Tribunas

Superar el pesimismo ante el mal

 

Jesús Ortiz


El padre Gaétan Kabasha, recogiendo el premio
de la Fundación Alter Christus.

 

 

 

 

 

Para muchos la existencia del mal representa el gran problema para admitir a Dios y su Providencia en el mundo. Se trata de una cuestión vital antes que intelectual debido a experiencias duras y a una idea errónea de Dios. En cambio, son mayoría quienes creen en Dios, a pesar de los males abundantes en el mundo, cuando se acercan a las causas que los generan, con convicción personal y tradición de fe.

Abundan los testimonios de personas que han sufrido males ordinarios, como la mayoría, y otros extraordinarios, siendo capaces de mantener una visión positiva de la vida. Se comprende el rechazo de un ser superior supuestamente bueno con los hombres ante grandes sufrimientos, aunque también es humano pensar en la forja de la excelencia humana. El pesimismo existencial no vale para mantener el sentido de la vida y de la historia. Y descargar en Dios la responsabilidad del mal es quedarse en la penultimidad de la vida, porque algo tiene que ver la libertad de los hombres.

 

Gaétan Kabasha

Una vida apasionante camino del sacerdocio en medio de grandes sufrimientos es la del sacerdote Gaétan Kabasha: tuvo que huir de Ruanda a causa de la guerra tribal, y comienza el periplo por varios países como refugiado, especialmente en la República del Congo (antes Zaire), siendo un milagro que haya sobrevivido o más bien varios milagros. Y más aún que sea un hombre sereno y sacerdote de Jesucristo guiado en verdad por la mano invisible de Dios [1]. Ayudado también por muchas personas que han encarnado al buen samaritano lleno de humanidad, como quiere ser el mismo autor para los demás.

Este hombre da testimonio de que el sufrimiento no es enemigo de la fe sino más bien al contrario. Quien ha perdido la fe puede revisar el significado de su sufrimiento como una oportunidad de encontrarse con Dios. Ningún pasaje del Evangelio -añade- promete el paraíso en la tierra. Y considera que la pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué el hombre maltrata a sus semejantes? En el caso del genocidio de Ruanda, cada machete que cortaba un cuello lo sujetaba la mano de una persona concreta.

 

La mano invisible de Dios

La esperanza le sostuvo, y pudo sobrevivir al cólera y a la malaria, al hambre y a la sed, a la soledad, a la pobreza y a la precariedad. Considera que los sufrimientos, las humillaciones, la cárcel, las expulsiones, y la fatiga eran el camino del calvario personal para unirse a Jesucristo. El sufrimiento, dice, le enseñó el amor al hombre y el valor de la fe. Cada vez que empezaba a desesperarse encontraba alguien que le solucionaba el problema: no son coincidencias sino la mano invisible de Dios y la bondad de unas personas.

Señala también que hoy día gracias a la prensa, a la concienciación social y a los medios tecnológicos disponibles, las personas de buena voluntad pueden socorrer a los que sufren a miles de kilómetros: «Fue en los campos de refugiados donde descubrí el sentido del voluntariado, del sacrificio, de la renuncia y de la generosidad internacional» (p. 35). Incluso a pesar de los miedos y desinformación de algunos. Por ejemplo, difundían que los americanos se encontraron con el rechazo porque se rumoreaba que tenían un plan maquiavélico para exterminarlos impidiendo vacunar frente al cólera a niños y madres embarazadas.

 

De la paz y la guerra

En el prólogo con el recuerdo de su Ruanda natal y tras diecinueve años de andanzas había adquirido una actitud profunda de admiración por la vida. Y recuerda: «No comprendía cómo el pueblo que habitaba aquel paraíso había podido pasar de una paz legendaria a una de las matanzas más atroces de la historia reciente de la humanidad.  De la paz se pasó a la guerra, de la guerra a la fractura social, y de ahí al genocidio. Después, todo fueron penas y miseria: el exilio para unos, la tristeza permanente para otros y la ruptura interior para todos». (p.12). Había marchado con 22 años y volvía por un tiempo, ya sacerdote con 41.

Después de estar en el seminario de Bangassou (República Centroafricana)  y en el de Bangui, fue admitido providencialmente en el de Madrid, con gran sorpresa suya. Tras cuatro años en este seminario Gaétan fue ordenado primero como diácono en la catedral de Madrid en junio de 2003 y en septiembre de ese año como sacerdote en Bangassou, lejos de su tierra natal y de su familia en Ruanda. En el año 2000, al comienzo del tercer milenio, se decidió a escribir su historia, en parte para apartar los fantasmas, viendo su vida iluminada por la presencia de Dios en cada etapa de su itinerario. Actualmente ejerce su ministerio en Madrid y visto el éxito de su primer testimonio ha publicado otro libro titulado «Un sacerdote entre dos mundos» [2], con una emoción que no decae.

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico

 

 


 

[1] Una mano invisible. De seminarista en el exilio a sacerdote de Cristo. Gaétan Kabasha. Editorial Nueva Eva. Madrid 2021. 220 págs.

[2] Un sacerdote entre dos mundos. Gaétan Kabasha. Editorial Nueva Eva. Madrid 2024. 1