Fe y Obras

De cómo manifestar a Cristo

 

 

28.01.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Si hay algo que debería definir a un católico es la correspondencia entre lo que dice que es y lo que, en realidad, hace. Por eso, resulta de todo punto conveniente que no haya, o se muestre, discordancia entre una creencia, la creencia por antonomasia, y el resultado de tal creencia. A eso se le viene llamando “unidad de vida” y muestra, a la perfección o, mejor, separa más que bien a los que son verdaderos católicos de los que no lo son sino aparentemente.

Cuando Pablo se dirige a los Filipenses les comunica algo que es muy importante: el anuncio de Jesucristo, de la Buena Noticia, puede llegar y producirse por caminos diversos pero, al fin y al cabo, lo que importa es que “con hipocresía o con sinceridad, Cristo es anunciado” (Filp 1,18) aunque, ciertamente, sea mejor que se haga sin hipocresía...

Sobre esto, el 22 de mayo de 2006, el emérito Benedicto XVI se dirigió a los Superiores y Superioras Generales de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica diciéndoles que “Pertenecer totalmente a Cristo quiere decir arder con su amor incandescente, quedar transformados por el esplendor de su belleza”.

Y tal transformación espiritual ha de ser manifestada, por decirlo así, al mundo porque es una luz que no podemos esconder debajo del celemín.

Pero, más adelante (en la misma Audiencia) dijo que “nuestra pequeñez se le ofrece como sacrificio de suave fragancia para que se convierta en testimonio de la grandeza de su presencia para nuestro tiempo, que tanta necesidad tiene de quedar ebrio por la riqueza de su gracia”.

Al fin y al cabo “Pertenecer al Señor: esta es la misión de los hombres y mujeres que han optado por seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y se salve”.

Y eso, por decirlo pronto, no debe ser cosa exclusiva de aquellos católicos que han decidido llevar su vida consagrándola muy especialmente a Dios. Y es que ahora que, precisamente, se va a dar por finalizado (2 de febrero de este año 2016 en el que peregrinamos) el año dedicado a la Vida Consagrada debe servirnos el ejemplo de nuestros hermanos en la fe que eso han decidido hacer con su vida.

En realidad, debemos manifestar a Cristo en cada cosa que hacemos. Es, ciertamente, cosa difícil porque el mundo nos atrae más de la cuenta y no es nada extraño que nos dejemos vencer por las tentaciones. Entonces, en tales circunstancias,  nos ha de bastar con la oración y con un incremento decisivo de nuestra vida de. No grandes cosas sino lo pequeño, lo particular, lo íntimo, de dirigirse a Dios Padre Todopoderoso en agradecimiento, alabanza o petición.

El hermano Rafael, también conocido como San Rafael Arnáiz Barón, acuñó una expresión que, ahora, nos viene la mar de bien: “Sólo Dios”. Y es que es eso, precisamente, sólo Dios, lo que ha de servirnos, no por casualidad, para manifestar al Hijo.

Nosotros, en todo caso, somos católicos que queremos seguir siéndolo. Por eso nos alejamos todo lo que podemos de las cosas del mundo. Y es que sabemos que, aun viviendo en este mundo, no somos del mismo. Y esto no debe pesarnos para nada porque también sabemos que aquí estamos de paso, peregrinando, hacia una tierra que es nueva y es mejor que esta que ahora pisamos donde la polilla lo corroe todo y hay ladrones del alma que pululan por doquier.

Y lo mejor de todo esto es que ahí es donde se encuentra la necesidad de manifestar que Cristo en nuestra vida: el mundo ha de creer para, así, salvarse, pues no hay una meta mejor y más gozosa que sea distinta a de la salvación eterna.

Nosotros tenemos esa misión como dada, especial y concretamente, por Dios. Cumplirla o no expresará, muy bien, si somos capaces de manifestar a Cristo o no. Sólo eso.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
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