ALGO MÁS QUE PALABRAS

ODA A LAS SEMILLAS QUE SON EL ALMA DE NUESTRA VIDA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 03.01.2016


                Así como el pensamiento es la semilla de la acción, las legumbres es la poética que nos asegura la savia. De ahí, la necesidad de redescubrirnos cada nuevo amanecer, que lo importante no es la nube que nos trae el agua, sino el sol que nos atiza el alma y nos despierta los sentidos. Somos hijos de las sorpresas y nos entusiasma maravillarnos ante cualquier sensación física o mental. A veces, pienso, que lo asombroso no es el árbol que nos da sombra, sino el fruto y sus simientes, que al contacto con la tierra multiplicará la arboleda de los anhelos. ¿Qué son las quimeras sino abecedarios rescatados del tiempo?. Por eso, lector amigo, nunca desistas de una utopía que la paciencia todo lo alcanza. El secreto de las fantasías es que son una ilusión; es más, quizás no exista nada más que una esperanza, porque hasta el mismo yo es un instante entre lo preciso y la añoranza. "Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son", decía Calderón de la Barca. Y, ciertamente, de este modo el prodigio de la creación, naciente de un verbo, da pie a un innato entusiasmo aún más edénico: la recreación.

                Precisamente, meditaba yo días pasados después de beberme horas en soledad, sobre la novedad de nacer cada año, cada día, cada momento, a este camino en el que nos ponemos tantas trampas unos a otros, obviando que somos de idéntico germen o tronco, y que no podemos seguir adelante sino vamos juntos. Nadie puede adueñarse de nadie, porque nada somos sin los demás. En consecuencia, cuesta entender que perduren las desigualdades y el hambre, ya sea de amor o de pan. Con respecto al ansia de pan, y observando que los cultivos leguminosos como las lentejas, los frijoles, las arvejas y los garbanzos, son una fuente esencial de proteínas y aminoácidos de origen vegetal para la población de todo el mundo, así como un manantial proteico de origen vegetal para los animales, me llena de alegría saber que Naciones Unidas haya declarado este año 2016, como el Año Internacional de las Legumbres, quizás para centrarnos la atención en la función que desempeñan estas semillas como parte de la producción sostenible de alimentos orientada a la seguridad alimentaria y a la nutrición de toda especie; teniendo en cuenta, además, que tienen la propiedad de fijar el nitrógeno, lo que evidentemente ha de contribuir a incrementar la fertilidad del suelo, suministrando efectos positivos en el medio ambiente. Lo mismo sucede con el deseo de amor, tan necesario para vivir. Quien no se siente amado no puede sentirse vivido. Y esto es muy grave, gravísimo.

                Es cierto, nuestra presencia es como un baúl inmenso de semillas, como un arca grandiosa de ojos azules claros lleno de posibilidades, en el que todos estamos llamados a ser constructores. Y así, cuando nuestra mirada se abre a la magnificencia del cosmos, es verdad que suscita en nosotros emociones inenarrables. Así surgen los diversos dones, el del arte o el de la ciencia, colocado en sintonía con la causa creativa de la lucidez, como realización de un designio de luz que está impreso en cada ser humano y que hace que nos reconozcamos como seres pensantes, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa, como lenguaje a cultivar y a dejarse cautivar por él. No seamos, pues, destructores. Esto nos deshumaniza el ambiente y nos torna inmorales, hasta el punto de degradarnos como meros objetos de deseo o de mercado. Si en verdad queremos ser simiente, hemos de despoblarnos de estas mundanas miserias y seguir un camino de ascesis, donde alma y cuerpo cohabiten sin conflicto, de renuncia a los contaminantes que nos dejan sin sentimientos, de purificación y recuperación, para atesorar un corazón armónico.

                Convencido de que lo conciliador es más que un sentimiento, es una manera de crecer, de madurar para el reencuentro de unos y de otros, y así, poder enraizarse con lo verdaderamente trascendente. Por tanto, cuesta entender, que la humanidad se discrimine a sí misma, se fraccione, fragmentándose en el absurdo, como es mantener una inhumana pobreza, en la que se niega a su semejante, que podíamos ser cualquiera de nosotros, los bienes esenciales para una vida digna. Qué lejos queda aquello de que los humanos vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Qué pena se haya perdido esta semilla bondadosa, y en el invento de la solidaridad, hayamos construido hasta un negocio de intereses y subsistencias. La confusión es tal, que hasta a los pudientes les interesa que cohabiten pobres en el mundo, para que estén en su manos, a su antojo y capricho. Esta es la bochornosa realidad que nos priva de ser hasta nosotros mismos los que caminamos. Evalúo, pues, que urge activar las fuerzas espirituales, para cuando menos abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien colectivo.

                Con este fundamento, enhebro esta oda a las auténticas y bondadosas semillas que son el alma de nuestra vida, y que va más allá de una concepción materialista del ser humano, pensando que vive tan sólo de pan, cuando en realidad si importantes son los alimentos para la subsistencia, no deja de ser vital el acompañamiento del análogo en el camino, la conjunción de pujanzas morales que revitalicen nuestros interiores. Ante esta falta de humanidad, a la que nos han adoctrinado principalmente los poderosos, ansiosos de tener siempre gente a su servicio, considero que el linaje tiene una falta de formación del corazón. Verdaderamente, caminamos como analfabetos, a lomos de este infierno mundano que nos deja, en demasiadas ocasiones, hasta sin aire para regocijo del poder. Por consiguiente, debiéramos ser guías luminosos en un mundo tan desesperado y, en tantas ocasiones, desesperanzado para vivir y actuar. Olvidamos que el amor es posible, y cada uno de nosotros podemos ponerlo en práctica, a poco que nos dejemos transformar por el alma que es, sin duda, por ello: aquello por lo que existimos, concebimos y recapacitamos.

                Por desgracia, hasta los enamorados se han acostumbrado a llamarse "mi vida", en lugar de tu alma, que es como más necesario poseer como razón de complementariedad y hasta más eterno. Al  igual que las organizaciones de la salud de todo el mundo recomiendan la ingesta de legumbres como parte de una dieta saludable para combatir la obesidad, así como para prevenir y ayudar a controlar enfermedades crónicas como la diabetes, las afecciones coronarias y el cáncer; igualmente, debemos reconsiderar el auténtico amor como liberación del ser humano, rescatándolo de la tormenta de una crisis socializada y enfermiza, que solo entiende de sistemas productivos deshumanizadores y de competencias inútiles. Lo que es el alma en el cuerpo, esto es lo que han de ser los caminantes en el camino. Un espíritu sano, o lo que es lo mismo, una semilla benéfica, es lo más hermoso que el cielo puede injertarnos para hacer feliz este pobre planeta nuestro. Recuerden, al fin, que hasta un niño cuando despedaza un muñeco, parece que anda buscando la esencia, o sea, su propia sustancia. Y es que una existencia se nos ha dado, ya no solo para coexistir, también para ser semilla, nuez viva y sana, que es lo que verdaderamente nos da sentido a perdurar.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
03 de enero de 2016