Opinión

09/11/2019

 

El cardenal Sarah y el medioambiente espiritual

 

 

María Solano Altaba


 

 

 

“Se hace tarde y anochece”. Así que toca –nos toca– ponernos manos a la obra. Ese el mensaje constante que traslada el cardenal Sarah en el último de sus libros con formato entrevista editado por Palabra en español. Una lección magistral de principio a fin. Como la otra lección magistral, la que ha impartido en sede universitaria en la presentación del 21 Congreso Católicos y Vida Pública que organizan la Asociación Católica de Propagandistas y el CEU, “Libertad para educar, libertad para elegir”.

En un salón de actos lleno hasta la bandera –quizá faltaron obispos y cardenales, cada cuál valorará sus porqués, pero rebosaban los “bautizados”, como gusta decir al prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos–Sarah supo poner el acento en lo que tal vez no está de moda, puede no ser políticamente correcto, pero es sencillamente imprescindible: donde se está librando la batalla antropológica es en la cultura. Y quienes la debemos dar somos las personas de a pie unidas en esos vivos organismos que constituyen la sociedad civil, acompañadas por la Iglesia que, como en tantas ocasiones reseñó el cardenal, es siempre Mater et Magistra, ambas funciones al tiempo.

Y por eso la lección magistral del cardenal Sarah ha caído como semilla en tierra fértil, en la de cientos de personas que inundaban el inmenso salón de actos y los que siguieron la intervención por vídeo en directo desde las salas aledañas, en los muchos que portaban su libro en las manos, en los numerosos representantes de la sociedad civil que asistieron al evento, en los sacerdotes, religiosos y religiosas que vinieron a escucharlo, en el claustro académico que lo acompañó, en los que asistieron por la tarde a la presentación de su último libro. Como muestra, un botón: aquella importante directiva de Barcelona que se había venido a Madrid solo para escucharlo.

En estos tiempos de cambio climático en los que tenemos la atención puesta en el medioambiente natural por consecuencias de su deterioro, lo que Sarah nos pidió es que fijemos “también” –y permítaseme que recalque el “también”, que los hay que presentan a este cardenal como un “anti”, cuando es un “además”– en el deterioro del medioambiente espiritual en el que se desarrollan nuestros niños, adolescentes y jóvenes que son, a la postre, los ciudadanos del mañana.

Con un elocuente símil, comparó nuestro entorno con el de una pecera a la que no se le cambia el agua, que se va contaminando poco a poco. Los peces reciben, eso sí, buena comida, con la que van subsistiendo, pero la podredumbre de lo que los rodea, la toxicidad del líquido en el que se mueven, acaba por matarlos. Y ese riesgo, que se percibe en diversos ámbitos de la sociedad, es muy patente en la educación. Ese es el medioambiente espiritual sobre el que Sarah nos ha llamado la atención.

Su propuesta: tan sencilla como compleja. “El eje central de toda educación es que el educado adquiera virtudes morales e intelectuales que le permitan alcanzar su verdadero bien”. Y para ello hay que luchar contar la extremada laxitud que considera que no hay que hacer propuesta alguna a los hijos, a los alumnos, sino dejarles que atiendan a sus deseos, como un paternalismo desaforado que no les permita entrenar la libertad de la que tendrán que hacer uso para elegir el bien en su búsqueda de la verdad.

Este es el reto, reto que recogemos los bautizados, reto que hacemos nuestro desde las instituciones educativas llamadas a esa primera evangelización que se produce en la enseñanza, porque “la educación está en el corazón de la misión de la Iglesia”. Nos han dado el diagnóstico: “la crisis en la educación proviene del constante cuestionamiento de los valores fundamentales que durante miles de años han apoyado, enseñado, educado y estructurado al hombre internamente”.

Pero también la solución: “el educador debe asegurarse que el niño entre en un círculo virtuoso mediante el cual actualice sus inclinaciones naturales a lo bueno, a lo justo y a lo verdadero”. Y todo ello con nuestra participación activa, que nos implica como “modelo y ejemplo a imitar”. En palabras de San Pablo, citado por Sarah, “lo que aprendisteis recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra” (Flp 4, 9). Solo así recuperaremos nuestro medioambiente espiritual.