Tribunas

Una palabra de ánimo

 

 

Ernesto Juliá


San Juan Pablo II.

 

 

 

 

 

En una crisis de desánimo podemos estar todos los mortales en cualquier situación que se nos presente en nuestro vivir cotidiano. Y también los católicos practicantes estamos expuestos a una caída, más o menos profunda, en nuestra esperanza en el actuar de la Iglesia.

En estos días, me ha venido a la cabeza una reacción del papa Juan Pablo II a poco tiempo de comenzar su pontificado.

Ante el anuncio de la primera visita que haría a la universidad de la Sapienza, en Roma, se preanunciaron posibles protestas de grupos de estudiantes, el claustro universitario sugirió al Papa tener solamente un par de actos formales: uno en el rectorado y otro, para los estudiantes católicos que lo desearan, en la capilla universitaria. El Papa prefirió no perder la ocasión de reunir a un buen grupo de jóvenes, y quiso establecer un diálogo con ellos.  Solicitó –y obtuvo- un encuentro al aire libre con los estudiantes, convencido de que siempre queda algo positivo en el corazón de un hombre.

El claustro no quiso correr riesgos, y prefirió que el Papa hiciera todo él solo. Juan Pablo II, acompañado por tres sacerdotes, se presentó ante varios miles de estudiantes. Los silbidos comenzaron pronto. Un juego de sirenas preparado con precisión matemática inició su “jolgorio”, a poco de comenzar las palabras del Papa, y siguió hablando en medio de silbidos y palabras fuertes, fiel a las palabras que dirigió a todos los cristianos desde el balcón de san Pedro, al presentarse como Papa recién elegido:

“¡No tengáis miedo a Cristo!”.

El Papa no dejó de hablar en ningún momento, los silbidos y sirenas se fueron apagando paulatinamente. Quiso comunicar un mensaje, y lo hizo ¿Cuál?

En esta ocasión, la transmisión de valentía y de coraje, fue a tres niveles. El primero, insistiendo en la necesidad de una presencia fuerte y clara de los católicos en la vida pública. “Jóvenes de Roma, ciudad corazón de la Europa cristiana estáis llamados a ser constructores del futuro de este Continente. Sed conscientes de vuestra misión (...), y no tengáis miedo de haceros apóstoles, entre vuestros compañeros, de esta extraordinaria misión”.

El segundo, para animarles a vencer los posibles desánimos que se les presentarían en la tarea: “No os dejéis abatir de las derrotas o del miedo. Sed valientes, fuertes. Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está vivo, está presente entre vosotros”.

El tercer nivel, para fortalecerles en su vida personal cristiana, para que supieran ir contra corrientes, bien conscientes de que la Fe cristiana exige una fortaleza a veces no común. Después de animarles a tratar a Cristo en los Sacramentos, les dijo: “Acoged los principios de la moral cristiana no como una carga pesada, sino como una exigencia de amor. Estad decididos a andar contra las corrientes de las opiniones que os rodean”. En resumen, que no separasen lo divino de lo humano, la cultura de la Fe, que no se dejasen llevar del “espíritu del siglo”, y que no se planteasen ningún cambio de la moral, incluida la moral sexual.

Un aplauso sentido y profundo concluyó el acto. Comentando las palabras del Papa con algunos estudiantes, pude comprobar que había producido el efecto deseado. “No podemos tener miedo de dar testimonio de ser católicos, reconoció uno. “Sí, añadió otro activo en la política juvenil, pero no solamente cuando estamos con gente que piensa en católico. Ese “sed valientes, fuertes” lo he sentido como una obligación también en reuniones de partido: cuando hago política no me puedo olvidar de la fe ni de la moral”.

Unas palabras de ánimo del Juan Palo II, que siguen siendo tan actuales ahora como cuando las pronunció, hace ya más de cuarenta años.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com