Tribunas

Sufrir sin caer en el pesimismo

 

 

Ernesto Juliá


Sufrimiento.

 

 

 

 

 

Quizá muchos de nosotros hemos encontrado en alguna ocasión a amigos, conocidos, parientes, en una situación muy cercana al pesimismo. Un cúmulo de dificultades y contratiempos; una cadena de acontecimientos adversos, desdichas, les ha traído con las penas y las lágrimas, la sospecha de que estaban en un pozo sin salida.

Si los hemos visto al cabo de algún tiempo, habremos tenido quizá la alegría de ver que su humor había cambiado. Se han dado cuenta de que las cosas no estaban tan mal, que se trataba de una tormenta que ya ha pasado; que la vida continúa. Y nos alegramos de que hayan aprendido a sufrir, lección que nos vendría muy bien a todos aprender cuanto antes.

La historia de cada ser humano, mujer o hombre que sea, está llena de sombras y de luces, de alegrías y de tristezas. Y como en los buenos cuadros de Velázquez, de Murillo, de Zurbarán, los espacios oscuros, los iluminados, los de sombra tenue están repartidos de tal manera que el conjunto resulta no sólo soportable, sino muy bello.

No nos cuesta demasiado esfuerzo convencernos de que no todos los días van a ser buenos, y de que no tenemos ni la fe ni la fortaleza para convertir en bueno todo lo malo que nos pueda acontecer. Quizá no entendemos por qué Dios permite que suceda lo que algunas veces sucede, y por qué aquel sufrimiento cae sobre nosotros, y no por mirar a Cristo Crucificado se nos hace todo claro de un momento a otro.

Necesitamos darnos cuenta de que no podemos permitir que el pesimismo o la melancolía nos abatan. No hay ningún túnel que no tenga una entrada y una salida; y por las dos se ve la luz. Si el túnel es largo y tiene varias curvas es lógico que en el centro de alguno de esos vericuetos la oscuridad sea casi total. Basta ser consciente de que precisamente ese lugar no es el indicado para pararse; y que es mejor seguir adelante, aunque sea arrastrando los pies. En cuanto sintamos el frescor del aire renovado, y los primeros rayos de luz en lontananza, nos entrarán ganas de correr; y aunque no lo creamos, sacaremos fuerzas de lo más hondo de nuestra flaqueza. Dios nos ha creado para caminar de pie.

Volver a levantarse cada mañana con ganas de ver la luz, no es de todos; y el abrir bien la ventana para que se airee a fondo la habitación y la luz inunde todos los rincones, tampoco. Pero no tenemos más remedio que hacer el esfuerzo, si no queremos pasarnos la vida repitiendo aquella rima de Bécquer:

 

“Mi vida es una erial:
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja”.

 

 

Quizá conseguimos encontrar algún significado al dolor, al sufrimiento, y llegamos a descubrir que, sin el peso de la pena de cada día, hasta el cotidiano vivir se nos haría insoportable; porque no desentrañaríamos el hondo significado de las alegrías, ese gozo que nos avecina a Dios, a la eternidad; y a todo el conjunto de nuestra existencia le faltaría algo del buen sabor de la sal.

En nuestro camino recogemos bien y mal, y nunca hay suficiente mal para ser pesimistas sin remedio. Quizá no acabamos de estar convencidos, pero es cierto que –también con Bécquer- en el fondo de nuestra alma esperamos, como Lázaro, una voz:

 

“una voz como Lázaro, espera
que le diga “Levántate y anda”.

 

 

Después de la Cruz, Cristo resucitó. Y con Cristo podemos dar un sentido, un significado, a cualquier sufrimiento que nos encontremos.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com