Opinión

El difícil oficio de ser Obispo en Argentina

 

 

Pedro María Reyes


Mons. Gabriel Antonio Mestre.

 

 

 

 

 

Parece que últimamente el trabajo de obispo en Argentina es uno de los perfiles laborales más complicados de seleccionar. Hoy la actualidad eclesial se ha desayunado con la aceptación del Papa de la renuncia del Arzobispo de La Plata. Mons. Gabriel Mestre, que sucede en la sede platense al Cardenal Víctor Fernández y anteriormente fue Obispo de Mar del Plata, pasó a ser emérito a la edad de 55 años y después de solo 10 meses de ministerio en su nueva sede.

En la carta a los fieles de La Plata explica que el Papa le pidió la renuncia «después de confrontar algunas percepciones distintas con lo acontecido en la Diócesis de Mar del Plata desde noviembre de 2023 hasta la actualidad». En la diócesis marplatense en ese periodo fueron designados dos Obispos, ninguno de los cuales llegó a tomar posesión, uno por enfermedad y el otro porque surgieron denuncias en San Juan, ciudad en la que antes era Obispo auxiliar. Por lo tanto a este episodio se suman otros dos Obispos jóvenes eméritos.

Actualmente esa diócesis la rige un Obispo auxiliar de Buenos Aires como Administrador Apostólico. Y este, al poco de llegar, pidió al Vicario General, que era el Administrador diocesano, que se retirara a otra diócesis para realizar «un procedimiento canónico relacionado a esclarecer su actuación durante su tarea de administrador diocesano».

Esos son los datos escuetos de los hechos. A partir de aquí se dispararon los rumores de cuál es la razón última de estos nombramientos fallidos: intrigas curiales, corrupción económica o de la otra, abusos de poder, rebeliones clericales… Le ahorro al lector el análisis de estas suposiciones porque no son más que chismes.

Me parece relevante que de un tiempo a esta parte parecería que han resurgido en la Iglesia actitudes que se suponían desterradas hace tiempo. El mero hecho de que se citen esas supuestas causas como el origen de estos acontecimientos indica que siguen estando vivos, al menos tanto como para permitirse la sospecha de que en este caso se han dado. Si nos cuentan estos hechos y sus supuestas causas de una diócesis del Renacimiento, nos lo hubiéramos creído, pero el asunto es que estamos en el siglo XXI.

En realidad la Iglesia parece que se está destruyendo a sí misma no desde el Renacimiento, sino desde los Apóstoles. San Pedro y San Pablo discutieron en Antioquía (cf. Gal 2, 11-13), este rompió con San Bernabé porque discreparon sobre San Marcos (cf. Hch 15, 39), San Pedro se enfrentó al engaño sobre dinero de Ananías y Safira (cf. Hch 5, 1-11), entre otros muchos ejemplos que aparecen claramente en el Nuevo Testamento.

Pero por encima de estos hechos, permanece la fe en el Señor que fundó su Iglesia y en el Espíritu Santo que la guía. La Iglesia saldrá adelante no porque los católicos actuemos conforme a las enseñanzas de Jesús, sino por la misericordia de Dios. Las noticias eclesiales que leemos estos días en Argentina deben servirnos para amar más a la Iglesia e incrementar nuestra fe.

 

 

Pedro María Reyes