo que hace, un obispo?

Si es sacerdote, esperamos que haga lo que debe hacer un sacerdote. Insisto en que últimamente algo está pasando con el sacerdocio. De las últimas cuarenta y ocho horas tengo presentes dos asuntos de sacerdotes, a quien he conocido, que han sido, tristemente, protagonistas de la actualidad. Uno, ex alumno de mi Facultad, en Madrid comunidad. Otro, en Barcelona.  Vaya racha que llevamos…

Podemos añadir. Si es un político católico, pues lo que se espera de un político católico. Lo mismo de un periodista, de un maestro, de un médico…

Para confiar en alguien se tienen que cumplir las expectativas que pones en esa persona, para que no defraude, para que no engañe, para que cumpla las promesas, para que se responsabilice de las decisiones que toma.

Vivimos tiempos en los que desconfiamos de las retóricas vacías, en las frases hechas, en las genialidades que esconden mediocridad, en los bucles de una historia que vuelve y que parece que no han aprendido la lección del pasado. La confianza es fruto de acciones, es fruto del compromiso, no de solo promesas.

No sé si ustedes han tenido la oportunidad de echar un vistazo a un “filósofo” que está de moda, David Pastor Vico, cuyos libros de más éxito son “Filosofía para desconfiados” y “Ética para desconfiados”. No pierdan el tiempo. Que conste que leyendo el primero se me ocurrió escribir un libro “Cristianismo para desconfiados”.

Ya saben lo que dijo Lenin: “La confianza es buena, el control es mejor”.  ¿También en la Iglesia? ¿Se ha utilizado el derecho canónico, determinadas reformas, para controlar en vez de para generar confianza en la justicia “canónica”?

Robert Spaemann tiene un magnífico ensayo sobre la confianza publicado en la revista “Empresa y Humanismo”. Está en Internet. Se lo recomiendo. Dice allí que lo que hemos aprendido es la desconfianza, no la confianza.

No voy a profundizar en esta cuestión, sólo apuntar que quizá una tarea hoy de la persuasión de la propuesta cristiana, también como coherencia interna, sea la de generar confianza en un mundo de una desconfianza que se ha colado también en la Iglesia.

 

 

José Francisco Serrano Oceja