Tribunas
04/12/2024
Trump, ¿teócrata? (a propósito de un artículo reciente)
Antonio-Carlos Pereira Menaut
Explicablemente, seguimos en la estela de las elecciones americanas. El 21 de noviembre en Cuestiones de Pluralismo publica Mikel Díaz Sarasola "Fe y Derecho: contrarrevolución conservadora y mutaciones de la libertad religiosa en Estados Unidos", cuyo tema es lo que su título indica. Más matizado que otros artículos españoles y con mejor análisis de la jurisprudencia norteamericana.
Dentro de lo que cabe en 700 palabras yo diría lo que sigue. No ve todo blanco-negro pero sí blanco-gris oscuro y sigue con el enfoque de los genéricos progresistas españoles de hoy: el progresismo-izquierdismo es la base indiscutible; lo que no encaje en ese terreno básico-común, mal; los americanos deben ser juzgados por nosotros, europeos, y deberían votar como nosotros creemos. Y así sucesivamente.
El reciente permiso de Biden para usar misiles americanos de largo alcance sobre suelo ruso —hay que estar loco o ser un demonio con patas— o su poco elegante perdón a su hijo, no hacen a los ilustrados y progresistas europeos "caer de la burra".
El artículo de Díaz es fino pero contiene toma de partido inicial: quien se aleje de XYZ, sea anatema; ¿algo así como fuera de esta «iglesia» no hay salvación? Viene a ser una lectura posmoderna, laicista e izquierdista de una constitución que no es ninguna de esas cosas. Es una constitución para una "City in a hill" (ciudad en lo alto, S. Mateo), a Nation under God, a God-fearing nation, in God we trust, Declaración de Independencia de 1776, Estatuto de Virginia, innumerables y constantes referencias a Dios por Abraham Lincoln y muchísimos otros políticos, ethos básico cristiano dado por supuesto hasta ayer...
El autor de ese artículo confunde que, por la primera enmienda, el estado americano no pueda ser confesional (como el anglicanismo, del que huían) con que la Constitución prohíba la expresión pública de la religiosidad humana, en la cual, en realidad, se basa (sobre todo, en la versión protestante). En la enmienda primera no hay ni rastro de nuestro laicismo: ni lo buscaban, ni se había inventado. No es lo mismo separación estado-iglesia que separación política-religiosidad humana, política-creencias, política-moralidad (especialmente, cristiana); postura europea de hoy pero que en 1776-1789 ni existía. Y, por otra parte, cuidado, que este laicismo que devoró la laicidad podría implicar otra forma de religiosidad o cuasi-religiosidad, aunque light e inmanentista (Cavanaugh, Migraciones de lo Sagrado, y otros).
Es cierto que en los últimos 40 o 50 años hay allí un cambio. Se ha perdido en poco tiempo el "agreement on fundamentals" y hay muchos posmodernos, laicistas y genéricamente "left", aunque, como acabamos de ver el 5-N, más entre las élites que entre la gente. Y es cierto que en los últimos 60-50 años los jueces han cambiado en esos campos, aunque no sin críticas como las de "We the Judges": "nosotros, los jueces de los Estados Unidos —no el pueblo— ordenamos y establecemos esta constitución".
El artículo aludido hace hincapié en que hay una ofensiva neoconservadora muy articulada, lo que es tan irrelevante como decir que la hay progresista: hay de ambas, y aun habrá más. Los americanos funcionan así. Ante las elecciones de 2020 una serie de personas muy influyentes se reunieron para impedir como fuera una segunda victoria de Trump; cualquiera puede verlo en internet o, por ejemplo, en Time (Molly Ball, “The Secret History of the Shadow Campaign That Saved the 2020 Election”). Por tanto, como decía un futbolero, "no me cuentes sólo las maldades del Barça, cuéntame también las del Madrid".
Los USA corren el mismo peligro de convertirse en un estado confesional de alguna confesión cristiana que, por ejemplo, de que me toque la lotería (no juego). Pero con Obama y Biden estaba haciéndose cuasi-confesional del laicismo y del "woke", que, sin ser una religión en sentido estricto, sí es una ideología-creencia con elementos de moralidad y religiosidad y con pronunciamientos cuasi-religiosos sobre el odio, el amor y hasta sobre lo que es un ser humano.
Pero no es una cuestión sólo de la posición de tal o cual presidente y su equipo —que también— sino de las élites políticas, educativas, administrativas, de Hollywood, las redes sociales y los mainstream media. No lo sacó Obama de la manga de golpe y porrazo el día de su victoria ni va a desaparecer sin dejar rastro en enero del 2025; todo ello si el belicismo del progresista Biden no impide que lleguemos allá. Malo será.
Es mi humilde opinión; si no le gusta, tengo otra (pero será parecida).