Tribunas

Cómo se monta una campaña contra una Congregación religiosa

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Melchor Cano, dominico, (1509 - 1560).
La inquina de Melchor Cano contra san Ignacio
y la Compañía fue y es difícilmente clasificable.

 

 

 

 

A propósito de lo que está ocurriendo en estas últimas semanas con determinadas realidades de la Iglesia que tiene una pretensión de radicalidad evangélica en vida comunitaria, un amigo me envió hace unos días una serie de estudios sobre lo que el dominico Melchor Cano hizo y dijo contra la Compañía de Jesús, los jesuitas. Y no sólo contra los jesuitas, también contra los Barnabitas, y contra las Angélicas, y contra…

La inquina de Melchor Cano contra san Ignacio y la Compañía fue y es difícilmente clasificable. No sólo por su famosa “Censura”, el primer texto antijesuítico de la historia, también por sus sermones, y su actitud de permanente denuncia incluso ante los pontífices. Una obsesión en toda regla.

Pura historia del siglo XVI en la que la efervescencia de nuevas realidades de Iglesia interpelaba a las que ya existían. Y también en la que se extendían fenómenos como los alumbrados, los y las personalidades místicas y visionarias, en un contexto de Imperio español.

Recomiendo a estos efectos el texto que mi admirado jesuita Santiago Madrigal escribió con el título “Melchor Cano y los primeros jesuitas” o el del historiador Enrique García Hernán, “Jesuitas contra dominicos. El caso del jesuita Pierre Poussines y el dominico Melchor Cano”, entre otros.

Después de Cano, y bebiendo de él, llegaron la Tercera Carta de Palafox y Mendoza a Inocencio X de 1649, editada en 1763, y del Dictamen fiscal de Campomanes de 1766, en el que ambos daban la razón a Cano en sus invectivas contra los jesuitas, entre otros.

Pero hablando de acusaciones de determinadas prácticas en la vida religiosa, voy a reproducir lo que escribe García Hernán sobre la campaña que Melchor Cano le montó a san Ignacio y a los primeros jesuitas de practicar lo que se denominaba “probar la castidad”, a apropósito del caso de la Condesa de Guastalla.

Escribe el jesuita Poussines que Cano decía “que la Compañía de esta Orden se confirmó la Compañía de las religiones de la condesa de Guastalla, que paró en acostarse juntos para ver si tenían las pasiones muertas".

Está claro que esto era una difamación en toda regla, pero ya vemos cómo se las gastaban en el XVI.

La historia venía a ser, según nos cuenta García Hernán, que “Cano se refería a Luisa Torelli (1499-1569), noble señora, viuda de dos maridos, brutalmente maltratada por el segundo, que había sido condesa de Guastalla. Cambió de vida gracias a un encuentro con fray Bautista de Crema. A la muerte de éste, en 1534, el barnabita Antonio María Zacaria fue su capellán y confesor. Vendió el condado a Ferrante Gonzaga, y fundó una asociación, consiguió breve de aprobación de las Angélicas, sujetas a la regla de san Agustín, pero en 1536 comenzó una investigación sobre su ortodoxia”.

Añade el historiador en su relato que “los barnabitas, que habían sido aprobados en Bolonia en 1533. Zaccaria quería una Compañía de Sacerdotes, una Compañía de Religiosas de vida activa y una Compañía de Casados. Zaccaria y Torelli fundaron juntos las Angélicas, lo cual motivó multitud de sospechas sobre esa relación. Iñigo pudo conocer a Zaccaria en el verano de 1537, cuando éste fue a Vicenza. Paulo III confirmó finalmente la fundación de las Angélicas de Torelli en 1540, permitiendo la creación de un colegio para religiosas en Milán, a donde se transfirió la fundadora para nunca más salir de allí. Murió con fama de santidad en 1569, cuya biografía escribió un jesuita, Gregorio Rossigioli”.

Para más tensión veamos en la escena a estos dos personajes, Paula Antonio Negra y Fray Bautista de Crema.

Sobre la primera, dice García Hernán: “Pero su cofundadora -de las Angélicas-, Paula Antonia Negra (de Nigris), nacida en 1508 y muerta con fama de santidad en 1555, discípula predilecta de Crema, atravesó por numerosas tribulaciones. Fue la comidilla de todos los círculos clericales que entre las Angélicas y los Barnabitas probaban la castidad, se ponían en ocasión para ver si las pasiones actuaban o estaban mitigadas.

Paula Antonia fue tenida por visionaria y profetisa, con mala fama, por lo que fue expulsada de la Orden y condenada por la Inquisición a guardar silencio en 1550, aunque rehabilitada después. Esta mujer venía a ser como una de las beatas antiguas, era analfabeta, se creía inspirada directamente por el Espíritu Santo, interpretaba la Escritura y se hacía llamar santa, tenía visiones, éxtasis, expulsaba demonios, profetizaba y se consideraba impecable, era una alumbrada”.

Y sobre el dominico Bautista de Crema, señala lo siguiente el relato de esta historia: “Hombre verdaderamente espiritual que alentaba la recepción frecuente de los sacramentos y que fue consejero espiritual de Cayetano de Thiene (fundador de los Teatinos), la condesa de Guastalla (fundadora de las Angélicas), y Antonio María Zaccaria (fundador de los Barnabitas). Tenía un libro famoso titulado Vittoria di se stesso, publicado en 1531, que se conserva en la Biblioteca Casanatense de Roma.

Notemos el paralelismo entre Cano, autor de la “Victoria de sí mismo”, e Ignacio autor de los “Ejercicios espirituales para vencer a sí mismo”. La diferencia está en que Cano no cree que sea posible vencerse a sí mismo en esta vida, hay que perseverar mirando al Crucifijo, e Ignacio sí piensa que es posible, en la "contemplación para alcanzar amor"; es decir, uno es pesimista, el otro optimista.

Cano siempre pensó que Crema era alumbrado. Es verdad que había estado bajo sospecha por haber salido del convento e irse a vivir al castillo de la condesa de Guastalla. Cano intervino en la condenación, años más tarde, de las obras espirituales de Crema, que fueron quemadas públicamente; de ahí que se gloriara de haber hecho desaparecer una orden religiosa aprobada por el papa (se refería a las Angélicas), y que lo mismo haría con los jesuitas.

“Cano cuenta -sigue relatando García Hernán- que si algunos jesuitas tenían relaciones indecentes con beatas era o porque eran alumbrados o porque seguían la misma conducta de las angélicas, pues jesuitas y angélicas eran primos hermanos. Curiosamente en 1554 un religioso acusó a los jesuitas de Peruggia de "probar la castidad", la misma acusación de Cano. Polanco salió al paso diciendo que ese "acto" era propio de los barnabitas, motivo por el cual fueron expulsados de Venecia en 1551. Ignacio no temió las consecuencias y acogió al general de los barnabitas en su casa, hasta que fue probada su inocencia”.

Poco nuevo bajo el sol.

 

 

José Francisco Serrano Oceja