Tribunas

Fabrice Hadjadj y la batalla cultural

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Fabrice Hadjadj en la presentación de su libro
en la sede de la Universidad de Navarra en Madrid.

 

 

 

 

 

 

Fabrice Hadjadj, con toda probabilidad el escritor católico que más libros vende en el mundo, tuvo el pasado fin de semana una sobre-presencia en Madrid. Comenzó con el Foro Omnes, siguió con Encuentro Madrid y terminó con el Congreso de Educatio Servanda. Que yo sepa.

Por cierto que el próximo mes le tendremos también en el Congreso Católicos y Vida Pública.

En el Foro Omnes dijo quizá lo que nadie se atreve a decir. Algo similar a lo que declaró en una entrevista a ese medio: “Los abusos cometidos por sacerdotes tienen que gestionarlo los pastores. Es una tarea muy complicada, muy difícil, porque hay que tener en cuenta a las víctimas, pero no se puede caer en la religión victimaria. Porque el cristianismo no solo se interesa por las víctimas, sino también por los pecadores. Y un pastor tiene que preocuparse también de sus sacerdotes pecadores. A veces veo en algunos obispos una gestión mediática que entra en la lógica victimaria, y un olvido de la cercanía con los sacerdotes y con los fieles”.

Si ustedes ven el vídeo del Foro Omnes se llevarán más de una sorpresa.

Me pregunto si lo que hace Fabrice es dar la batalla cultural.

En un reciente diálogo le preguntaron si no creía que cuando los cristianos se enfangan en lo que se denominan las batallas culturales, esas batallas en nombre de algún valor bueno a priori, han olvidado ser “sal de la tierra” para convertirse en soldados.

Respondió –perdón por la larga cita-:

“Es una muy buena pregunta. Ya el concepto de batalla cultural es problemático. Cuando se va a la guerra, tomamos la caballería y los caballos y atacamos al enemigo. Y si cruzas un campo con cultivos, aplastas el cultivo, es decir, la cultura. Lo importante es la guerra; el ritmo de la cultura y el ritmo de la guerra no son para nada los mismos ritmos. La cultura es plantar, sembrar, esperar a que crezca: se trata de procesos muy diversos. Así que el hecho de hablar de una batalla cultural es un problema: es la confusión de dos cosas. Y hoy sería mejor, no hablar de una batalla cultural, sino abordar la pregunta de si aceptamos estar en una cultura ¿Seguimos aceptando el debate? El verdadero debate, el verdadero interrogante, la paciencia de buscar juntos la verdad. Eso es todo lo que pedimos. ¿O estamos en esta lógica impulsiva de la batalla? Porque el mundo tecnocrático es el mundo en el que todo se ve como una competencia, una batalla, una struggle for life. Y por eso siempre se trata de ver quién es el más poderoso, quién es el más eficaz. Y así ya no hay debate. Ya no hay conversación. Así que hay que tener cuidado para no entrar en este juego de una batalla cultural. La cuestión es la restauración de la cultura. Porque si solo hay batalla, ya no hay cultura. Y hoy vemos cada vez más esto”.

Esto me recuerda lo que dijo el filósofo italiano Massimo Borghessi sobre este tema de la batalla cultural:

“Un cristianismo que confía su destino al resultado de una batalla cultural ya ha perdido. Las batallas culturales de la Iglesia, en el horizonte hodierno, en el horizonte actual, tienen una función más bien “katechontica” en el sentido en que habla san Pablo de ellas. El kathekon es “el poder que detiene”. Esto puede tener un valor civil, pero ciertamente no garantiza un renacimiento de la fe hoy. Incluso, por ejemplo, si un Estado negara el aborto, la sociedad no se volvería más cristiana. La lucha por la vida, por la libertad, por la paz, por la justicia social, son valores que los cristianos aportan al mundo, representan su contribución a la realidad de todos. Es una tarea necesaria, un compromiso que debe encontrar su hogar institucional y político. Sin embargo, la Iglesia debe ser consciente de que la fe surge de la gracia, a través de la obra de Otro, de Dios y no como resultado de batallas culturales y políticas. La fe nace del testimonio y anuncio de Cristo que murió y resucitó como salvación del mundo. Se trata de dos niveles diferentes, el de la fe y el del compromiso cívico, que pueden y deben encontrar unidad en la vida de los creyentes pero que, en sí mismos, deben distinguirse. Aquí la distinción escolástica entre natural y sobrenatural conserva todo su valor”.

 

 

José Francisco Serrano Oceja