Fe y Obras

¿Homofobia?

 

 

09.06.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

En la familia se juega el futuro del hombre y de toda la sociedad. Es cierto, vivimos tiempos no fáciles para la familia. La institución familiar se ha convertido en blanco de contradicción: por una parte, es la institución social más valorada, al menos en las encuestas, también entre los jóvenes, y, por otra, está sacudida en sus cimientos por graves amenazas claras o sutiles. La familia se ve acechada hoy, en nuestra cultura, por un sin fin de graves dificultades, al tiempo que sufre ataques de gran calado, que a nadie se nos oculta. Ahí tenemos legislaciones contrarias a la familia, la acción de fuerzas políticas y sociales, a la que se suman movimientos y acciones del imperio gay, de ideologías como el feminismo radical o la más insidiosa de todas, la ideología de género. Esa situación es tan grave, y tiene tales consecuencias para el futuro de la sociedad, que se puede sin duda hoy considerar la estabilidad del matrimonio y la familia, y su apoyo y reconocimiento público, como el primer problema social, y de atención a los más débiles y a las periferias existenciales. Cuando se ataca o deteriora la familia, se pervierten las relaciones humanas más sagradas, se llena la historia personal de muchos hombres y mujeres de sufrimiento y de desesperanza, y se proyecta una amarga sombra de soledad y desamor sobre la historia colectiva y sobre toda la vida social. De ahí la gran necesidad que tiene de misericordia y de vivir la misericordia.”

Esto es lo que ha dicho el Arzobispo de Valencia, a la sazón Cardenal Cañizares, en una homilía. ¿Hay algo que no sea verdad? ¿Algo que no se ajuste a la más exacta realidad? ¿Algo que objetar sobre eso?

Al parecer, aquí los únicos que no tienen libertad para hablar son los católicos. Y es que si en cualquier desfile del “orgullo gay” hay alguien (muchos alguienes) que se disfrazan, a modo, del Papa, de obispos, de religiosas o religiosos y exhiben sus procacidades en contra de la Iglesia católica… entonces eso es pura manifestación de libertad de expresión que ha de ocupar las primeras planas de la prensa de papel, de la internáutica y de la televisiva. Es expresión, además, de una sociedad sana… ¿Y no es, eso, sospechoso?

Pero, al parecer, dice algo un obispo, como el Cardenal Cañizares, que es tan verdad como que hay sol y que Dios existe y, de repente, se saltan a la yugular con intención de acabar con su existencia pública e incitando a no se sabe qué.

Luego dirán que aquí no hay una dictadura y que la misma no se basa en la ideología de género y en todo lo que de ella deriva.

A eso lo llaman homofobia que es la palabra mágica que, hoy día, todo lo puede. Y que la misma, que se ha hecho con el poder de las mentes débiles y aborregadas, posibilita cualquiera cosa. Es decir, cualquier cosa contraria al sentido común y al devenir natural de las cosas.

Por eso se están aprobando leyes autonómicas (pronto serán estatales seguramente porque en el mundo ya las hay) a favor de ciertos colectivos muy minoritarios (homosexuales, en general) que quieren imponer, por sus bemoles, sus comportamientos a toda la sociedad.

Y a eso lo llaman homofobia (un verdadero mantra moderno). Y así lo llaman porque saben más que bien que el mundo, que está más que perdido y está repleto de borregos seguidistas de lo políticamente correcto, está tan podrido como los corazones de los más radicales de los que quieren imponer sus gustos personales a una inmensa mayoría que está más que harta y cansada de que cuatro gatos miramelindos extremosos quieran que todos seamos como ellos.

Es cierto que todos los homosexuales no son iguales y, de vez en cuando, se alza una voz en contra. Pero qué quieren que les diga… eso es como si un musulmán levanta la mano para que le dejen decir que no todos ellos son iguales. Es, al fin y al cabo, una gota de agua en el inmenso mar que, como un maremoto va a arrasar con una sociedad que, hasta hace bien poco, caminaba, más o menos, por el camino recto. Y ellos, ellas y elles lo han torcido porque, en realidad, tienen el corazón bastante torcido.

Eso, sin embargo, se arreglaría muy pronto, tan sólo con que los poderosos se dieran cuenta de que ellos mismos van a caer en el abismo de seguir por el camino de proteger lo que no merece más protección que la que tiene el resto de la sociedad. Es decir, que si se empeñan en mantener sus posiciones particulares al respecto de sus gustos particulares está la cosa bien pero si eso ha de derivar en que nadie pueda decir nada contra eso o, mejor, contra lo que eso puede suponer para el devenir social… eso no es más que una dictadura. Y no me negará nadie que la obligación de cualquiera que no sea partidario de una dictadura es procurar que termine, que no siga ahogando a la sociedad que no la quiere o, en fin, que haga todo lo posible para pararle los pies como, por ejemplo, pasa en Venezuela, en Cuba y en otros “paraísos”, también, muy particulares.

Sin embargo, es también más que cierto que si no hay quien, desde instancias oficiales eclesiásticas, salga en defensa de los que quieren dar la cara (para que se la partan)… mal vamos, pero mal del todo.

Por cierto, que todo aquello que aquí pueda parecer insulto, está puesto con el prefijo de “supuesto”. Lo decimos por si acaso…

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net