Fe y Obras

Perpetuo Pentecostés

 

 

28.04.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

Se suele identificar Pentecostés con un momento muy importante de la Iglesia de Cristo. Un momento naciente, un momento de envío o, en fin, el principio de la vivencia de la Esposa de Cristo.

A tal respecto, es lógico imaginar que el Hijo de Dios hacía mucho tiempo que iba constituyendo, en los corazones de sus apóstoles y, también, en el de sus otros discípulos, la necesidad de crear una Iglesia para que su mensaje, su doctrina y, en fin, la nueva alianza firmada por Dios con el hombre a través de su Hijo, no quedar en algo bueno pero pasado y dejado atrás en la historia. No fue, pues, algo del momento o llevado por la improvisación.

Y eso es, en esencia lo que supone Pentecostés: 50 días después de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo todo empieza de nuevo para que continúe lo dicho por el Mesías.

De todas formas, no estamos de acuerdo, para nada, con el hecho de que momentos tan importantes para la vida de la Iglesia luego llamada católica se queden circunscritos en un día en concreto como si los demás del año en nada tuviese eso que influir.

¿Qué supuso Pentecostés, el nuevo Pentecostés cristiano?

Esto lo dijo Cristo:

“Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho” (San Juan 14, 25-26).

“Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).

Por tanto, la venida del Espíritu Santo debía suponer mucho para aquellos que eran discípulos de Cristo: debía enseñar lo que era crucial, nos recordaría lo que era importante para nuestra vida, nos guiaría por el mundo hacia el definitivo Reino de Dios y, en general, nos iba a comunicar lo que debía suceder según la voluntad de Dios…

Todo eso supuso el envío de la Tercer Persona de la Santísima Trinidad.

¿Aquello quedó allí anclado?

Una respuesta afirmativa supondría que no se ha entendido nada de la labor de Jesucristo ni de lo que podía hacer, en nuestro bien, el Espíritu Santo.

Cabe, por tanto, no hacer caso omiso a las mociones que el Espíritu de Dios sopla en nuestros corazones; no hacer como si no escucháramos lo que nos conviene aunque creamos que no nos conviene; no atender la Verdad con la  que el Espíritu Santo ilumina nuestros corazones no es, para nada, propio de hijos de Dios.

Vemos, por tanto, que si bien aquel día concreto de la historia de la salvación el Espíritu Santo cayó sobre unos cuantos hermanos nuestros, no por eso nosotros dejamos de estar iluminados por el mismo y, por tanto, nuestra vida ha de ser reflejo de aquel momento y, por decirlo de alguna manera, deberíamos tener por buena la verdad según la cual somos templo del Espíritu de Dios y que está en nuestro corazón.

¿Falsear nuestra vida haciendo como que eso no es verdad?

De todas formas, como prueba de su acción, vemos como el Espíritu Santo actúa, también, en la Iglesia católica:

-Por ejemplo, asistiendo especialmente al Vicario de Cristo en la Tierra,

-Por ejemplo, construyendo, santificando y dando vida y unidad a la Esposa de Cristo.

Y, en general:

Haciendo en nosotros posibles actos que, sin su ayuda, no estaríamos capacitados (casi siempre espiritualmente hablando) para llevar a cabo. Y esto a través de sus dones (7) regalados por Dios Padre Todopoderoso.

Siempre, pues, es Pentecostés; siempre debería serlo.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net