Tribunas

España, ¿estado confesional?

 

 

Antonio-Carlos Pereira Menaut


Constitución Española 1978.

 

 

 

 

 

En principio, con la Constitución en la mano, la respuesta es fácil: no. Ahora bien, luego viene la vida real. Y en nuestras vidas reales, abriendo los ojos, ¿cuándo se podría decir que estamos de facto ante un estado confesional? Seguramente estaremos de acuerdo en que un estado será confesional cuando se den los siguientes rasgos.

Cuando una determinada creencia es profesada públicamente por todos los gobiernos (locales, autonómicos, central), casi todos los partidos, los grandes medios y algunas grandes empresas, y nos es impuesta (aunque no a palos sino vía símbolos, legislación y educación). Privadamente uno puede no seguirla, pero como postura oficial del estado español, es la que es. Un profesor que se niegue a explicarla o la desautorice ante sus niños puede tener problemas.

Cuando esa creencia, por su materia, se refiere a temas no originalmente políticos; temas hasta ahora regulados por la moral, la religión, la filosofía y hasta por el arte: personales, antropológicos, morales, religiosos...

Cuando esa postura oficial no puede ni ser puesta en cuestión (como el aborto; recuerden a Ruiz Gallardón). Es como un telón de fondo, un marco indiscutible, un formato por defecto, una visión oficial que está más allá de la discusión.

Cuando tal planteamiento oficial tiene, si no una verdadera y plena liturgia, sí unas celebraciones oficiales y públicas, de las que es imposible escapar. Uno puede no participar activamente en una manifestación o desfile, pero no puede pasear con sus hijos en un espacio que sea público pero esté libre de carteles, anuncios, banderas, semáforos o bancos pintados y demás simbología. En una carretera repleta de señales desaparece la libertad. Tampoco puede exigir al colegio que no impartan eso a sus hijos.

Cuando la postura oficial se pronuncie sobre el bien y el mal y cree deberes exigibles a todos, tenderá a crear un ethos, una ética, incluso con sus maneras de pensar y hablar, su corrección política y su eventual censura. Y si se genera una ética se generará una nueva normalidad. Y si algo es lo exigible y normal, lo anterior ha dejado de serlo. Ejemplo: el matrimonio heterosexual no existe como tal en España, aunque el de un católico o un evangélico tenga efectos civiles.

Si estamos de acuerdo en que un estado con más o menos esos rasgos es un estado confesional, España lo es, y la religión que profesa es la religión gay. Cabe discutir si es una auténtica religión o más bien una religiosidad laica, una moral, una ética; como usted quiera. Los hechos están ahí, y especialmente en esta época del año. Pocas dudas hay de que en España, como en otros países, hay bastantes elementos de religión laica. Al final, tras decenios de respirar una cultura monopolista y homogeneizadora que entroniza lo gay y excluye, o por lo menos denigra, la cultura heterosexual, todos nos habremos vuelto un poco gays.

 

 

Antonio-Carlos Pereira Menaut
es profesor de Derecho
y autor de La Sociedad del Delirio