Tribunas

Confesiones del guardián del bien hecho por la Iglesia

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Monseñor Sergio Pagano.

 

 

 

 

 

Por eso de la pasión por la historia y por la aflicción ante determinadas corrientes historiográficas, me ha interesado especialmente la entrevista que Massimo Franco, en el Corriere della Sera, le ha hecho a monseñor Sergio Pagano, hasta hace unos días responsable del Archivo Apostólico Vaticano, antes llamado Archivo Secreto Vaticano, la memoria del mundo, no sólo de la inteligencia de la Iglesia.

Por cierto, autor de un reciente libro Secretum, creo que todavía no traducido al castellano.

Monseñor Sergio Pagano, en la línea de personalidades como el cardenal Jorge Mejía, se ha recorrido no pocas veces los 86 kilómetros lineales del Archivo, que parece se han quedado ya cortos los 86 kilómetros.

El Archivo, que está vivo, ha superado no pocos momentos de riesgo. Por ejemplo cuando durante el saqueo de Roma, los lansquenetes de Carlos V entraron por la fuerza y dejaron pintadas en las paredes, que aún hoy pueden verse. Pero nada más. No ocurrió así con Napoleón que hizo que se trasladara parte del Archivo a París, a dónde había planeado llevar a Pío VII y con él, el papado.

Preguntado cómo ve la Iglesia, este religioso barnabita señala que “tristemente, después del Concilio Vaticano II, hubo un desplazamiento general: demasiadas expectativas. Se creó desorden en la disciplina, seminarios y ateneos pontificios. En la doctrina se ha registrado una crisis cada vez más profunda. Y en este clima de incertidumbre, lo que prevaleció fue una llamativa confusión. Registro la desorientación de los fieles, y una cierta decadencia del pensamiento teológico. La misma pastoral se reduce a caridad por la caridad, sin una inspiración vertical, de fe”.

Monseñor Sergio Pagano, que es obispo, reconoce la estima que los Papas han mostrado hacia los hombres de estudio. Añade que “no pocos pontífices eran archivistas y cancilleres, para luego convertirse en hombres de la Curia y Secretarios de Estado. Estudiar la historia de la Iglesia y divulgar las fuentes es una obra pastoral no menor que la de un párroco que juega al fútbol en el oratorio con los jóvenes”.

El periodista le hace la pregunta sobre si “ha ocultado o censurado alguna vez documentos porque podrían ser un daño para la Iglesia”.

“Ocultado no. Digo más: a veces me han reprochado algunos estudiosos católicos por decir demasiado, por no haber tenido ningún escrúpulo en publicar documentos delicados. Pero son críticas que siempre he ignorado. Los considero el reflejo de quienes creen que los vicios y defectos de los hombres de la Iglesia deberían ser silenciados. Mi principio rector es que no hay que cometer pecados, pero una vez verificados y documentados, hay que hacerlos públicos, contextualizándolos en la historia. También porque la gran mayoría de nuestra documentación atestigua el bien hecho por la Iglesia. Los defectos son parte de la humanidad”.

 

 

José Francisco Serrano Oceja