Servicio diario - 22 de marzo de 2020


 

Ángelus: Cuaresma tiempo de misericordia
Raquel Anillo

Un Padre Nuestro todos juntos, el 25 de marzo al mediodía
Anne Kurian

27 de marzo a las 18 h. adoración con el Papa y la bendición Urbi et Orbi
Anne Kurian

Santa Marta: Miedo a dejar pasar a Jesús sin reconocerlo
Redacción

Croacia: El Papa reza por un país azotado por el terremoto
Raquel Anillo

Mensaje del card. Osoro al p. Ángel: Los ancianos no están solos
Redacción

San José Oriol, 23 de marzo
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Ángelus: Cuaresma tiempo de misericordia

Palabras del Papa antes del Ángelus
(zenit – 22 marzo 2020).- A las 12 del mediodía de este domingo, 22 de marzo de 2020, el Papa Francisco ha dirigido el rezo del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.

Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

***

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el centro de la liturgia de este cuarto domingo de Cuaresma está el tema de la luz. El Evangelio (cf. Jn 9,1-41) relata el episodio del ciego de nacimiento, al que Jesús da la vista.

Este signo milagroso es la confirmación de la afirmación de Jesús que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (v. 5), la luz que ilumina nuestra oscuridad. Él opera la iluminación en dos niveles: uno física y otro espiritual: el ciego primero recibe la vista de los ojos y luego es llevado a la fe en el “Hijo del Hombre” (v. 35), es decir, en Jesús.

Hoy sería bueno que todos tomen el Evangelio de San Juan, capítulo nueve, y que lean este pasaje: es tan hermoso, y nos hará bien leerlo más de una vez. Los prodigios que Jesús realiza no son gestos espectaculares, sino que están destinados a conducir a la fe a través de un camino de transformación interior.

Los fariseos y los doctores de la ley se obstinan en no admitir el milagro, y dirigen al hombre sanado preguntas insidiosas. Pero Él los desconcierta con la fuerza de la realidad: “Una cosa sí sé: estaba ciego y ahora veo” (v. 25). Entre la desconfianza y la hostilidad de los que le rodean y le interrogan con incredulidad, hace un itinerario que lo lleva gradualmente a descubrir la identidad de aquel que le abrió los ojos y a confesar  su fe en Él. Al principio lo considera un profeta (cf. v. 17); luego lo reconoce como alguien que viene de Dios (cf. v. 33); finalmente lo acoge como el Mesías y se postra ante Él (cf. vv. 36-38). Comprendió que al darle la vista, Jesús “manifestó las obras de Dios” (cf. v. 3).

¡Que nosotros también podamos tener esta experiencia! Con la luz de la fe, el ciego descubre su nueva identidad. Ahora es una “nueva criatura”, capaz de ver su vida y el mundo que le rodea, bajo una nueva luz… porque ha entrado en comunión con Cristo, ha entrado en otra dimensión. Ya no es un mendigo marginado por la comunidad; ya no es esclavo de la ceguera y del prejuicio. Su camino de iluminación es una metáfora del camino de la liberación del pecado al que estamos llamados. El pecado es como un velo oscuro que cubre nuestro rostro y nos impide vernos claramente  a nosotros mismos y al mundo; el perdón del Señor nos quita este manto de sombra y oscuridad y nos da nueva luz.

La Cuaresma que estamos viviendo que sea un tiempo oportuno y precioso para acercarnos al Señor, pidiendo su misericordia, en las diferentes formas que la Madre Iglesia nos propone. El ciego curado, que ahora ve con los ojos del cuerpo y con los del alma, es imagen de cada bautizado, que inmerso en la gracia ha sido arrancado de las tinieblas y colocado en luz de la fe. Pero no basta con recibir la luz, hay que convertirse en luz. Cada uno de nosotros está llamado a acoger la luz divina para manifestarla con toda nuestra vida.

