Tribunas

Tres cismas y un funeral

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Carlo Maria Viganò, arzobispo.

 

 

 

 

 

Tengo un amigo, al que intento sacar del pesimismo todo lo que puedo, que me repite que cada quinientos años en la Iglesia se produce un cisma. Como si hubiera una inexorable ley de la historia que llevara a, en cada ciclo de más o menos quinientos años, proponer una ruptura en el seno de la comunión eclesial. Que si los arrianos, que si el Cisma de Oriente, proceso complejo donde los haya, que si Lutero y los suyos, que si los sedevacantistas, que si ahora…

No creo en los análisis de los ciclos inexorables a lo Arnold J. Toynbee. Apuesto más por una concepción de la historia centrada en el protagonismo de las individualidades, de la libertad personal. Aunque las dinámicas de relación y de condicionamientos, incluso los climas, funcionen.

En los últimos días hemos tenido noticias del que denominan cisma litúrgico siro-malabar, que parece ser que se ha quedado en nada porque los obispos han cedido a las peticiones de los rebeldes.

No vamos a recordar que estaba tan complicada la situación que no hace mucho el Papa envió a un emisario suyo y lo que hicieron fue recibirle a palos, literalmente.

Después están los lefebvrianos, que han anunciado que volverán a consagrar obispos. Eso sí que es un cisma, del que muchos pensaban que se extinguiría con el tiempo y parece que no. Aunque divisiones internas han tenido suficientes dentro de ese cisma como para entrar en razón eclesial.

En tercer lugar, está el famoso mons. Viganó que va a ser juzgado por el Dicasterio de Doctrina de la Fe por el delito de cisma. Ha adelantado que no se presentará al juicio porque no reconoce la autoridad del Papa. La deriva de Viganó ha entrado en un momento en el  todo es posible. En los perfiles cismáticos hay un antes y un después, una decisión, un acto con el que se pierde toda la credibilidad, si es que la tuvo en algún momento, y la deriva lo arrastra hacia lo inconcebible. Circula un famoso vídeo de Santiago Martín por las redes que explica algo del caso Viganó.

Y, por último, la astracanada a lo Paco Martínez Soria de las Monjas de Belorado. A estas alturas de la película, o de la serie de ficción, cuando ya han expulsado al supuesto obispo Rojas y su adlátere coctelero, lo que me parece alucinante es que estén viviendo sin sacramentos.

Esta es la cuestión, que los cismas terminan o comienzan tocando la cuestión sacramental, la cuestión clave. Vivir sin sacramentos, en el caso de Belorado, las aboca a que el demonio intensifique su juego. Vivir sin sacramentos es vivir sin Cristo, así. No olvidemos, para los filósofos de la cosa, que el sacramento humanidad está herido.

Consecuencia lógica por cierto de lo que se han buscado. Si siguen así terminarán convirtiéndose en una comuna de no voy a añadir calificativo. Les podría recomendar alguna serie de Netflix de feature story sobre casos de sectas en Estados Unidos para que vean cómo suelen terminar estas aventuras.

A no ser que llamen a Viganó, que todo es posible. Y no estoy dando ideas. Quizá la salida que tengan las exreligiosas de Belorado sea buscarse un sustento digno fuera de allí, que quizá es lo que están reclamando.

Pero volvamos al principio. Como sigamos así habrá que abrir el capítulo de cismas, heridas en la unidad de la Iglesia, en la agenda de seguimiento. No confundamos, en este proceso, por favor, las causas con las consecuencias. Si utilizamos un modelo dialéctico, conservadores y progresistas, el problema no son las sensibilidades o tendencias, la pluralidad de lo real, sino las patologías. Y el trato que se da la las patologías.

Se trata ahora de reforzar, en un mundo de pluralismo y tensión disgregadora, los vínculos de unidad, los entornos de unidad, y no agudizar los de división.

 

 

José Francisco Serrano Oceja