Fe y Obras

Tener a Dios en nuestra vida

 

 

07.08.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Es bien cierto que los católicos, y es de suponer que también el resto de cristianos que no lo son y andan perdidos (aun de buena fe muchos de ellos), tenemos la voluntad expresa en nuestro corazón de que el Creador, Dios mismo, no nos abandone nunca. Así, seguimos las huellas que deja en nuestra vida y, si eso es posible y somos capaces de aislarnos del mundo y sus pretensiones, nos acercamos a Él a través de la oración y el rezo que son las formas ordinarias que un hijo de Dios tiene para relacionarse con su Padre.

Tener a Dios en nuestra vida es, por eso mismo, lo que siempre debemos querer para llevar una existencia de la que se pueda decirse que es, legítimamente, luz para el mundo y sal para la humanidad que son expresión exacta de la voluntad del Creador acerca de su descendencia humana.

Muchos católicos pueden creer que su vida no material o, lo que es lo mismo, espiritual, da comienzo cuando quieren ellos. Es decir que sólo cuando llegan a la conclusión de que necesitan profundizar en su fe es cuando, en realidad, tienen la vida espiritual. Pues nada más lejos de la realidad pues por mucho que se niegue la filiación divina de la especie humana, las cosas son como son y como Dios ha querido que sean.

Podemos decir que lo que podemos considerar espiritualidad de nuestra existencia comienza, da comienzo, con nuestro mismo bautismo. En tal momento se nos perdona el pecado original y, tras habernos infundido el Espíritu Santo, podemos ser considerados hijos de Dios con todas sus consecuencias y no sólo creación del Padre que, de querer, se pierde sin remedio para la salvación eterna.

De tal manera crecemos como hijos de Dios. Bien podemos decir que, de otra manera, nuestra edad física no irá pareja a la que lo es espiritual que se quedará en el momento en el que se nos bautiza si, en realidad, no avanzamos en considerar que Dios está siempre en nuestra vida y a nuestro lado.

Posteriormente, nuestra propia familia, la participación en grupos parroquiales o en algún movimiento de los que existen en el seno de la Iglesia católica nos procurará un fondo espiritual que dará solidez a nuestra vida del alma. Formación y crecimiento interior irán de la mano de tal manera que sólo el segundo se sustentará en la primera.

Pero es que si tenemos a Dios en nuestra vida creceremos, también, como personas que se saben privilegiadas por haber aceptado la presencia del Padre en su existencia y seremos, por eso mismo, mensajeros de una paz eterna y de un amor que no conoce límite sino, en todo caso, el rechazo de quien no lo quiera admitir con bueno y benéfico para su vivir diario y ordinario.

Tener, pues a Dios en nuestra vida sirve de sustento a nuestro camino hacia su definitivo Reino y podemos decir que sin tal presencia será difícil perseverar en tal intento escatológico y, al fin y al cabo, devendremos hijos que se sienten huérfanos de Padre, del Padre por antonomasia.

Por eso, en momentos de decaimiento de nuestra fe deberíamos acercarnos a Dios como si se tratase de una tabla de salvación que sujetamos en un naufragio. Y decir, por ejemplo, esto:

Padre Nuestro,
que acompañas nuestra existencia
con un amor misericordioso y dulce,
Tú que eres como el cauce
por el que discurre el devenir
de nuestro ser;
Tú que imaginaste para nosotros
un mundo lleno de tu gloria
que fuera aceptada por tu semejanza;
Tú que quieres que nuestro corazón
sea de carne y no de piedra
y, por eso, nos miras con ojos
de Amor y de Esperanza.
Padre Nuestro, Dios Creador
que sostienes tu creación y a tus
creaturas, permítenos que te agradezcamos
tus gracias y la merced tan grande
de considerarnos hijos tuyos.

Amén.

Y es que Dios, Padre Nuestro, siempre está a nuestro lado porque en nuestra vida sembró, con nuestra creación, una semilla tierna que crece con el Agua Viva de Su Palabra que es, por eso mismo, fuente de vida eterna.

Gracias sean dadas, siempre, siempre, siempre, a Quien quiere, de nosotros, un fluir exacto de su Amor en nuestro corazón. Así tenemos a Dios a nuestro lado y así, sólo así, somos, en verdad, hijos suyos.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net