Los primeros cristianos, teólogos de los primeros siglos, decían que la comunidad de los cristianos, es decir, la Iglesia, es el “misterio de la luna”, porque daba luz pero no era luz propia, era la luz que recibía de Cristo. Nosotros también debemos ser “misterio de la luna”: dar la luz recibida del sol, que es Cristo, el Señor. San Pablo nos lo recuerda hoy:

“Compórtense, pues, como hijos de la luz; el fruto de la luz consiste en todo bien, justicia y… verdad” (Ef 5:8-9). La semilla de la nueva vida puesta en nosotros en el Bautismo es como la chispa de un fuego, que nos purifica en primer lugar, quemando el mal en nuestros corazones, y nos permite brillar e iluminar con la luz de Jesús.

Que María Santísima nos ayude a imitar al ciego del Evangelio, para que seamos inundados con la luz de Cristo y emprender con él el camino de la salvación.

 

 

 

 

Un Padre Nuestro todos juntos, el 25 de marzo al mediodía

Invitación del Papa a todos los cristianos
(zenit – 22 marzo 2020).- El Papa Francisco invita a todos los cristianos a recitar el Padre Nuestro “todos juntos”, este miércoles 25 de marzo de 2020 al mediodía, en “oración unánime” ante la pandemia del Coronavirus.

“En estos días de prueba, dijo durante el Ángelus que presidió este 22 de marzo en la biblioteca del Palacio Apostólico, mientras la humanidad tiembla por la amenaza de la pandemia, me gustaría sugerir a todos los cristianos que unan sus voces al cielo”.

“Invito a todos los jefes de las Iglesias y a los líderes de todas las comunidades cristianas, con todos los cristianos de las diversas denominaciones, a invocar al Dios Altísimo y Todopoderoso, mientras recitamos al mismo tiempo la oración que Jesús Nuestro Señor nos ha enseñado”.

El Papa desea: “En el día en que muchos cristianos recuerden el anuncio de la Encarnación del Verbo a la Virgen María, que el Señor escuche las oraciones unánimes de todos sus discípulos que se preparan para celebrar la victoria de Cristo resucitado”.

 

 

 

 

27 de marzo a las 18 h. adoración con el Papa y la bendición Urbi et Orbi

“Hagamos sentir nuestra cercanía con las personas que están solas”
(zenit – 22 marzo 2020).- El Papa Francisco invita a los cristianos a unirse a él, por video, el 27 de marzo de 2020 a las 18 h: Presidirá un tiempo de oración que concluirá con la bendición de Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo). Un gesto excepcional en tiempos de pandemia, ya que esta bendición particular, que confiere indulgencia plenaria, se da tradicionalmente en Navidad y Pascua, así como en la elección de un nuevo Papa.

Este tiempo de oración, transmitido en vivo, tendrá lugar en la esplanada de la Basílica de San Pedro “vacía”, anunció el Papa durante la oración del Ángelus este 22 de marzo, filmado desde la biblioteca del Palacio Apostólico. No se espera ningún participante en el acto, ya que Italia y muchos otros países han declarado la contención para luchar contra el Coronavirus Covid-19.

“Invito a todos a participar espiritualmente a través de los medios de comunicación, continuó el Papa. Escucharemos la Palabra de Dios, elevaremos nuestra súplica, adoraremos al Santísimo Sacramento, con el que daré al final la bendición Urbi et
Orbi”. A esto se agregará “la posibilidad de recibir la indulgencia plenaria”.

“Queremos responder a la pandemia del virus con la universalidad de la oración, de la compasión, de la ternura, dijo. Mantengámonos unidos. Hagamos sentir nuestra cercanía a las personas solas y a los más probados”.

