DE LIBROS

 

El descargo de conciencia del profesor Juan María Laboa

 

El profesor de Historia de la Iglesia presenta su autobiografía en el libro "Nada sin el otro"

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja | 01/07/24


 

 

 

  1. “Ensayo de vida en el desierto”
  2. Presencia como docente
  3. Libros sobre la historia de la Iglesia
  4. Juicio sobre la realidad
  5. Sobre san Juan Pablo II
  6. Sobre San Dámaso

 

 

 


Juan María Laboa

 

 

 

El profesor Juan María Laboa, que nació el 15 de agosto de 1939 en Pasajes de San Juan, Guipúzoa, acaba de publicar su autobiografía. También pudiera decirse que ha escrito sus memorias.

No quisiera yo abrir el debate sobre la diferencia entre autobiografía, centrada en la personalidad del autor, un personaje público, y memorias, que miran más al contexto de análisis de tiempo en el que ha vivido.

 

“Ensayo de vida en el desierto”

Escritas durante la pandemia, estas páginas, según confiesa el autor al final de libro, son denominadas “recuerdos” o “ensayo de vida en el desierto”.  El centro argumental, la persona y las relaciones personales.

Es indiscutible que el profesor Laboa, docente de Historia de la Iglesia y discente de las corrientes de esa historia, ha tenido, y tiene aún, una influencia relevante en determinados sectores eclesiales, a través también de la capacidad prescriptiva sobre personas que ocupan destacadas posiciones y puestos.

Ha sido así y es así porque el profesor Laboa ha pertenecido y pertenece a relevantes constelaciones tanto intelectuales, como periodísticas y eclesiales, siempre de amistad, como la que manifiesta haber tenido con, por ejemplo, monseñor Fernando Sebastián Aguilar.

 

Presencia como docente

El hecho de que su formación teológica, y sacerdotal, se hiciera íntegramente en Roma, cuando su hermano era el secretario particular del cardenal Gicognani, influyó no poco.

Una vez que el joven sacerdote llega a Madrid, su actividad en los Colegios Mayores, como docente en la Pontificia Universidad Comillas, -su cátedra más genuina-, en el Centro de Estudios teológicos de San Dámaso, en el Instituto de Pastoral, adscrito a la Pontificia de Salamanca, en el seno de la ACdP y del CEU, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, le permitieron una amplia presencia e incidencia.

Hay que añadir además su trabajo como Delegado de pastoral universitaria, en Madrid, con el cardenal Tarancón. No es menor su presencia e influencia en medios de comunicación, en particular en la revista “Vida Nueva”.

 

Libros sobre la historia de la Iglesia

Son no pocos, y con no poco éxito editorial, sus libros divulgativos sobre la historia de la Iglesia, como se puede comprobar por la reciente edición de su Historia de los Papas. Quizá sean menos conocidos sus trabajos científicos, como su tesis doctoral sobre Rodrigo Sánchez de Arévalo –que tengo que leer-, bien presentada en este libro, o algunas de sus investigaciones sobre aspectos de la historia de la Iglesia contemporánea.

Siempre que uno se acerca a la autobiografía de una persona pisa terreno sagrado, la tierra de la libertad de quien hace un ejercicio de puesta en escena de su núcleo de intimidad. No cabe más que recibir lo dicho con respeto.

 

Juicio sobre la realidad

Pero como no somos meros buzones, receptores pasivos, lo escrito interpela y da que pensar, no sólo sobre la realidad que se ha referido sino sobre los criterios a partir de los que se articula ese juicio sobre la realidad.

Estas memorias fueron escritas en el pontificado del papa Francisco y publicadas cuando ya ni el cardenal Osoro es arzobispo de Madrid.

Ofrecen al lector algunos juicios sobre el pasado inmediato, diríamos juicios de contexto que generan perplejidad.

 

Sobre san Juan Pablo II

Voy a referir algunos de ellos para que el lector o lectora se haga una idea. Lo hago a efectos de propuesta de conversación. ¿No estamos acaso en un tiempo de apertura de horizontes, de límites, de encuentro con el otro, de diálogo, también en la Iglesia?

Escribe el profesor Laboa en la página 61: Juan Pablo II fue elegido cuando yo llevaba diez años en Madrid. Lo acogimos con sorpresa e interés al ser el primer papa no italiano desde hacia cinco siglos y uno de los pocos eslavos en la historia pontificia. Estaba claro que conocía muy poco de España, pero esto no suponía en principio una dificultad. Por desgracia, desde el primer momento cayó en manos de los cardenales Martínez Somalo, Suquía y Rouco y actuó en nuestra Iglesia por su medio. No tuvo en cuenta a Tarancón ni a  la mayoría de los obispos españoles, ni a los carmelitas y jesuitas españoles. Somalo y sus acólitos utilizaron el argumento del “mesianismo polaco”, tan querido por el Papa y la Iglesia polaca, para convencerle de que la Iglesia española, a diferencia de la polaca, no había sabido defender sus derechos y su historia al entregase a los políticos e ideas demócratas dominantes, aceptando la constitución atea aprobada por el parlamento y el referéndum, y las leyes del divorcio y de la educación.

En la Iglesia española, las elecciones episcopales, algunas controversias y divisiones importantes, junto a decisiones que no tuvieron en cuenta la realidad social y eclesial existente, se debieron a estos influjos indiscriminadamente recibidos. Opus, Neocatecumenales, Legionarios de Cristo, Carmelitas de la Madre Maravillas y algunos más ocuparon el tablero y actuaron en consecuencia, aunque se debe admitir que se mantuvo activa e innovadora una Iglesia más conciliar, ciertamente no disidente, pero que mantenía su vida espiritual y pastoral más acorde con el espíritu de lo que había sido la mayoría conciliar y el espíritu de los textos aprobados, de forma que al llegar el papa Francisco no hubo que hablar de ruptura sino de continuación del espíritu conciliar”.

 

Sobre San Dámaso

Y sobre San Dámaso, p. 235 y ss.: “Tengo que decir que siempre me sentí a gusto en San Dámaso, a pesar o, tal vez, porque, apenas, participé en lo que en la casa sucedía a lo largo de los años, ciñéndome más al trato directo con los alumnos, al ámbito del aula y al buen clima que allí, generalmente, conseguíamos mantener, aunque con los años y la división de Madrid en tres diócesis, se agudizó el espíritu intransigente y, lo digo con disgusto y malos recuerdos, el integrismo más desconsiderado. Jóvenes ignorantes y sin preparación teológica se permitieron inquietar y crear mal ambiente con profesores respetados y de prestigio en el ámbito intelectual como Martín Velasco y Gesteira. No resulta desconsiderado pensar que el origen estaba, a menudo, en sus formadores, sin que se produjese alguna advertencia por parte de los obispos de Getafe y Alcalá”.

Tiene razón cuando el profesor Laboa habla en el libro de los encuentros culinarios en su casa. Las comidas discretas con las personas que señalaba Tarancón, con monseñor Sebastián, con tantos otros. La diplomacia y la capacidad de influencia entre manteles, que también hace historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan María Laboa,
Nada sin el otro.
KHAF.