Tribunas
31/03/2025
El peso del vivir
Ernesto Juliá
No siempre el vivir es ligero ni el camino del existir está expedito. No siempre recibimos la madrugada con idéntico semblante. A lo largo de toda nuestra vida, y ya desde los primeros pasos en la juventud, los hombres y las mujeres sentimos en nuestro espíritu y en nuestro cuerpo lo que cuesta irse abriendo camino día a día, el esfuerzo que se requiere para llevar a pulso de lo que podríamos llamar "el peso del vivir".
Esta carga es una realidad difícil de determinar. Está compuesta por muchas facetas variables: dificultades y alegrías de todo tipo, acontecimientos imponderables e imprevisibles; hechos programados con antelación y relativa seguridad; ilusiones, sueños, ensueños, fantasías; decisiones que aligeran el espíritu e indecisiones que dejan abiertas en el alma tantas heridas; situaciones, comportamientos recibidos por herencia, incluida la carga genética, y los enriquecimientos de la inteligencia, del corazón, de la memoria, conquistados por el esfuerzo individual.
En un primer acercamiento, no es de extrañar que algunos identifiquen "el peso del vivir" con la cuota de sufrimiento que le ha correspondido a él mismo soportar, y confeccione enseguida una lista de la carga de su vida, poniendo una detrás de otra el sin número de enfermedades, desgracias, catástrofes más o menos irreparables, fracasos, frustraciones, desesperaciones, engaños, molestias, que hayan padecido, como normalmente padecemos todos los seres humanos en mayor o menor medida.
A renglón seguido, el sufrimiento se verá incrementado con la parte del "peso del vivir" de los otros, que nos ha tocado padecer en primera persona, acompañando a parientes, a amigos, a conocidos, en sus enfermedades, en sus tristezas.
El sufrimiento no agota el arco de la existencia. Es cierto que no hay ser humano que no haya sufrido; y que cualquier padecimiento espiritual, fisiológico, afectivo, etc., enriquece el espíritu de quien sufre, porque quien pretende a toda costa huir de cualquier padecimiento, no hace otra cosa que tratar de desprenderse de su condición humana.
El vivir no es sólo sufrimiento. Y cuando el hombre abatido ante el peso del dolor se sostiene firme, nace y renace continuamente en su espíritu como una corriente de aire fresco que le ayuda a mantenerse erguido bajo la carga del vivir. Y más, cuando el sufrir se une con amor al sufrir de Cristo en la Cruz. Unión que da sentido y valor a todo nuestro sufrimiento.
¿Qué sufrimientos le hace olvidar a una madre la sonrisa de un hijo recuperado de una enfermedad sin esperanza? ¿Qué recuerdos de penurias, privaciones, riesgos, peligros, gravan el alma de un escalador cuando con su fatiga alcanza la cima?
Quizá el gozar es más efímero en el tiempo que el sufrir; y también deja una huella más honda en el alma, cuando el hombre y la mujer no reducen su vivir a las alegrías propias, y consiguen abrir su espíritu a los goces y a las alegrías de parientes, de amigos, de conocidos y hasta de extraños.
Compartir el gozo de la conversión a Cristo de una persona amiga, de una ordenación sacerdotal, de una boda, de un bautismo, de un descubrimiento científico, de una profesión religiosa, de un enamoramiento, de un restablecimiento de la salud, de un amanecer sereno, de la paz familia..., hacen más llevadero, aligeran, el "peso del vivir".
¿En sufrir y en gozar se agota el vivir? Los intentos de algunos para reducir la vida a una simple serie de "situaciones de hecho", o a un "proyecto de vida", no es más que fruto del egoísmo. La vida es incomprensible sin "el peso del amar", el egoísta, el narcisista, no está dispuesto a asumirlo.
El ser humano sufre y goza sencillamente porque ama. Sin amar, ni el peso del sufrir se puede sobrellevar, ni el aliento del gozar da nueva vida e impulso al espíritu.
El "peso del amar" es distinto. Nada hay más arriesgado que el amor, nada hay más desilusionante que el amor fracasado; nada hay más sublime y gratificante que el amar. Un gramo de amor -si se puede hablar así- mueve el mundo, lo hace brillar y lo sostiene en pie. Cristo en la Cruz por amor a nosotros abre nuestro espíritu al Amor infinito de Dios, y da sentido pleno a nuestro vivir.
El peso del amor es como la huella de Dios en el alma. Y son del mismo Jesucristo estas palabras: "Nadie ama más que aquel que da la vida por sus amigos". Se habla tantas veces del peso de la conciencia; y la realidad es que también esa carga es fruto del amor: decidirse entre el bien y el mal, sin amor, tampoco significa nada.
El peso del amor nos abre a una cadena de responsabilidades, de compromisos, de la que desconocemos el fin, el trayecto y casi todas las circunstancias; y en el amar las aceptamos gozosamente una a una, incluidos los sufrimientos que puedan comportar, por muy dolorosos que sean.
Jacob aguardó pacientemente siete años a Raquel. "Sirvió Jacob por Raquel siete años, y aún le parecieron pocos días, atendido su grande amor por ella", dice la Escritura.
El ligero peso de amar, que da alas a los pies, fue el que movió a Ulises en su camino de retorno a Ítaca, lo sostuvo en las batallas, agudizó su ingenio, le dio fuerzas en el arriesgar, y lo condujo finalmente a las playas de su patria.
En el sufrir, en el gozar y en el amar, las mujeres y los hombres conseguimos llevar día a día el "peso del vivir". A veces caemos, a veces nos levantamos; a veces perdemos, a veces triunfamos; a veces lloramos, a veces sonreímos; y al fin descubrimos a Aquel que da sentido a nuestra existencia, escondido un poco más allá del Arco Iris: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com