Tribunas

Tarde de Casino con el cardenal Rouco

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Charla-coloquio con el cardenal Antonio María Rouco Varela.

 

 

 

 

 

 

El Instituto Karol Wojtila-Juan Pablo II organizó este martes, como ya han leído en estas páginas, un encuentro diálogo con el arzobispo emérito de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela.

Tuvieron el acierto de organizar el acto, que era entre histórico y cultural, en el Casino de Madrid.

Una tarde en el Casino con el cardenal Rouco. Como si fuera esas tardes de otoño, entre periódicos del día, en torno al café para una animada tertulia pegados a las paredes de madera añosa.

No creo que se tratara ni más ni menos que de eso.

El Casino de Madrid es un edificio señorial, de estilo más bien modernista, cristaleras, espejos inmensos, el templo del librepensamiento y de las voces, unas susurrantes, otras elevadas.

El Casino de Madrid, por mucho que tenga vocación de postmoderno, no ha dejado de ser decimonónico. Un templo de la fraternidad en toda regla.

Fue en el salón central, cerca de la enjundiosa e imponente escalera, el lugar elegido para este diálogo entrevista.

Como las sensibilidades en la Iglesia están a flor de piel, la presencia del señor Nuncio, un detalle para con un cardenal de la retaguardia, impagable. No hace falta que les diga que tenemos un Nuncio de más de diez. Es una evidencia y ya decía Ortega que las evidencias no se destacan.

Como también, hablando de detalles, lo tuvo el cardenal Cobo al entregarle un mandato de presencia y de palabra, en su nombre, a su obispo auxiliar, que lo sigue siendo, monseñor Juan Antonio Martínez Camino.

Por lo demás, ustedes tienen la crónica de lo que se dijo en ese acto compuesto por dos momentos. El primero, la conversación con los periodistas, Bieito Rubido y un servidor, entre gallegos y trasmeranos anduvo el juego. Y, la segunda, las preguntas recogidas de entre el público.

Que cómo estuvo el cardenal Rouco. Como en sus mejores tiempos. Ágil, profundo, sin concesiones a las preguntas subidas de tono, hablando con las palabras y también con los silencios, remarcando aspectos de su vida eclesial con una especie de sabiduría de vida añadida a la sabiduría de su conocimiento.

Sigue teniendo don Antonio tendencia al magisterio, no se le ha pasado la época de profesor universitario en las distinciones, en las argumentaciones, que parecen a veces apuntes de clase.

Todo ello salpicado de anécdotas, de muchas y enjundiosas anécdotas. Porque si algo puede decir el cardenal Rouco Varela es que ha vivido. Ha vivido la Iglesia a fondo y desde el fondo de un postconcilio que ha marcado su existencia.

Crítico con algunos aspectos de nuestro tiempo, en su punto justo, ya se ve que ahora formula en lo esencial de la propuesta cristiana. Asentado en la plaza pública del presente, a veces da la impresión de ser no de otro tiempo, sino de todos los tiempos.

Los años avanzan y, como suele decir, el Papa Francisco, los mayores, los ancianos, también en la Iglesia, tienen mucho que decir y que enseñar. Sólo hace falta voluntad de escucha y un poco de silencio. Menos ruido por tanto.

 

 

José Francisco Serrano Oceja