Tribunas

Las recomendaciones litúrgicas de Argüello

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Mons. Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española.

 

 

 

 

El arzobispo de Valladolid, a la sazón presidente de la Conferencia Episcopal Española, es decir, monseñor Luis Argüello, ha escrito una Carta pastoral para esta quincena titulada “Lex orandi, lex credencia, lex vivendi”.

No dudo de que sea una Carta y que sobre todo sea pastoral. Cuando escuché la noticia pensé que se trataba de un texto de esos de muchas páginas.

Veo que es más bien un escrito para la publicación diocesana, de periodicidad más o menos quincenal. Si hubiera sido una de esas Cartas pastorales que luego se editan en un folleto o librito, sin duda que el autor hubiera ampliado y profundizado en los argumentos. Bien es cierto que esas contundentes Cartas no es que parezca que tengan muchos lectores.

Si no mal recuerdo, el último obispo, antes que Argüello, que escribió sobre esta cuestión fue el de Jerez, monseñor José Rico Pavés.

El hecho de que se escriba ahora sobre esta materia con una función orientadora hacia los fieles parece interesante por lo que expresa de sensibilidad  por parte del obispo en su función orandi, docendi, y aquí también tendríamos que decir, regendi. Se podría decir que hay obispos a los que por estos predios ni están, ni se les espera.

No alcanzo a saber qué influencia ha tenido el hecho de que uno de los líderes de la cuestión litúrgica en la Iglesia, es decir, uno de los responsables del Dicasterio del Culto Divino sea un reconocido sacerdote de Valladolid.

La carta encadena una serie de recomendaciones, sin citas de autoridad de documentos magisteriales, que me parece quieren asentar un marco común sobre la celebración eucarística en su diócesis.

Un marco que sirve para atajar algunas deformaciones de la práctica celebrativa. Ni en su diócesis, ni en otras diócesis. Bueno, en algunas más que en otras.

Parte de una afirmación que me parece central: “La Eucaristía ni es un acto individual que exprese nuestra singular piedad —valiosa, por supuesto— ni tampoco del pequeño grupo que celebra, sino que es una celebración de la Iglesia”.

Conozco iglesias, monasterios, que cada semana –pese a ser un ejercicio de imaginación agotadora- diseñan liturgias propias de las celebraciones en función de múltiples criterios, también de contexto.

Que estamos en la época de la recolección de la remolacha, pues celebramos la remolacha. Que ahora toca la vendimia, pues viva el vino. Que es Jueves Santo, pues demos una clase de tipos de pan de masa madre.

Entender que la eucaristía es una celebración de la Iglesia le convierte al sacerdote, y a los fieles, no en propietario de lo que se celebra, sino en humilde transmisor del misterio de Cristo Eucaristía y de la celebración de la Iglesia.

A partir de ahí, y en cuestiones como la forma de comulgar, por ejemplo, don Luis pretende ser claro con la realidad plural.

Reproduzco el extenso párrafo para que percibamos con claridad el tono:

“Cuidemos también la manera de acercarnos a comulgar. Muchas veces en la fila de los comulgantes no se cuida este respeto, este asombro ante lo que vamos a vivir. La manera de comulgar, si comulgamos en la mano, ofreciendo nuestra mano en forma de cruz, como una pequeña cuna a la que el Señor viene, y comulgar respetuosamente ante el propio celebrante, ante el propio Señor, pues Él mismo se da a Sí mismo, diciéndonos: “Cuerpo de Cristo”; y nosotros respondiendo: “Amén”. Quienes comulgan en la boca, queriendo expresar así el respeto eucarístico, que puedan hacerlo en todas nuestras celebraciones. También este espíritu de adoración algunos hermanos lo expresan inclinándose antes de comulgar, otros arrodillándose, todos adorando. Recordemos este gesto de adoración previo a la comunión y facilitemos que cada fiel cristiano pueda expresar con su propio cuerpo la manera en la que el asombro eucarístico se manifiesta en él: en la inclinación, en ponerse de rodillas en el comulgatorio, en comulgar en la mano, en recibir al Señor en la boca. No hay partes del cuerpo más dignas que otras, no se expresa mayor respeto en la comunión por comulgar en la boca que por comulgar en la mano. El respeto está en el corazón en estado de gracia para recibir al Señor y en el espíritu de adoración, que vive el corazón y, de una u otra manera, manifiesta nuestro cuerpo”.

Lo que más agradezco de este escrito es que asuma el ejercicio de la libertad de los fieles a la hora de elegir la forma de recibir al Señor.

Sobre todo ante esa tendencia, que aún no se ha extinguido, de algunos sacerdotes de imponer la forma de comulgar.

Dice don Luis que “no se expresa mayor respeto en la comunión por comulgar en la boca que por comulgar en la mano”. No lo niego. Pero tengo la impresión de que el pueblo de Dios está menos formado en el respeto al Misterio cuando comulga en la mano. O al menos en la forma de expresarlo. Lo digo por observación participante.

No seamos ingenuos. Como fiel que habitualmente comulga en la boca sé, incluso por la manera de dar la comunión, a qué celebrante le agrada y a quién no que se comulgue en la boca.

Y respecto a la forma corporal de recibir la comunión, podría poner ejemplos de lo que he visto que sonrojarían a no pocos.

Sacerdotes abroncando a fieles por ponerse de rodillas para comulgar; otro ordenando que se acerquen a él y no a otro ministro, como si fuera un guardia de tráfico, a gritos y de malos modos… Todo esto sin salir de Castilla y León.

Es evidente que los sacerdotes no frecuentan otras misas habitualmente, más allá de las de su parroquia.

Los fieles nos buscamos la vida de un sitio para otro, incluso con kilómetros por medio, y por eso quizá el extenso catálogo de experiencias.

Plantea don Luis, para finalizar, una cuestión que me ha parecido urgente, la referida a la casulla, ornamento litúrgico sentenciado por determinados sectores eclesiales.

Desde que llegó el calor a la estepa castellana, a la vieja y la nueva Castilla, no hago más que asistir a misas en las que los celebrantes salen al altar con alba y estola y se olvidan de la casulla.

Dice don Luis:

“También es importante cómo nos disponemos en el vestido a la hora de celebrar la Eucaristía. El sacerdote, con el alba y con la casulla. No es buena disculpa decir: como hace mucho calor, en este tiempo no me pongo casulla. También el pueblo santo de Dios ha de cuidar cómo viene vestido a la Eucaristía, desde la antigua tradición de vestirse de fiesta o de Domingo para celebrar el Día del Señor. Vamos a celebrar la Pascua del Señor, por eso ha de cuidarse el decoro en el vestir, el respeto al Señor y también el respeto a los hermanos en la manera en la que vamos vestidos. Vestirse para la Eucaristía expresa también esa preparación remota, como el ayuno eucarístico que una hora antes de celebrar la Eucaristía prepara el corazón para recibir al Señor”.

Totalmente de acuerdo.

 

 

José Francisco Serrano Oceja