Fe y Obras

Nuestro ayer y nuestro mañana

 

 

28.06.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Nosotros, se quiera o no, somos herederos de lo que fuimos y, sobre todo,  la sociedad en la que vivimos recibe, también, de sus progenitores pasados, los frutos de las semillas que aquellos otros nosotros sembraron. Somos, por eso mismo, lo que otros quisieron, a lo mejor, que fuéramos y por eso laboraron material y espiritualmente.

El tiempo pasado, no tan lejanamente hablando, ese ayer nuestro, es momento en que el espíritu humano, llevado de la mano sabia de Dios, se encumbra buscando, tratando de comprender esos misterios que, al fin y al cabo, son la esencia de nuestro existir (el origen de la vida, la humanidad misma, la verdad de la Verdad, etc.). Desde un Agustín de Hipona hasta el Cardenal Newman, pasando por Tomás de Aquino y sin olvidar los diversos estratos de nuestro pensamiento cristiano, que muy bien podemos tocar con nuestros propios ojos y pensamientos hoy mismo (el mismo beato Juan Pablo II Magno es ejemplo de de fe y razón y Benedicto XVI muestra presente, aún emérito, de teología y vida); desde aquellos primeros cristianos que fundamentaban su fe en la vivencia personal de la misma y transmitieron, como siguiendo al Deuteronomio (6, 4, ese shemá judío y, también, y por eso, nuestro) esos principios que eran causa de sus padecimientos hasta que Constantino remedió su sufrir.

En ese ayer, que es nuestro porque nuestra es su tradición, su transmisión, su entrega, es donde se asientan las bases que, fuertes, han pervivido a lo largo de los siglos. Fructificaron bajo la tierra que acogió la cruz de nuestro Salvador y, con ella, dispersaron (como santa diáspora) a los vientos del pasado la savia de luz que conformaba su ser; fueron el bienestar de unos siglos (que muchos, por desdén, llaman edad oscura), la razón de una existencia, el suave yugo que acompañó la vida de nuestros hermanos. En ese ayer dieron rienda suelta a los valores y principios puramente cristianos y,  por eso, humanos, que tienen nombre determinado: amor (o caridad), entrega, escucha, valor, aceptación, ayuda, gratitud, amistad, compasión, sacrificio, sencillez, desprendimiento, laboriosidad,  fidelidad, responsabilidad, servicio, honestidad, pulcritud, paciencia,  espiritualidad, etc., etc., etc.

Y eso es el ayer, cuando se constituyó nuestro ser.

Por otra parte, Chesterton dice (pues de las personas importantes creo yo que hay que hablar en presente) que, cuando una persona deja de creer en Dios no es que crea en otra cosa (no queriendo, con eso, decir, que Dios sea una cosa, claro) sino que cree en cualquier cosa. Esa creencia, esa forma de creer, que, en realidad, es no creer en nada sino en lo que más conviene a mi interés particular y momentáneo, es una imposición soterrada bajo educaciones para una ciudadanía muy moldeable, dirigida por un pensamiento débil que, flojo en sí mismo, no pretende sino tergiversar la Verdad para que su verdad sea la que se siga. Y esto, que puede parecer puro pensamiento filosófico es, al contrario, pura constatación de la realidad misma en la que vivimos, puro bien que pretenden pervertir.

Porque el mañana, que siempre es el siguiente instante, porque hoy es ahora mismo, se escapa a nuestras, a las suyas, posibilidades de contravención de la esencia del vivir. El mañana, como bienestar deseado por nuestro corazón, no puede ser dirigido por aquellos que pretenden manipular el pasado para que, si es posible, lo repitamos, para mal nuestro, ni puede sostenerse en esos pilares inmundos que son el relativismo, el hedonismo, el egoísmo, la malversación del fondo humano que nos conforma.

El mañana, ese futurible que elaboramos con nuestros comportamientos y con nuestros hechos, con nuestros sueños y con nuestras esperanzas, con nuestra, en fin, voluntad, será lo que queramos que sea; será lo que nuestro esfuerzo determine, lo que nuestra fuerza de espíritu nos ofrezca y seamos capaces de admitir como propia para, con ella, enderezar los caminos torcidos, como diría el Bautista, Juan.

Pero, a pesar de todo; a pesar de lo dicho y de lo que se hace; a pesar de nuestros padecimientos provocados y a pesar de todos esos todos, en medio de ese ayer y de ese mañana está este hoy, el presente nuestro, éste, que hace que nos tambaleemos ante las asechanzas del laicismo rampante que pretende hacer como si el pasado no contase y que pretende hacer como si el futuro dependiese de su voluntad. Ignora, ignoran los defensores a ultranza de este particular malestar de nuestra vida y de nuestros corazones, que realmente sólo son un falso sueño, una nada dentro de esa escasa virtud que los alumbra hecha con algunas piedras gastadas a fuerza de golpear sobre las cabezas de otros, como un sílex carcomido con el que pretenden avivar un fuego apagado arrimándolo al calor de lo relativo de su pensar.

Cuando mañana ya sea ayer, en ese futuro que sueñan tan alejado de Dios, su recuerdo sólo será una mala pesadilla, y ellos una penumbra que pasó, una tiniebla que se habrá disipado de la memoria del tiempo que, para su desgracia (y para nuestro bien), también es de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán
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