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Ingeniería social y ampliación de derechos

De cómo se puede convencer a la gente de cualquier cosa

 

Francisco Rodríguez Barragán | 27.04.2017


 

Hay palabras que se ponen en circulación que nunca son inocuas, aunque mucha gente no detecte la potente carga destructiva que contienen. Cuando llegamos a comprender de lo que se trata suele ser tarde. Recuerden la advertencia evangélica: los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.  Quienes pretenden organizar el mundo a su antojo encuentran medios y métodos eficaces frente a la inactividad de los que creemos estar en la verdad, en la luz,  pero no la defendemos ni la comunicamos.

Recordemos a los gobernantes que lanzaron la consigna de la ampliación de derechos y con reconocida eficacia consiguieron que la gente asumiera sin gran resistencia convertir un delito, abortar una vida en gestación, en un derecho prácticamente absoluto, asumir que el sexo de las personas no es biológico sino elegido, que el matrimonio “para todos” ha llevado a las uniones homosexuales y a las uniones heterosexuales a ser sustituidas por vivir en pareja, sin formalizar ningún tipo de compromiso, las rupturas matrimoniales en lugar de intentar recomponerlas, se les facilita el divorcio exprés que puede gestionarse desde una aplicación informática.

Aquello que dice el artículo 14 de la Constitución de que todos somos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna en razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia, se ha cambiado radicalmente. Aunque pocas veces se denunciara discriminación, ahora se han convencido a las mujeres y a todos aquellos con orientación sexual diferente para que gocen de una discriminación positiva en el ámbito jurídico y puedan denunciar de cualquier tipo de fobia a toda persona que piense diferente.

La expresión “salir del armario”, que hacía referencia a todos aquellos que decidían confesar abiertamente su homosexualidad, se ha llevado a una reivindicación agresiva con banderas, fanfarrias y desfiles de dudoso gusto y a conseguir que se eduque a los niños en estos “nuevos valores”.

Ha sido toda una labor de ingeniería social llevada a cabo por los ingenieros de la escuadra y el compás bordados en el mandil, que se felicitan del retroceso de las enseñanzas y tradiciones judeo-cristianas, cuya desaparición total vienen propugnando desde la Ilustración  como condición para un mundo feliz (quizás el de Huxley).

El proceso que han llevado a cabo astutamente comienza con una fase emotiva para despertar en la gente simpatía y compasión por determinados colectivos al mismo tiempo que se invita a actos revolucionarios. A continuación se utilizan opiniones científicas, debidamente manipuladas, que abogan por leyes que modifiquen la situación, haciendo obligatoria su aplicación y su enseñanza. Los sistemas democráticos, más allá de gestionar el bien público, se han arrogado la autoridad de definir el bien y el mal y dejan institucionalizada cualquier cosa, si tienen votos suficientes en el parlamento.

Como naturalmente siempre habrá ciudadanos que no estemos conformes con esas ampliaciones de derechos, ya se cuidan los gobernantes de penalizar y castigar a los disconformes, señalándolos como apestados, marcándolos con la estrella amarilla de “ultras”, que siempre se reserva a la derecha y nunca a la izquierda.

Si además este proceso se desarrolla en todo el mundo occidental y cuentas con las bendiciones de los organismos de la ONU y de la Unión Europea, ya pueden suponer que no es fácil reivindicar la vuelta a los valores morales que debían configurarnos como personas libres.

 

Francisco Rodríguez Barragán