Ordinariamente, la bendición Urbi et Orbi confiere la indulgencia plenaria en las condiciones habituales establecidas por la Iglesia (confesión, comunión y oración por las intenciones del Papa). En la situación actual, especifica el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, todos los que se unan espiritualmente en este momento de oración por los medios recibirán la indulgencia plenaria de acuerdo con las condiciones publicadas por la Penitenciaría Apostólica el día anterior

En un decreto, dispone que la indulgencia plenaria se otorgara “a los fieles afectados por el Coronavirus” en cuarentena en los hospitales o en sus hogares, así como a los cuidadores, familiares y aquellos que ayudan a los enfermos exponiéndose a riesgo de contaminación Y del mismo modo “a los fieles que ofrecen la visita al Santísimo Sacramento, o la adoración eucarística o la lectura de la Biblia durante al menos media hora, o el rezo del rosario, o el Viacrucis, o el rezo del Rosario de la Divina Misericordia, para implorarle a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio para los afectados por ella y la salvación eterna de aquellos a quienes el Señor le ha llamado”.

Las condiciones de la indulgencia son la unión espiritual en la misa, el rosario, las Estaciones del Viacrucis u otras devociones gracias a los medios de comunicación, o al menos la oración del Credo, del Padre Nuestro y una invocación a la Virgen María, “al ofrecer esta prueba en un espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la voluntad de lograr las condiciones habituales lo antes posible”.

 

 

 

 

Santa Marta: Miedo a dejar pasar a Jesús sin reconocerlo

Jesús saca «los verdaderos sentimientos del corazón»
(zenit – 22 marzo 2020).- Al igual que San Agustín, debemos temer dejar pasar a Jesús sin reconocerlo, advirtió en esencia el Papa Francisco celebrando la Misa dominical en la capilla de la Casa de Santa Marta, en el Vaticano, el 22 de marzo de 2020.

“Hoy, alentó en su homilía, les aconsejo a todos que tomen el Evangelio, de Juan en el capítulo 9 y lo lean, en casa, en silencio. En presencia de Jesús, salen los verdaderos sentimientos del corazón, las verdaderas actitudes”, aseguró.

En estos días, escuchamos las noticias de muchos difuntos: hombres, mujeres que mueren solos, sin poder despedirse de sus seres queridos. Pensamos en ellos y rezamos por ellos. Pero también por las familias, que no pueden acompañar a sus seres queridos en su muerte. Nuestra oración especial es para los difuntos y sus familias.

A continuación ofrecemos la homilía del Papa:

***

 

Homilía del Papa Francisco

Este pasaje del Evangelio de Juan (cf. 9,1-41) habla por sí mismo. Es un anuncio de Jesucristo y también una catequesis. Me gustaría mencionar una cosa. San Agustín tiene una frase que siempre me llama la atención: “Temo a Cristo cuando pasa”. “Timeo Dominum transeuntem”. “Temo que Cristo pase” — “¿Pero por qué temes al Señor?” — “Temo que no me daré cuenta de que es el Cristo y dejaré que pase de largo”. Una cosa está clara: en presencia de Jesús los verdaderos sentimientos del corazón, las verdaderas actitudes florecen: salen. Es una gracia, y por eso Agustín tenía miedo de dejarlo pasar sin darse cuenta de que estaba pasando.

Aquí está claro: pasa, cura a un ciego y estalla el escándalo. Y entonces sale lo mejor y lo por de la gente. El ciego… asombra la sabiduría del ciego, cómo responde. Estaba acostumbrado a moverse con las manos, tenía olfato para el peligro, tenía olfato para las cosas peligrosas que podían hacerle resbalar. Y se mueve como un ciego. Con un argumento claro y preciso, y luego también usa la ironía y se da ese lujo.

Los doctores de la ley conocían todas las leyes: todas, todas. Pero eran inamovibles. No entendieron que Dios estaba pasando. Eran rígidos, apegados a sus hábitos: el mismo Jesús lo dice., en el Evangelio: apegados a los hábitos. Y si para preservar estos hábitos tenían que hacer una injusticia, no era un problema porque los hábitos decían que esto no era justicia; y esa rigidez los llevaba a hacer injusticias. Ese sentimiento de cerrazón surge ante Cristo.

