Tribunas

Bautizos laicos, lo que faltaba

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Bautismo cristiano en catedral de Riga.

 

 

 

 

He leído esta semana un llamativo reportaje de Alfredo Herrera en “El Confidencial” sobre los bautizos laicos en España, una práctica que comienza a ser demasiado extensa.

Sintetizo algunas relevantes ideas de lo allí escrito y leído por los suscriptores de ese medio:

  • En redes sociales como Instagram se acumulan cientos de publicaciones con las etiquetas “#bautizosimbólico” o “#ceremoniadebienvenida”.
  • Barbuzano, que es una organizadora de estos eventos, aclara que los bautizos civiles no suelen estar completamente exentos de temas religiosos. “No es que la gente no tenga fe, sino que quieren hacer del bautismo algo más íntimo y emotivo”, explica. Ojo a los adjetivos.
  • En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, los Gobiernos de al menos tres municipios, Fuenlabrada (PSOE), Getafe (PSOE) y Santa María de la Alameda (PP), realizan “bienvenidas a la ciudadanía”, actos para fomentar el arraigo local.
  • Según las memorias anuales publicadas por la CEE, dice la pieza periodística, “en 2010 se realizaron 349.820 bautizos y en los próximos siete años se registraron bajones abruptos que oscilaron entre 10.000 y 30.000 ceremonias menos cada calendario, hasta registrarse 214.271 en 2017. En 2023, el último año datado, la cifra llegó a mínimos (152.246) solo comparables con la caída de los años de pandemia”.
  • Concluye el texto periodístico: “Como demuestra el siguiente gráfico, el descenso en el número de bautizos no es directamente proporcional a la disminución de nacimientos. Si en 2010 el 72% de los niños que nacían en España eran bautizados por la Iglesia Católica, en 2023 solo recibieron el agua bendita el 47,5% de los nacidos.

 

En el reportaje se incluyen, como la voz de la Iglesia, las declaraciones de la hermana María Granados, miembro de la Comisión para la Evangelización de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Quizá sea una autoridad en la materia. Yo, la verdad, desconozco sus escritos, que no dudo los tendrá.

Está claro que la secularización ha traído no sólo, ni principalmente, la pérdida del sentido de lo sagrado sino el pluralismo axiológico y de formas de sentido de vida.

No voy a unir los datos de las uniones civiles y de los matrimonios en España, ni los voy a relacionar con los de los bautismos. Tampoco es cuestión de machacarse.

Tampoco quisiera deslizarme por el maximalismo de las afirmaciones. Parece que hay menos personas que se acercan a determinados sacramentos por la dimensión social y festiva del acto, pero también las hay que no obvian esa dimensión. Al fin y al cabo, siguiendo a santo Tomás de Aquino, los sacramentos responden a momentos determinantes del proceso de lo humano.

El reportaje se refería a una cuestión que, fuera del sentido de la normativa canónica, parece que no es adecuadamente entendida: las condiciones que se requieren no sólo para bautizar a un niño sino para ser padrino o madrina de bautizo. Condiciones que se perciben, en los contextos secularizados, como un impedimento añadido.

Es posible que, de hecho, en la Iglesia, ante lo que estamos hablando haya dos tendencias generales, una más estricta y otra más laxa.

En términos generales, lo que siempre me pareció una carrera de obstáculos es el desarrollo, legítimo, por supuesto, de normativas añadidas a las del Código por parte de las diócesis, incluso de las parroquias, las famosas “Normas de la comunidad” a la hora de conferir los sacramentos. ¿Normas para que se cumplan o para que no se cumplan?

Normativas que, en algunos casos, se utilizan todavía más restrictivamente en relación con las demandas concretas. No dudo de que tengan su sentido, sólo estoy hablando de la percepción del sentido.

Respecto a conferir el bautismo, ya sabemos lo que pensaba el Papa Francisco. Incluso cuál fue su praxis en algunas ocasiones, que no voy a recordar aquí.

No sabemos lo que piensa el Papa León XIV aún. Lo que sí recuerdo es que mi párroco solía citar una frase de san Agustín, que siento no poder referir en su literalidad, que decía algo así como “sacramenta, que algo queda”.

Esto no quiere decir que mi párroco no se atuviera al Codex, ni que hubiera desechado todo sistema de formación destinado a la recepción de los sacramentos. Pero lo que estaba claro es que no eran sus métodos una carrera de obstáculos.

Quizá haya que trabajar, incluso mediáticamente, en deshacer esa relación de percepción entre sacramento, burocracia, trabas y dinero, como formas incluso de mantener la estructura institucional.

Es evidente la tesitura en relación con lo sacramental del universo plural en el que nos encontramos. Una tesitura cambiante que, entiendo, demanda una adaptación permanente a la persona o familia que solicita un sacramento.

Y no creo que la clave esté en las normativas. La clave estaría más bien en la relación personal y en la pedagogía de la fe en esa relación, en la fe previa al sacramento. Por tanto, cuestión de fe, no solo sacramental. Quizá lo que debiera preocupar es lo referido a la fe, antes que a los sacramentos.

Otro tema es el de la fe y sus mediciones desiderativas de cara a la recepción de los sacramentos. Ya sabemos el significado de la evolución histórica de los sacramentos, y de la Iglesia ideal y de la Iglesia real.

Podría poner sobre lo dicho hasta ahora bastantes ejemplos concretos de mis entornos. Pero como son casos de altísima desviación estadística, me los guardo.

En resumen, que si los sacramentos son una acción básica de las parroquias, a este paso, ni sacramentos, ni parroquias.

 

 

José Francisco Serrano Oceja