Tribunas

La llegada a puerto de Alejandro Llano

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Alejandro Llano.

 

 

 

 

 

 

La noticia del fallecimiento del profesor Alejandro Llano me ha producido una inmensa nostalgia.

No porque yo fuera alumno suyo, ni discípulo suyo, que no lo fui. A lo más que llegué fue a compartir con él encuentros esporádicos, intensos, alguna comida, alguna jornada de reflexión, sobre todo en mi época de director del Congreso Católicos y Vida Pública.

No diré yo que he leído todo lo que escribió Llano, pero sí casi todo. También sus dos volúmenes de memorias, que ahora he recuperado y que, en su momento, me hicieron apostar a fondo por la Universidad ante las tentaciones de la vida periodística.

Su último capítulo del primer volumen, “Confesiones de un universitario”, debiera ser texto obligatorio del doctorado en cualquier universidad del mundo. De entre su producción diría que “La nueva sensibilidad” fue el libro de filosofía más importante en el pensamiento español durante mucho tiempo.

Se nos ha ido don Alejandro, después de una larga enfermedad. Se nos ha marchado uno de los últimos intelectuales católicos de una generación que hizo posible que viniera la siguiente. Le llegó la hora a una persona que no hacía alarde de su catolicismo.

Alejandro Llano fue un hombre libre, alejado de los pocos, escasos e irrelevantes circuitos del catolicismo adjetivado, del catolicismo oficial intelectual. Y no sé si eso le pasó alguna factura.

La otra cuestión fue que Alejandro Llano era miembro del Opus Dei, y eso también, en el pasado reciente, marcaba demasiado a instancias de la exposición pública.

No sé si a estas alturas se han hecho ya muchas tesis sobre el pensamiento de Llano. Me parece que una clara sería su filosofía de la cultura, que inevitablemente tendría un capítulo dedicado a las relaciones entre fe y cultura. “Mi interés por la cultura de inspiración cristiana -escribió en Segunda navegación- no es partidista ni confesional. Estoy convencido que la religión es el componente decisivo de toda cultura, según Pannenberg ha vuelto a argumentar lúcidamente en nuestro tiempo. La historia y la reflexión filosófica muestran hasta la saciedad que la cultura meramente secular es un empeño drásticamente empobrecido”.

Don Alejandro se empeñó siempre en grandes metas. Recuerdo cuando se le propuso que dado que Fernando Savater había publicado un par de libros de ética de mucha influencia y éxito editorial, sobre todo en ambientes culturales y educativos, es decir, en Institutos y Universidades, él publicara una propuesta complementaria, también de carácter divulgativo.

Fue su libro “La vida lograda”. Fruto de esto, a Savater se le invitó a un diálogo público, en un teatro, con Llano. Lo que pasó es que Savater no accedió a participar en ese acto.

No siempre, en el ámbito de la cultura y del pensamiento, cuando quieres dialogar, tu interlocutor acepta el hecho mismo del diálogo. Y eso que estoy hablando de una época en la que no se habían agudizado determinados procesos polarizadores.

La otra enseñanza de don Alejandro que quiero retomar fue su apasionado a la verdad. Una pasión, condición de su independencia y de su insobornabilidad, que le hacía escribir y decir cosas que no siempre caían bien.

Ocurría cuando, por ejemplo, se refería a la política, al PP. “La derecha española está ayuna de ideas políticas. No se preocupa seriamente ni de la cultura ni de la educación. Sus dos únicos temas son la unidad nacional y la libertad de mercado. El resto de las cuestiones, tanto éticas como culturales, quedan en manos de la izquierda. Por eso no es de extrañar que España haya sufrido un deterioro tan rápido y tan profundo, al que se ha añadido últimamente un desfondamiento económico entrando así en una situación de crisis en la que tardaremos de recuperarnos”. Esto lo escribió en sus memorias en la época de Zapatero.

Podría seguir hablando de su propuesta de los “pequeños grupos de pensamiento y de acción”, o de otros capítulos de su vida que, aún hoy, siguen siendo una incógnita. Como por ejemplo la crisis de la facultad de filosofía de la Universidad de Navarra, que me parece uno de los hechos universitarios y culturales, con repercusión fuera de los muros de esa Universidad, que ha marcado más decisiva y negativamente nuestra reciente historia.

Alejandro Llano recordaba con frecuencia aquella sentencia de Hölderlin que decía que “Donde comiences, allí permanecerás”.

Gracias, querido maestro. Habrás llegado a puerto después de tus fecundas navegaciones. Que la sabiduría de Dios te haya abrazado en la plenitud.

 

 

José Francisco Serrano Oceja