Sólo esto: les aconsejo a todos que tomen el Evangelio de hoy, capítulo 9 del Evangelio de Juan, y lo lean, en casa, con tranquilidad. Una, dos veces, para entender bien lo que sucede cuando Jesús pasa: que los sentimientos salen. Para entender bien lo que nos dice Agustín: Temo que el Señor pase, que no me dé cuenta y no lo reconozca. Y no me convierta. No lo olvides: lee hoy una, dos, tres veces, todo el tiempo que quieras, el capítulo 9 de Juan.

* * *

 

Oración para recibir la comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.

 

© Copyright – Libreria Editrice Vaticana

 

 

 

 

Croacia: El Papa reza por un país azotado por el terremoto

Palabras del Papa después del Ángelus
(zenit – 22 marzo 2020).- “Sintamos nuestra cercanía con los más solos y probados”, invitó al Papa Francisco, concluyendo el Ángelus de este domingo 22 de marzo de 2020, que presidió en video en vivo desde la biblioteca del Palacio Apostólico.

“Proximidad a todos”, concluyó. Luego, el Papa fue a la ventana donde generalmente preside la oración mariana, desde donde bendijo en silencio la Plaza de San Pedro, que estaba desierta durante este período de encierro.

A continuación las palabras del Papa después del Ángelus:

***

 

Palabras del Papa después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

En estos días de prueba, mientras la humanidad tiembla ante la amenaza de la pandemia, me gustaría para proponer a todos los cristianos que unan sus voces al Cielo. Invito a todos los jefes de las Iglesias y líderes de todas las comunidades cristianas, junto con todos los cristianos de las distintas confesiones, para invocar al Altísimo, Dios Todopoderoso, recitando al mismo tiempo la oración que Jesús Nuestro Señor nos ha dado enseñado. Por lo tanto, invito a todos a recitar el Padre Nuestro el próximo miércoles, 25 de marzo al mediodía.

El día en que muchos cristianos recuerdan el anuncio a la Virgen María de la Encarnación del Verbo, que el Señor escuche la oración unánime de todos sus discípulos que se preparan para celebrar la victoria de Cristo resucitado.

Con la misma intención, el próximo viernes 27 de marzo, a las 18 h., presidiré un momento de oración en la explanada de la Basílica de San Pedro. A partir de ahora invito a todos a participar espiritualmente a través de los medios de comunicación, continuó el Papa. Escucharemos la Palabra de Dios, elevaremos nuestra súplica, adoraremos al Santísimo Sacramento, con el que daré al final la bendición Urbi et Orbi”. A esto se agregará “la posibilidad de recibir la indulgencia plenaria”.

Queremos responder a la pandemia del virus con la universalidad de la oración, de la compasión, de la ternura. Mantengámonos unidos. Hagamos sentir nuestra cercanía a las personas solas y a los más probados”.

Expreso mi cercanía a los pueblos de Croacia afectados esta mañana por una terremoto. Que el Señor Resucitado les dé la fuerza y la solidaridad para enfrentar esta calamidad.

Les deseo a todos un buen domingo. No se olviden de rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo y Adiós.

 

 

 

 

Mensaje del card. Osoro al p. Ángel: Los ancianos no están solos

card. Osoro y p. Ángel unidos para los mayores
Ante la grave y delicada situación que atraviesan nuestros mayores que viven en residencias, tanto el Padre Ángel como el Cardenal Osoro han unido sus fuerzas en el mensaje de ánimo y apoyo espiritual para todos los mayores así como para sus familias: “Dios está con nosotros. Sois valiosos, cuidaros, os quiero”.

