Tribunas
15/08/2024
Mi visita a Torreciudad
José Francisco Serrano Oceja
Danzas folclóricas en Torreciudad.
Jornada con familias de Guinea Ecuatorial.
No creo que haya que explicar que el periodista, en primavera, otoño, invierno y verano, se siente atraído, como un imán, por el lugar de la noticia. Durante demasiados meses el Santuario de Torreciudad se ha convertido en un potente imán noticioso.
Aprovechando un trayecto estival, tránsito, cambio, tuve la oportunidad de pasar una tarde de domingo, a cerca de cuarenta grados, en Torreciudad.
Hacía, más o menos, treinta y nueve años desde mi última visita a ese Santuario, geografía de lo sagrado, emanación de belleza en medio de una sinfonía armónica de naturaleza, ejemplo de integración de lo humano en lo primigenio. Hogar, hogar de presencia, hogar de la Madre.
Entones fui con mis padres y mis hermanos. Una razón familiar motivaba también esta escapada.
La sensación que he tenido ahora es la de regresar a un lugar que había contribuido a “domesticar” mi alma, en el sentido del concepto que Saint-Exupéry utiliza “domesticar” en “El Principito” (en francés el concepto lo explica mejor, pero no me voy a pasar). Una experiencia que he percibido en no muchos lugares del mundo y que tiene que ver con la relación que tenemos con el tiempo, que es lo propio de lo humano.
Exposición con el Santísimo en el altar mayor, oración personal, rezo del Santo Rosario, Bendición solemne y solemnísima y, después, la misa dominical.
Antes de la misa, medio centenar de personas. A la hora de la eucaristía de 18,00h., familias con niños, grupos de adolescentes y jóvenes que parecía aquello la parroquia de Caná en hora punta. Insisto, domingo de agosto a cuarenta grados bien ventilados por el aire del Pirineo.
Por cierto, actos devocionales presidios por el Rector, don Ángel de las Heras. Uno espera que en la Bendición al Santísimo aparezcan naturalmente el Pange Lingua, el Tantum Ergo. Pues no, cantos piadosos y emotivistas, que a este paso acabaremos metidos en el repertorio de Hakuna.
Todo hay que decirlo. El organista certero, preciso, técnico en la interpretación, tiraba para arriba y nos introducía en la dinámica del inmenso retablo, nos colocaba allí, a los pies de la preciosa imagen de Nuestra Señora, reluciente, finísima, delicada, atenta a cada pliego de nuestro corazón.
Y si digo que el organista nos despidió musicalmente con una versión del himno de la Virgen de la Almudena, cierro el ciclo.
A lo que vamos. Esto es parte de la experiencia de una tarde en Torreciudad. Esto es parte, entiendo, de lo que quiso san Josemaría Escrivá de Balaguer y lo que quiere el Opus Dei.
Oración, elevación de mirada, culto a Dios, relación íntima con la Madre, reconciliación, silencio y palabra, apertura de horizontes, el cielo en la tierra que pasa por el corazón de cada uno cuando en la vida hay que mirar al cielo más que a la tierra.
La fe, que Dios haya hablado, que es lo definitivo en la historia, lo sagrado, hace sencillo lo complejo sin evitar lo complejo. El problema, y este es el sentido también de lo profano, y de profanar, es cuando lo sencillo se hace complejo e irresoluble.
Que el peregrino, homo viator, ascienda por la montaña –en la dura subida existencial al Monte Carmelo- a buscar el consuelo, el abrazo de amor que es misericordia forma parte del juego de la vida. No hay peregrinaje sin terrenos escarpados.
Una altura, la de ese Santuario, que invita a agotar la existencia con esperanza, siempre mañana, a elevar los ojos más allá de nuestra pedregosa voluntad que conforma una realidad en la que no pocos se empeñan que discurra entre sinuosos movimientos reptilianos.
Es cierto que al final de la tarde tuve la oportunidad de charlar un rato con el portavoz del Santuario, José Alfonso Arregui, por eso de que ya saben ustedes que si no estamos a la penúltima no nos quedamos satisfechos.
Pero eso no era ni el fin, ni lo principal. Oración, reconciliación, caricias, muchas caricias, compañía, el abrazo de Nuestra Señora.
De regreso, pasaré por Javier y por Loyola, por eso de que las autovías unen también los puntos de la historia espiritual de España.
Espero no encontrarme a ningún obispo hurgando en los armarios.
José Francisco Serrano Oceja