Tribunas

El obispo de San Sebastián, en defensa de sus sacerdotes

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Obispo de Bilbao.

 

 

 

 

 

 

Ya veo que en estos días los obispos vascos, bueno, no todos, el de Bilbao y el de San Sebastián,  protagonizan parte de la actualidad eclesial.

Al de Bilbao, Joseba Segura, le ha caído la del pulpo por hablar del cuerpo en la homilía del día de Begoña, en la solemnidad de la Asunción.

Hizo afirmaciones que, en el ámbito de la razón, de la filosofía, incluso diría que de la ciencia, hasta ahora, eran evidentes.

Pero estamos en la dinámica de la espiral del silencio. Hablando de fútbol, como hizo el obispo de Bilbao en la homilía, estamos ante el marcaje que determinadas corrientes imperantes someten a quien públicamente elabora un discurso que no encaja en sus postulados.

Una dinámica que pretende generar retraimiento y que busca el silencio de quien se ha atrevido a decir lo que ha dicho. Parte de lo que ahora llaman cultura de la cancelación.

El otro obispo vasco de quien quería hablar in extenso es el obispo de San Sebastián, monseñor Fernando Prado, que ha escrito a principios de agosto una carta pastoral sobre los sacerdotes, con motivo del día de san Juan María Vianney, que ha pasado demasiado inadvertida.

Una carta que tiene su aquel por razón de contexto y de texto. Es probablemente una de las defensas de sus sacerdotes por parte de un obispo más sentidas que he leído en mucho tiempo. Una defensa que tendrá sus motivos de fondo y forma, pero que es única en el panorama actual en el que no son infrecuentes, me parece, sacerdotes descontentos con su obispo y obispos que dan la impresión de evitar a sus sacerdotes porque no les reciben, porque no se interesan por ellos ante problemas como la salud, etc., porque...

Siempre me ha llamado la atención, nada más que eso, los obispos que estaban más a gusto con los laicos que con los sacerdotes con lo que, probablemente sin quererlo, evitaban a los sacerdotes.

El obispo de San Sebastián, por cierto, religioso hijo de san Antonio María Claret, una de las figuras más atractivas de la Iglesia española del pasado inmediato, no se mete a dar lecciones de teología del ministerio, que podría hacerlo dado que es “padre y pastor” y que tiene la responsabilidad del munus docendi. Ni elabora un modelo de espiritualidad sacerdotal, que, probablemente hoy sea necesario, como es necesario el de la espiritualidad laical.

Hace una carta descriptiva, exposición de las virtudes, y también de los defectos, de los sacerdotes, como si quisiera atajar campañas contra su clero. Está claro que lo que escribe el obispo no es palabra de Dios y que puede haber afirmaciones que algunos discutan o maticen. Pero es lo que él dice como parte de su vivencia sentiente, con permiso de Zubiri.

Por ejemplo, cuando afirma que “no hay duda de que un buen cura puede ser modelo de referencia y atracción para las nuevas vocaciones, pero el hecho de que eso sea así, no puede llevarnos a concluir que la falta de vocaciones se deba a que nuestros curas no son buenos. Esto no es así. Nuestros curas son buenos. La falta de vocaciones depende más de la falta de vitalidad cristiana en nuestras familias y comunidades que de modelos. Tenemos unos sacerdotes jóvenes estupendos, que aun siendo cercanos a los jóvenes, deben también hacer frente a una cultura ambiental que no favorece estas opciones de vida con carácter permanente”.

Una diócesis, la de San Sebastián, en la que “tenemos setenta y cinco sacerdotes mayores de ochenta años, la mayoría retirados, aunque alguno, sorprendentemente, todavía está en activo y colaborando”, según dice monseñor Prado.

No voy a reproducir muchos textos para no cansar y para que los lectores puedan acceder a la web de la diócesis en dónde entiendo esta la Carta.

El contexto, por tanto, de esta propuesta es la de un obispo que llega después de otro obispo a una diócesis en la que se “problematizó”, creo yo en exceso, la cuestión del clero, de los sacerdotes, de su número, edad media y, diría, especie, es decir, modelo de ejercicio del ministerio.

Y, segundo, es especial esta carta por su modo de argumentación. Se sale de la media, entre otras razones, porque está escrita desde la experiencia del obispo, desde una primera persona que no esconde sus sentimientos. Y esto no es frecuente.

Comienza diciendo Monseñor Fernando Prado que todavía no conoce a todos sus curas, pero que cuanto más se encuentra con ellos “más los quiere y admira”.

Añade que “a veces, los prejuicios ambientales, las falsas imágenes creadas y agrandadas a golpe de titular, distorsionan la realidad, condicionan nuestra percepción y nos alejan de su verdad. Os invito a que, sin dejar a un lado el siempre necesario espíritu crítico, conozcáis mejor a nuestros sacerdotes. Os sorprenderéis muy positivamente, os lo aseguro”.

Pues a ello. A conocer y a querer a los sacerdotes, que no quiere decir pasar por alto todo lo que dicen o hacen, por cierto, que de todo hay en la viña del Señor.

Lean la carta. Merece la pena, se lo aseguro.

 

 

José Francisco Serrano Oceja