Tribunas

Los supuestos premios o castigos de León XIV

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Mons. José Antonio Satué Huerto, obispo electo de Málaga.

 

 

 

 

A propósito del reciente nombramiento como obispo de Málaga de monseñor José Antonio Satué, sin duda una de las fulgurantes carreras episcopales españolas, leí un titular que me llamó la atención.

Decía que el Papa León XIV premiaba la fidelidad de José Antonio Satué con la diócesis de Málaga. Es decir, que:

1.- El Papa premia o castiga a los obispos. Puede ser. Pero que León XIV, que acaba de ser elegido Papa, se dedique ya a premiar o castigar, al margen de que me da la impresión de que esta forma de hacer las cosas no va con él, me parece precipitado;

2.- Si premia la fidelidad, que yo sepa, no tendrá diócesis de Málaga o de Madrid, por ejemplo, suficientes para hacerlo con todos los obispos españoles que le son fieles;

3.- O sea, que las diócesis sirven para que el Papa premie o castigue a los obispos, yo pensé que las diócesis servían para otra cosa;

y 4.- Puestos ya a premiar o castigar, habiendo en perspectiva no diócesis sino archidiócesis vacantes en España en poco tiempo, y el más o menos no cambia la especie, el Papa ha premiado a monseñor Satué con Málaga pero le ha castigado con, por ejemplo, una no archidiócesis. El Papa, eso sí, puede cambiar a los obispos de diócesis, entiendo, no cuando le parezca, según se levante por la mañana en función de cómo le haya sentado el café o según le haya contado el susurrador de turno, sino cuando haya una causa justa, por ejemplo, un bien mayor.

Con lo dicho no niego que el Papa pueda haber pensado que el mejor obispo para Málaga es monseñor Satué. Y así sea o será.

No me encaja tampoco esto de jugar con las diócesis como si fueran piezas en un tablero de ajedrez de un concurso escolar. Cuando hablamos de diócesis estamos hablando de una porción del Pueblo de Dios.

Estamos hablando de hijos de Dios para los que los obispos deben ser padres y pastores. Esa sensación de que ahora está este obispo, es mi padre y pastor, pero por razones múltiples, todas ellas o muchas de ellas legítimas, -se aspire a promocionar, a estar en una diócesis mejor, a subir en el escalafón…-, en poco tiempo pueda no estar se llamaba antes estar en la carrera.  Al final, son los fieles y los sacerdotes y los consagrados, las Iglesias, los que sufren. ¿Es esto buena eclesiología?

Ya sé que siempre ha existido la práctica del “promoveatur ut removeatur”. Práctica que esconde más que lo que revela.

También recuerdo que el sabio Benedicto XVI recordó aquello de que un obispo se casa con su diócesis para toda la vida y que había que sacar de esta afirmación las debidas consecuencias. No creo que tengamos que esperar a un nuevo Concilio de Trento para acabar con las parafraseadas nuevas formas de no-obligación-temporalidad de residencia.

Tampoco me encajan determinadas dinámicas al uso con, por ejemplo, la reciente meditación de León XIV a los obispos.

O, si me apuran, con el magnífico artículo que el P. Giancarlo Pani ha escrito, también en la edición española de La Civiltà Cattolica, sobre “El buen obispo según San Agustín”. Artículo que recomiendo muy vivamente.

Me da que hasta ahora hay demasiados divorcios diocesanos.

 

 

José Francisco Serrano Oceja