Fe y Obras

Acaba el año: mirar al futuro con esperanza

 

 

30.12.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Ciertamente, si miramos a nuestro alrededor, como creyentes en ejercicio, como personas que nos sentimos afectadas por lo que pasa en el mundo y, mucho más cerca, por lo que sucede en España, patria nuestra, nos podemos sentir, ciertamente, preocupados, tristes, enfadados y llegar hasta cotas insospechadas de rabia por el devenir inmediato que nos tienen preparados nuestros “gobernantes”.

 

Ciertamente, si nos dejamos llevar por la molicie y la tranquilidad de espíritu o si nos vemos dominados por ese comportamiento light que consiste en creer que todo es bueno para evitar, así, la colisión con otros o, simplemente, vivir mejor, seguramente creeremos vivir en el mejor de los mundos, satisfechas nuestras necesidades básicas y disfrutando, digamos, de un presente no exento de fruto y futuro.

 

Ciertamente, si somos de ese pensar tibio que consiste en menospreciar lo que es nuestro: nuestro pensamiento, nuestros valores, nuestras tradiciones morales, nuestro milenario pasado de fe... entonces, si somos de esos que entregamos a los que con gusto enterrarían, bajo cuatro candados, todo eso que es nuestro para que nunca más, por los siglos de los siglos, volviera a surgir socialmente este tipo de ser, entonces, digo, podemos estar contentos porque nuestra conciencia, o lo que quede de ella, no sufrirá lo más mínimo.

 

Ciertamente, si somos así, como antes ha quedado descrito, de esa forma de ser tan, digamos, moderna y progre, seguramente llegaremos lejos en este mundo que nos tienen preparado, y que viene ya, donde tiramos a la basura de nuestro pensamiento las mejores formas de ser y pasamos a ansiar por sobre todas las cosas bienes y lugares donde reposar nuestra pérdida.

 

Sin embargo, si no somos así ni disfrutamos de la materia como si sólo fuéramos mundanos (a pesar de estar en el mundo)  ni, por otra parte, queremos que se nos arrebate lo que es, legítimamente, nuestro, por poseerlo como donación de Dios, entonces hemos de echar mano de una virtud, a veces arrinconada, para cuando nada es posible salvar ya: La Esperanza (con mayúscula).

 

Como parece que estamos retrocediendo, los católicos, en la  estima del poder y como, al parecer, nos quieren arrinconar bien en la sacristía bien en la alcoba, pues quizá deberíamos reaccionar de alguna manera, haciendo valer esa virtud de la que hablamos.

 

Deberíamos tener la esperanza de que el corazón no se nos haya corroído y se haya ido, por sus huecos, la creencia en la misericordia de Dios porque podamos pensar que no nos es necesario cuando, al contrario, estamos más necesitados de Él que de otra cosa y que nunca.

 

Deberíamos tener la esperanza de que nuestra bondad no se hubiera dejado mancillar por los egoísmos que nos proporcionan, desde instancias bien determinadas, para acortar nuestro deseo y proporcionar todo a nuestra ansia.

 

Deberíamos tener la esperanza de que todo puede cambiar, que podemos cambiarlo, que, como dice la oración, hemos de ser capaces de tener valor de cambiar lo que podamos, y que eso sólo es posible desde dentro, desde el corazón que es de donde salen las obras y no sólo un músculo que bombea.

 

Deberíamos tener la esperanza de que, a pesar de las asechanzas que desde el poder nos acometen con ánimos viles, a pesar de la ingratitud ciega que muestra, seremos capaces de resistir su empuje, que nos nos dejaremos vencer tan fácilmente pues también podemos pasar nuestro calvario y cargar con esa cruz que es la nuestra. Esa es la nuestra.

 

Deberíamos tener la esperanza que, a veces, olvidamos porque es más cómodo, ciertamente, ejercer de bueno cuando en realidad se ha hecho el tonto, de verdad, por vender tan barata nuestra dignidad de hijos de Dios.

 

Deberíamos tener la esperanza, por último, de no aceptar los parabienes de los panegiristas del olvido, tan buenos ellos que, si nos descuidamos, nos robarán hasta el último ápice de virtud que tengamos.

 

Deberíamos tener la esperanza de mirar, así, al futuro, con eso mismo, ejercitando esa virtud, dando la oportunidad de manifestarse a la que es tan zaherida y maltratada.

 

Al menos porque, quizá, sea lo único que nos quede.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net