El cardenal y arzobispo de Madrid Carlos Osoro ha enviado unas palabras de apoyo al Padre Ángel ante la delicada situación que atraviesan las residencias de mayores debido a la pandemia producida por el Covid 19. Palabras que el Padre Ángel quiere compartir con todos dado su valor y su cariño y a las que se une.

Querido P. Ángel: a través tuyo quisiera llegar a todos los ancianos en estos momentos para decirles: sois valiosos, tenemos la obligación de cuidaros como a todos, la vida y el tiempo de estancia en este mundo no lo decidimos nosotros, la decisión es de Dios y hemos de hacer todo lo que es posible de nuestra parte para cuidaros por tener ese valor sagrado que nos ha sido dado Dios.

Queridos mayores, tened la certeza de que Dios está con nosotros, que sólo Él nos libera del miedo y que sólo Él da las medidas reales de lo que todo ser humano vale. No nos quedemos prisioneros de la situación en la que estamos, digamos al Señor en esta fiesta de San José: ayúdanos a vivir nuestra fe con el valor que el Señor de la vida da a todos los hombres. A quienes cuidáis a los ancianos sentid el gozo de saber que la dignidad y el valor de la persona es Dios quien la da y la da desde el inicio de la vida hasta el final, pero en todo ese trayecto servimos a la persona siempre. Con gran afecto, os digo: os quiero y recibid mi bendición.

 

Cardenal Carlos Osoro,
Arzobispo de Madrid.

 

 

 

 

San José Oriol, 23 de marzo

Santo dechado de humildad
“Su vida fue una permanente catequesis para quienes conocieron a este santo catalán, dechado de humildad. Era pobre con los pobres ejerciendo su admirable caridad con los enfermos, indigentes, reclusos, militares y niños, entre otros”

Dios concedió muchos dones a este santo nacido en Barcelona, España, el 6 de mayo de 1650. Entre otros, el de la dirección espiritual y el de la penetración de corazones. Era un maestro en el cultivo de la pobreza y de la oración, que efectuaba postrado durante horas ante el Santísimo Sacramento. Su piedad era manifiesta siendo monaguillo y cantor en la iglesia de Santa María del Mar de Barcelona. Tanto es así que los sacerdotes le costearon los estudios. Al morir su padre, su madre contrajo nuevas nupcias. Pero al enviudar Gertrudis por segunda vez se encontraron con serias carencias. Seguramente sus benefactores tendrían en cuenta esta precaria situación familiar. Era tal el candor de José que no había duda de que estaba llamado a ser un gran santo. El único problema que tuvo que afrontar siendo estudiante fue la parálisis de una de sus piernas que le obligó a permanecer recluído en cama durante un tiempo.

Después, doctorado en filosofía y en teología, recibió el sacramento del sacerdocio en mayo de 1676 en la localidad de Vich. Entonces orientó su acción a educar a los jóvenes. En un momento dado, Dios le permitió atisbar parte de su alma. Quedó tan impresionado de lo que vio, que tomó la resolución de vivir con espíritu de penitencia y ayunar todos los días. En esa época se hallaba al servicio de la familia Gasneri como preceptor de los hijos, simultaneando esta labor con la de párroco en San Felipe Neri. Aceptó temporalmente el trabajo con objeto de paliar las dificultades por las que atravesaban su madre y hermanos. Pero era un hombre que amaba la pobreza. Le costaba hallarse rodeado de abundancia como la que veía en el hogar.

Un día en este domicilio se produjo un episodio impactante para él desde el punto de vista espiritual. En el transcurso de un almuerzo hasta en tres ocasiones extendió el brazo para proveerse de unas exquisitas viandas, y se vio impedido por una fuerza sobrenatural para lograr su propósito. Interpretó el hecho como una invitación a someterse para siempre al más riguroso ayuno. No se retractó de ello el resto de su existencia. Se alimentó de pan y de agua. El pan, elegido por él entre el menos apetitoso –si podía encontrarlo viejo y pasado, mejor–, y se abastecía del agua en las fuentes públicas que hallaba al paso. La única licencia que se permitía era añadir unas hierbas a tan frugal comida los domingos, y las obtenía gratuitamente tomándolas de la ladera del monte Montjuic. Siempre vivió de la beneficencia; lo poco que tenía era de los pobres. Tanta era su austeridad que ni siquiera poseía una cama.

