Tribunas

Müller habla claro, una vez más

 

 

Ernesto Juliá


 

 

En una entrevista reciente, el cardenal responde así a la pregunta sobre las controversias que se están dando dentro de la Conferencia Episcopal alemana:

“Unos obispos con su presidente (es decir, el de la Conferencia Episcopal Alemana) a la cabeza (…) consideran que la secularización y la descristianización de Europa es un desarrollo irreversible. Por esta razón la Nueva Evangelización, el programa de Juan Pablo II y Benedicto XVI es, desde su punto de vista, una batalla contra el curso objetivo de la historia, que se parece a la lucha de Don Quijote contra los molinos de viento. (…)

Una consecuencia derivada de esto es la demanda de la Sagrada Comunión incluso para aquella gente que no profesan la fe católica y también para aquellos católicos que no están en estado de gracia santificante. También se incluyen en la agenda: una bendición para las parejas homosexuales, la intercomunión con los protestantes, la relativización de la indisolubilidad del matrimonio sacramental, la introducción de los viri probati y, con ello, la abolición del celibato sacerdotal y la aprobación de relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio. Estos son sus fines, y para alcanzarlos están dispuestos a aceptar incluso la división entre los obispos de la Conferencia Episcopal”

Y para todo esto, “(…) ofrecen una justificación para «suavizar» las verdades de la fe definidas e infalibles (es decir, dogmas). Dicho todo esto, estamos tratando con un proceso flagrante de protestantizacion”.

Poco después señala:

“Ser popular en la opinión pública es hoy en día el criterio para ser supuestamente buen obispo o sacerdote. Estamos experimentando una conversión al mundo, en vez de a Dios, contrariamente a la afirmación del apóstol Pablo: “Pues ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal. 1, 10).

¿Se dan cuenta esos obispos de que “convertirse al mundo” es “convertirse al vacío”, seguir a Fausto y vender el alma al diablo?, ¿acomodarse a un “cristianismo light”, es convertir a Cristo en el fundador de una religión más, y perder la perspectiva de que ha venido a la tierra a desvelarnos la Religión Revelada por Dios en Él, su Hijo hecho hombre?

Quizá han querido interpretar con una falsa hermenéutica –la de la ruptura-, y no la de la continuidad afirmada por Benedicto XVI, algunos párrafos de los nn. 44 y 45 de la Gaudium et spes, en los que se lee:

“La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Esta, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y lenguas de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el sabor filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización. (…)

Es propio de todo el pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir, e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada” (44).

“La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad. Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana al tiempo de su peregrinar en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es “sacramento de salvación”, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (45).

Si se lee con atención este texto del Concilio, y se coloca en el ambiente de la predicación de los primeros siglos, se entiende bien su sentido. No hace más que recordarnos la forma de adaptar la predicación a cada cultura y mentalidad como siempre se ha hecho en los últimos dos mil años, corrigiendo la Santa Sede en algunos casos los errores y excesos de esa adaptación. Los que predicaban la Fe católica no tuvieron la peregrina idea de adaptar la Verdad de Cristo a las culturas que se encontraban; las iluminaban con la Luz de Cristo. Eran conscientes de que para que alguien pueda recibir la Fe –don gratuito de Dios-  ha de escuchar antes el contenido de la Fe, la Verdad, tal cual.

No caben subterfugios de “acercamiento a la mentalidad del pueblo”, como el que sugería otro sacerdote en un programa de televisión. Hablábamos de la Resurrección de Cristo. Él dijo que el hecho de la resurrección no cabía en la mente de un hombre del siglo XXI, y que era suficiente hablar de la “resurrección de Cristo en nuestro espíritu”.

 Le contesté, con san Pablo, qué si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. La Resurrección es un hecho real, sucedido en un lugar y en un tiempo bien preciso y determinado. El Hecho más importante en la historia de la humanidad, y que daba sentido a todo el caminar del hombre sobre la tierra. Y, ciertamente, no cabía en la mente sin fe de un hombre del siglo XXI, como no había cabido en la mente de ningún hombre de los siglos I, II, III, etc. de nuestra época, y tampoco cabría en la de uno del siglo XXX o LV, si la historia sigue en pie.  La Iglesia no puede dejar de seguir anunciando la Verdad eterna de la Resurrección de Cristo.

Hermenéutica de la “continuidad”, no de la “ruptura”. La Verdad es Cristo, en su plenitud. Müller, una vez más, nos lo ha vuelto a recordar.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com