Colaboraciones
La leyenda de la Inquisición
19 junio, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Cuando España perdió el poder hasta convertirse en un país de segunda en la periferia europea, la leyenda de la Inquisición no sólo no fue olvidada, sino que siguió fresca como el primer día y tratada en todas partes como hechos probados (sólo que sin ninguna prueba), y más gente se sumó a la causa, no ya por ir contra España, sino por ir contra la Iglesia católica. La Ilustración francesa en el siglo XVIII convirtió a la Inquisición española en el perfecto ejemplo de lo cruel y malvada que puede ser la Iglesia católica, a pesar de que en ese siglo la Inquisición ya casi ni funcionaba y estaba a punto de desaparecer, y a pesar de la tremenda crueldad desplegada por los revolucionarios franceses. Desde entonces, los ateos se sumaron a los protestantes en la batalla de calumnias contra la Inquisición, pues si los protestantes la usaban como símbolo de las maldades del catolicismo, los ateos la usaban como prueba de las maldades del cristianismo en general, y de la Iglesia en particular.
Es a través de esa corriente atea cómo el mito infame llegó a la propia España y se difundió. Desde entonces los españoles e hispanoamericanos fueron poco a poco creyéndose una falsedad inventada por otros para difamarles, y hoy en día la Inquisición sigue siendo uno de los principales argumentos que usan los protestantes para atacar a los católicos, o los ateos para atacar a la Iglesia o a toda religión, como la prueba más clara de cómo el fanatismo religioso fue al parecer capaz de sumir a una sociedad entera en el terror durante siglos.
Copiamos aquí un párrafo de un artículo escrito por el escritor y articulista español Pío Moa:
«…El fenómeno de la Inquisición española debe ponerse en ese contexto [amenaza islámica], cosa que rara vez observamos. Se la coloca, en cambio, en una situación de pugna un tanto abstracta por o contra una libertad religiosa que no existía en ningún país europeo. Las “inquisiciones” protestantes [tribunales eclesiásticos], aunque menos duraderas, fueron mucho más sangrientas, no obstante, lo cual la propaganda protestante ha tenido un increíble éxito en presentar a la española como la culminación de la crueldad y la maldad en la historia humana hasta el siglo XX. Esa actitud no halló correspondencia en España, por lo general. Como señala William Maltby hablando de la Leyenda Negra en Inglaterra: “No pocas de las acciones de España fueron terribles, pero ninguna razón permite suponer que fueran peores que las de cualquier otra nación. Además, no parece haberse desarrollado la correspondiente anglofobia en España, donde los informes eran mucho más moderados, por más que nadie puede negar que los españoles tenían tantas razones para estar descontentos de los ingleses como los ingleses de ellos”». Esto puede extrapolarse a todo el mundo protestante y a Francia. Por ese incondicional y masivo ataque propagandístico, la Inquisición ha quedado como el símbolo por excelencia de la España del siglo XVI, concentrado de crueldad y oscurantismo, y la imagen ha tenido tal éxito que, como observan algunos autores con sorpresa, buena parte de la historiografía española, por lo común la más mediocre, la ha aceptado e incluso le aporta su propia contribución.
Pero la España del siglo XVI no se caracteriza por la Inquisición más que los demás países europeos por sus correspondientes crueldades e intolerancias o por la quema de brujas. Se caracteriza por un gran arte, un brillante pensamiento de corte más bien humanista y liberal, por haber puesto en comunicación, por primera vez en la historia, a todos los continentes habitados, por haber marcado los límites a la expansión turca (y a la protestante), y por haber exportado las universidades y la civilización occidental y cristiana a gran parte del mundo. Y ello en condiciones sumamente difíciles y en pugna sucesiva y a veces simultánea con poderes más fuertes que ella misma. No está de más recordarlo en tiempos de absurda autodenigración, cuando nos amenazan nuevas y serias crisis.
Enrique VIII, fundador de la Iglesia Anglicana, mató a unos 50.000 católicos durante su reinado. Su hija, Isabel I, mató más católicos en su reinado que herejes la Inquisición española en sus 300 años de existencia. Un acto del Parlamento Inglés decretó en 1652 que «cada sacerdote romano debe ser colgado, decapitado y desmembrado y después quemado y sus cabezas expuestas en un poste en lugar público».
El asesinato de obispos y sacerdotes fue generalizado en casi todas las zonas protestantes, y al pueblo se le forzaba a asumir la nueva fe bajo pena de muerte. Como dijo el mismo Lutero, «si tuviera a todos los frailes franciscanos en una sola casa, le prendería fuego. ¡Al fuego todos ellos!» o también «Matad cuantos campesinos [católicos] podáis: hiera, pegue y degüelle a quien pueda. Feliz si mueres en ello, porque mueres en obediencia a la Palabra Divina».