Estos gestos de piedad y sus mortificaciones, insólitas para la mayoría de la gente, eran bien conocidos en la ciudad. Con sus modales exquisitos y la profundidad de su consejo alentaba a todos a vivir la santidad, enseñándoles que no se basa en actos puntuales externos y que debe discurrir afianzada en la oración. Los que se acercaban a él partían edificados por su alegría y confianza. Era dador de paz. En sí mismo, su ejemplo constituía ya una catequesis permanente. Viéndole cómo actuaba, se enamoraban de Dios. Era su mejor apostolado. Lo testimonial cala siempre en el corazón de las personas.

No llegó a cumplir una década con esta familia acomodada, porque falleció su madre, y sus hermanos se hallaban en una situación económica menos comprometida. Viviendo pobremente, como siempre hizo, intensificó su labor caritativa. Auxiliaba a los enfermos, indigentes, reclusos, militares, niños… En 1686 peregrinó a Roma. En los meses de permanencia en la Ciudad Eterna, a la que llegó con cartas de recomendación que ensalzaban su altura humana y espiritual, alcanzó su sueño de entrevistarse con Inocencio XI. Amigos cardenales lo hicieron posible. El papa le otorgó una prebenda en la parroquia de Santa María del Pino de Barcelona. En ella ejerció su acción pastoral con abundantes frutos. Pero no le faltaron detractores. Llevaron sus quejas al prelado y le acusaron ante él de imponer a los penitentes mortificaciones como las suyas.

A la muerte del obispo, que vetó su labor apostólica, siguió en manos de su sucesor. De todos modos, José quiso ser mártir ardientemente. Por eso, en abril de 1698 partió rumbo a Roma de nuevo, a pesar del clamor de las gentes que temían perderle e intentaron disuadirle para que permaneciese entre ellas. Él pensaba que allí obtendría de la Santa Sede la gracia de poder encaminarse al martirio. Pero la voluntad divina fue que enfermase en Marsella, y la Virgen le hizo ver que debía proseguir su misión en Barcelona atendiendo a los enfermos.

Aunque Dios obró numerosos prodigios por su mediación, siempre los atribuyó al arrepentimiento que mostraban quienes le abrían su corazón. Les hacía ver que eran sanados directamente por Él. Humilde y sencillo, rechazó frontalmente cualquier intento de considerarle artífice de signos extraordinarios. Fue agraciado con el don de profecía, de levitación, y de milagros. Dios le concedió sanar a los enfermos con una simple bendición. Un inmenso gentío, que procedía no solo de Barcelona sino de otros lugares, se arremolinaba en torno a él esperando recibir la aspersión del agua bendita y la señal de la cruz trazada sobre ellos.

Algunos de sus numerosos milagros fueron memorables. Dos en particular llaman la atención. El que hizo que recuperase la pierna gangrenada un joven que iba a verla amputada. Y el obrado con un maltrecho paralítico que vivía de la limosna de los parroquianos y que pudo caminar súbitamente. José vaticinó su propia muerte, que se produjo el 23 de marzo de 1702 a consecuencia de una pleuresía cuando tenía 52 años. Sus postreros instantes discurrieron en una habitación que le prestó un cuchillero. Se hallaba rodeado de la gente del barrio que tanto cariño le profesaba, de amigos sacerdotes y seglares. Desde la escolanía de la capilla del Palau cantaban en ese momento, como él había solicitado, el Stabat Mater. Pío VII lo beatificó el 21 de septiembre de 1806. Pío X lo canonizó el 20 de mayo de 1909.