Fe y Obras

Cómo la Madre ascendió al Cielo

 

 

03.08.2017 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Cada 15 de agosto, casi justo en mitad del tiempo veraniego (al menos en España) la Iglesia católica recuerda un momento muy importante de la historia de la salvación. Nos referimos a uno que afectó, en el buen sentido tal afección, a la Madre de Dios.

Nos referimos, como es fácil descubrir, a la Asunción de María a los Cielos en cuerpo y alma. Y es que en tal episodio destacan tres aspectos. Demos, aunque sea, unas pocas pinceladas de este gran cuadro de Amor de parte de Dios hacia su Madre.

A quién afectó la Asunción

La Madre de Dios fue quien tuvo el privilegio del que hablamos. Y es que no es poco privilegio la forma en la que María, aquella joven de Nazaret que dijo sí al Ángel Gabriel, iba a ir a la Casa del Padre.

En realidad, esto no podía de ser de otra forma. Siendo Madre de Dios no iba a permitir su Creador y el nuestro que sufriera la corrupción que el cuerpo acarrea tras la muerte. Además, era la “llena de gracia”, no había pecado nunca (ni desde su mismo origen tampoco tuvo el pecado original, como sabemos y por eso llamamos Inmaculada a su Concepción). Todo eso colaboraba a que el Todopoderoso tuviera una especial predilección por ella.

Dónde fue asunta

La Casa del Padre, llamado Cielo, fue donde María fue asunta.

Sólo podía ser tal su destino. Y no podía ser de otra forma porque, al no haber pecado nunca por supuesto el Infierno no podía ser el lugar donde fuera; tampoco el Purgatorio-Purificatorio porque nada tenía que purgar la Toda-pura. Por eso, el definitivo Reino de Dios fue el lugar donde fue la Virgen María y donde permanece para toda la eternidad echándonos una mano a sus hijos que, en el mundo o el siglo, no atinamos siempre a ser santos o perfectos.

En qué condiciones se produjo la Asunción

Hay, sin embargo o, mejor, a más a más, algo que es muy importante. Y es que la Virgen María ascendió a los cielos de una manera muy particular y especial.

Con esto queremos decir que ascendió, fue asunta al Cielo, en cuerpo y alma. Y eso era algo que no todo ser humano, sin contar a Cristo-hombre, consiguió.

Que María ascendiera así al Cielo era algo que beneficiaba, que beneficia, al ser humano. Y tal es así porque ella no ha perdido ninguna de sus cualidades y no tiene que esperar a la resurrección de los muertos para que su alma y su cuerpo se vuelvan a unir. No. Ella ya está allí como debe estar todo santo que ha sido santo siempre. Y eso, claro, sólo puede ser bueno para nosotros, los esperanzados hijos que todo anhelamos de su ser y presencia ante Dios.

Por cierto, ¡Qué pena de aquellos que ignoran este dogma o lo hacen de menos! ¡Que hijos tan desagradecidos!

Pidamos a Dios por tales personas, para que les abra el corazón y los ojos del alma y no dejen pasar la oportunidad de volver a la casa que Dios quiso que fundara su Hijo Jesucristo y de la que entregó las llaves a Pedro, el primer Santo Padre, Papa, Vicario de Cristo en la Tierra.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net