Tribunas
17/02/2025
El debate mundial sobre el “ordo amoris”
José Francisco Serrano Oceja
J.D. Vance presta juramento como vicepresidente
durante la ceremonia de toma de posesión en el Capitolio,
Washington D.C.
Pensemos lo que pensemos, la realidad es que un Vicepresidente de los Estados Unidos, con hechuras de Presidente, JD Vance, a propósito de la cuestión migratoria y de un vídeo de Selena Gómez, contesta a una pregunta en FOX News utilizando un concepto de la teología católica, y de la Doctrina Social de la Iglesia, el del “ordo amoris”, entre otras razones para dar respuesta a la crítica de no pocos obispos de Estados Unidos a la política migratoria de su gobierno.
A partir de ahí el mundo intelectual y católico norteamericano se enfrasca en un debate sobre el “ordo amoris”, planteando cuestiones como que si JD Vance lo entiende bien y si está bien aplicado al caso.
Incluso el Papa escribe una carta condenando las deportaciones masivas, además de hacer una reflexión que responde a la interpelación del uso de ese concepto por parte de un político que se confiesa católico.
Cuantitativamente no recuerdo que haya un gobierno de los Estados Unidos con tantos católicos como el actual de Trump.
¿Acaso no echábamos en falta a los católicos en la vida pública? Paradójicamente en un contexto en el que las posiciones del Ejecutivo norteamericano chocan con las de la jerarquía de la Iglesia.
Cuánto me gustaría, por cierto, que uno de los temas del debate público en España fuera la exégesis de conceptos como el del “ordo amoris”.
Vayamos a la cuestión en sí.
San Agustín en “De Doctrina Christiana” al preguntarse a quién se debe socorrer cuando no se puede ayudar a todos ―“ni siquiera a dos”― afirma:
“Todos deben ser amados igualmente, pero cuando no se puede socorrer a todos, ante todo se ha de mirar por el bien de aquellos que, conforme a las circunstancias de lugares y tiempos de cada cosa, se hallan más unidos a ti como por una especie de suerte […] cuando no puedas favorecer a todos los hombres se ha de considerar como suerte la mayor o menor conexión que tuviesen contigo”.
Santo Tomás de Aquino usa de guía lo anterior en su tratado de la caridad para dilucidar si acaso deben ser más beneficiados quienes están más unidos a nosotros (cfr. S. Th., II-II, q. 31, a. 3). Hablar de una jerarquía de los amores es hablar de un orden en la naturaleza, que es a su vez un orden divino.
Utiliza el ejemplo del fuego que calienta más a las cosas más cercanas. Los ejemplos de allegados o cercanos que propone el Doctor Angélico ―y que JD Vance parece haber tenido en cuenta al momento de su entrevista― son discernibles por el sentido común:
"Pero el allegamiento entre las personas puede ser considerado desde diferentes puntos de vista, según los distintos géneros de relaciones que las ponen en comunicación; así tenemos: los consanguíneos [la familia], en la comunicación natural; los conciudadanos, en la civil; los fieles, en la espiritual, y así sucesivamente”.
J. A. Palma, director del Revista Vértice, a este propósito, señala, en sintonía con Vance, que “desde su perspectiva, y que nosotros compartimos, el deber con personas foráneas es el de auxiliarlas en situaciones de necesidad (como son las que viven muchas de ellas), pero a nadie le es exigible dejar de procurar por el bien de su familia y sus compatriotas para hacerse cargo de cuestiones de suyo inabarcables, al menos no en la gran generalidad de los casos. Tampoco el gobernante puede olvidar que, en virtud de su propia jerarquía de deberes y obligaciones, está llamado a considerar los recursos disponibles, el tamaño de la polis y también factores de cohesión social, como criterios para el bienestar de aquella población que se encuentra bajo su protección, tal y como señala Aristóteles”.
¿Y qué dice el Papa Francisco en su carta al episcopado norteamericano?
“6. Los cristianos sabemos muy bien que, sólo afirmando la dignidad infinita de todos, nuestra propia identidad como personas y como comunidades alcanza su madurez. El amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se amplían a otras personas y grupos. Dicho de otro modo: ¡La persona humana no es un mero individuo, relativamente expansivo, con algunos sentimientos filantrópicos! La persona humana es un sujeto con dignidad que, a través de la relación constitutiva con todos, en especial con los más pobres, puede gradualmente madurar en su identidad y vocación. El verdadero ordo amoris que es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del “buen samaritano” (cf.Lc10,25-37), es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción.
7.Preocuparse por la identidad personal, comunitaria o nacional, al margen de estas consideraciones, fácilmente introduce un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad”.
José Francisco Serrano Oceja