Tribunas
06/08/2025
El mismo Jesucristo
Jesús Ortiz
Los grandes viajes de la historia causan asombro como hazañas de hombres llevados por la pasión de superar los límites y abrir nuevos horizontes. Marco Polo llegando a China y el establecimiento de la ruta de la seda; Cristóbal Colón convencido de llegar a las Indias por el camino de occidente que le llevó a descubrir el nuevo mundo, todo un continente; Cristóbal de Magallanes y Juan Sebastián Elcano empeñados en navegar más al sur para doblar el continente africano; los astronautas en el siglo XX pisando la luna, etc. Todos ellos y otros más han abierto las puertas al conocimiento, han conocido otras culturas, y muchas veces han llevado la fe cristiana a quienes no conocían para nada a Jesucristo.
Del Cielo a la tierra
El mayor viaje de la historia ha sido y es el emprendido por Jesucristo bajando del Cielo a la tierra, realizando el Plan trazado por Dios para redimir a todos los hombres. Por eso el Verbo se hizo carne, habitó y habita entre nosotros: Jesucristo verdadero Dios y hombre verdadero.
Conocemos a Jesucristo por los evangelios y epístolas del nuevo testamento, recibidos en la gran tradición de la Iglesia, que une la vida de los primeros cristianos con los católicos de nuestro tiempo. No se trata solo de recibir unas doctrinas sino del encuentro con Jesucristo que es el mismo, ayer, hoy siempre.
El símbolo de la fe recoge la predicación primera con precisión de verdad que supera los errores y desviaciones respecto a las verdades de la fe. En síntesis, los católicos de hoy proclamamos creer en Dios Padre creador, en el Señor Jesucristo redentor, en el Espíritu Santo santificador, en la Iglesia y el perdón de los pecados, y en la vida eterna.
La fe de Nicea
Se cumplen mil setecientos años del primer concilio ecuménico en Nicea concluido el 325 cuando se definió con claridad quién es Jesucristo: no un enviado del Padre, no un profeta, no un hombre ejemplar, sino Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, no creado de la misma naturaleza del Padre, y por quien todo fue hecho.
Con ese motivo la Comisión Teológica Internacional ha publicado este año un documento que expone con precisión y matices la fe eclesial en Jesucristo, Dios y hombre verdadero [1]. En este estudio se expone la inmensidad de la fe trinitaria, cristológica y soteriológica, con sus implicaciones antropológicas y eclesiológicas. Busca destacar las verdades sobre Jesucristo a nivel dogmático, es decir, con términos precisos: fruto del magisterio multisecular, de la liturgia celebrada en oriente y en occidente, y de la fe vivida a lo largo de los siglos.
El escritor Dostoievski afirmaba con fidelidad la fe en Jesucristo: «He forjado dentro de mí un símbolo, donde todo me parece claro y sagrado. Este símbolo es muy sencillo, aquí esta: creer que no hay nada más hermoso, más profundo, más comprensivo, más razonable, más fuerte y más perfecto que Cristo». Y no se trata solo de una fe subjetiva porque la firmeza le viene de la adhesión a las enseñanzas de la Iglesia y a la fe vivida por los creyentes.
Sanar errores sobre Jesucristo
Podría parecer que la exposición ordenada y razonable desde la fe sería útil solo para los teólogos y entendidos, aunque alejada de la vida y preocupaciones actuales de los cristianos. Pero no es así, porque si Jesucristo no es Dios y hombre verdadero, entonces no podría ser el Redentor de todos los hombres en el tiempo y en el espacio.
El conocimiento vivo y eclesial de Jesucristo es fe sobrenatural razonada que evita algunos errores difundidos ayer y hoy, como le de separar al Jesús histórico del Cristo de la fe, el de encerrarse en el subjetivismo personal, en la mística desligada, o en diluir su figura eterna en un espiritualismo oriental, sin perfiles nítidos. Es decir, unas ideal que no corresponden a la realidad del encuentro con Jesucristo vivo en la comunión del Pueblo de Dios y en su presencial real en la Eucaristía .
Los teólogos concluyen diciendo: «El Crucificado-Resucitado es verdaderamente vencedor, pero es una victoria sobre la muerte y el pecado y no sobre los adversarios: en el Misterio pascual no hay perdedores, excepto le perdedor escatológico, Satanás, el que causa toda división».
En la Ascensión Jesucristo retorna al Padre culminando el viaje del Cielo a la tierra: ya ha cumplido su misión salvadora y deja en manos de los Apóstoles la Iglesia que ha fundado y conservará para siempre su presencia en la Eucaristía. Por eso aquellos hombres y mujeres elegidos vuelven con alegría para cumplir también ellos la misión evangelizadora: comunicar que Jesucristo es el Salvador del mundo, y está con nosotros. Y nosotros creemos en el mismo Jesucristo que trataron los Apóstoles. De ahí que en cada Misa al comienzo de la plegaria eucarística Jesucristo-Sacerdote invita: «Levantemos el corazón, y el pueblo fiel responde: Lo tenemos levantado hacia el Señor».
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
[1] Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. 1700 años del Concilio ecuménico de Nicea (325-2025). Comisión Teológica Internacional. 2025.