Fe y Obras

Inmaculada María

 

 

04.12.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


“Santísima Virgen, yo creo y confieso vuestra Santa e
Inmaculada Concepción pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza virginal,
vuestra Inmaculada Concepción y
vuestra gloriosa cualidad de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una santa muerte.

Amén"

En muy breve espacio de tiempo celebraremos la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Y, aunque, por la Tradición sabemos que desde los primeros tiempos los fieles cristianos tenían por cierto que Dios preservó a María del pecado original y la hizo, por eso mismo, Inmaculada, fue el Papa Pío IX el que, el 8 de diciembre de 1854, por medio de su Bula Ineffabilis Deus dijera que

"declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."

Y, para confirmar lo dicho por aquel Santo Padre que en a mitad del siglo XIX fijó por escrito lo que tenido por bueno por los fieles católicos, un sucesor suyo, Pío XII, en este caso el día de la celebración de la Natividad de María (8 de septiembre) dio a luz pública la encíclica "Fulgens corona" en la que dijo que “Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”.

Todo, pues, está bastante claro. No podía ser de otra manera y María sólo podía nacer libre del pecado original.

En realidad, si alguien es capaz de, serenamente, pensar acerca de la necesidad de que quien iba a ser la madre del Salvador, no tuviera el baldón del pecado original en y sobre su alma, se dará cuenta de que:

1º.-Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada y que, por lo tanto, no tuviera la mancha del pecado original.

2º.-El poder de Dios podía hacer que, en efecto, su Madre naciera sin mancha.

3º.-El Creador hizo que María naciera Inmaculada.

Estos argumentos, defendidos por Duns Scotto, nos ponen sobre la pista de que el hecho de que María sea Inmaculada era lo único que podía ser para que la historia de la salvación siguiese por el camino recto que Dios había trazado.

1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.

2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha.

3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.

Dijo, al respecto de la Inmaculada Concepción de María, San Juan Pablo II (5 de diciembre de 2003) que con la misma “comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad". Y el emérito Benedicto XVI (8 de diciembre de 2006), que “María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre del Redentor”.

Y, por abundar en un culto tal maravilloso como éste, el Papa Francisco, cuando en 2013 realizó la tradicional ceremonia romana de veneración de la Virgen Inmaculada, en la columna de Plaza de España en Roma, pronunció la siguiente oración:

“Virgen Santa e Inmaculada, a Ti, que eres el honor de nuestro pueblo y la guardiana atenta que cuida de nuestra ciudad, nos dirigimos con confianza y amor.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!
El pecado no está en Ti.

Suscita en todos nosotros un renovado deseo de santidad: en nuestra palabra brille el esplendor de la verdad, en nuestras obras resuene el canto de la caridad, en nuestro cuerpo y en nuestro corazón habiten la pureza y la castidad, en nuestra vida se haga presente toda la belleza del Evangelio.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!
La Palabra de Dios se hizo carne en Ti.

Ayúdanos a mantenernos en la escucha atenta de la voz del Señor: el grito de los pobres nunca nos deje indiferentes, el sufrimiento de los enfermos y los necesitados no nos encuentre distraídos, la soledad de los ancianos y la fragilidad de los niños nos conmuevan, toda vida humana sea siempre amada y venerada por todos nosotros.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!
En ti está el gozo pleno de la vida bienaventurada con Dios.

Haz que no perdamos el sentido de nuestro camino terrenal: la suave luz de la fe ilumine nuestros días, la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos, el calor contagioso del amor anime nuestro corazón, los ojos de todos nosotros permanezcan fijos, allí, en Dios, donde está la verdadera alegría.

¡Tú eres la Toda Hermosa, oh María!

Escucha nuestra oración, atiende nuestra súplica: se Tú en nosotros la belleza del amor misericordioso de Dios en Jesús, que esta belleza divina nos salve a nosotros, a nuestra ciudad, al mundo entero.

Amén.”

María, Madre de Dios e Inmaculada, Madre nuestra, intercede por tus hijos ante Dios Nuestro Señor y procúranos el bien para nuestro corazón y nuestra alma.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net